Columna de Emilio Sagredo: Escuela para Padres para una correcta formación socioemocional

USS Emilio Sagredo

La convivencia escolar tiene un papel protagónico en los contextos educativos, ya que cuando surgen dificultades en este ámbito todo el clima del establecimiento se ve afectado. Además de las evidentes complicaciones que enfrentan las comunidades educativas al lidiar con consecuencias directas de agresiones, acoso y conflictos de diversa gravedad, también se generan problemas relacionados con el proceso de aprendizaje de los estudiantes. Para que el aprendizaje se produzca, además de elementos como la entrega de significado y el docente como facilitador, es fundamental que se genere un clima propicio para el aprendizaje. Y cuando este clima está afectado, afectará también el aprendizaje.

Otra dificultad relacionada con el comportamiento agresivo de los escolares se encuentra en el aprendizaje vicario. Cuando los modelos sociales a los que estamos expuestos diariamente son negativos y enfrentan a los estudiantes a situaciones de violencia o malos tratos como algo natural, es crucial comprender que estos modelos de conducta son, en realidad, los responsables de las agresiones de niñas y niños. Y si no se modifica su forma de actuar, estos niños se formarán como adultos agresivos que, si bien tendrán discernimiento en ese momento, habrán desarrollado patrones difíciles de cambiar.

Pero ¿qué sucede cuando los adultos no tienen las herramientas necesarias?, ¿Cómo puede la escuela abordar esta situación? Es evidente que se trata de un problema que nos afecta hoy y no solo cuando los individuos se vuelven adultos. Para una sana convivencia escolar, también es fundamental que los adultos de las comunidades escolares no incurran en agresiones.

Si pensamos, por ejemplo, en el típico caso de una persona que ha estado expuesta a violencia sistemática durante su ciclo vital, nos encontramos con dos tipos de respuestas en la adultez. Por un lado, algunos explican con la exposición a la agresión, la fuente de su conducta agresiva (lo que no los exime de responsabilidades), mientras que otros afirman que jamás dañarían a su familia. La diferencia entre una u otra respuesta a la agresión podría estar en el desarrollo de un adecuado programa de psicoeducación en la escuela, donde todos los miembros de la comunidad comprendan cómo actuar, ejemplificar y utilizar el andamiaje adecuado según el rango etario, con una estrategia bien planificada.

Por eso, una buena estrategia sería la creación e implementación de Escuelas para Padres que, además, fortalecen la fidelización con el establecimiento. Estos protocolos deben incluir programas de mediación y procesos de negociación como estrategias clave para la resolución de conflictos. Tanto o más importantes que las acciones correctivas son los programas de psicoeducación y los protocolos preventivos que ayudan a formar una comunidad escolar y evitan consecuencias graves y, en ocasiones, fatales.

En cuanto al trabajo con las familias, padres y apoderados que realmente no tienen herramientas convivenciales, se pueden aprovechar las escuelas para padres no solo para cuestiones normativas y de protocolos, sino también para implementar un programa de comprensión y actuación respecto a la convivencia en familia, los modelos conductuales y la convivencia escolar. Es vital que comprendan que tanto el agredido como el agresor enfrentan consecuencias en su desarrollo psicosocial y que su comportamiento con seguridad afectará el psicodesarrollo de los niños, para bien o para mal.

Se debe formar a la comunidad y se debe focalizar en la prevención principalmente, pero también hay que estar preparados para enfrentar la adversidad. La estabilidad psicoemocional es, en sí misma, una razón de muchas situaciones de dificultades de convivencia escolar.

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