En un mundo cada vez más globalizado, el dominio del inglés dejó de ser un lujo y es una necesidad comparable con saber matemáticas. Sin embargo, en Chile el panorama sigue siendo desafiante: según el Índice de Dominio del inglés de EF (2024), el 72% de los adultos se encuentra en niveles básicos (A1 y A2), lo que indica una clara distancia entre el deseo de aprender el idioma y las oportunidades efectivas para lograrlo. Todos hemos escuchado a adultos decir: “Siempre quise aprender inglés, pero nunca encontré el momento”. Evitar que las nuevas generaciones repitan esta historia es una responsabilidad compartida.

La niñez ofrece una ventana de oportunidad única. Diversos estudios muestran que el cerebro infantil, por su alta plasticidad, facilita la asimilación natural de idiomas y sus componentes culturales. Comenzar el aprendizaje del inglés en la educación parvularia mejorará la fluidez y fortalecerá habilidades cognitivas como la resolución de problemas y el pensamiento crítico. Aun así, en la mayoría de las escuelas chilenas esta enseñanza suele empezar tarde, limitando las posibilidades de incorporar el idioma con naturalidad.

En este escenario, el rol docente es central. Hasta ahora, la formación se ha enfocado principalmente en la enseñanza media, dejando en segundo plano el nivel parvulario y básico. Es indispensable contar con programas que preparen a profesores de inglés especializados para cada etapa educativa, garantizando competencias pedagógicas y lingüísticas acordes a las necesidades del desarrollo infantil y adolescente. La certificación internacional, mediante exámenes como CELTA o TESOL, otorga un estándar reconocido globalmente, asegurando metodologías más efectivas y coherentes con las exigencias actuales.

La experiencia en formación de docentes apunta que integrar certificaciones internacionales, el perfeccionamiento continuo y un enfoque integral en la formación inicial contribuye a preparar profesionales capaces de llevar el inglés al día a día de las aulas. Esto permitirá que las niñas, niños y adolescentes puedan afirmar en el futuro: “Como aprendí inglés en el colegio, pude concentrarme en otras materias y ahora comprendo el mundo con mayor amplitud”.

La familia y la sociedad también juegan un papel fundamental. El verano es una excelente oportunidad para incorporar el inglés de forma lúdica: ver películas con subtítulos en inglés, escuchar música y leer sus letras (junto con traducirlas a mano), jugar videojuegos o disfrutar de aplicaciones interactivas, facilitarán la asimilación del idioma y permitirán conectar con valores y costumbres distintas, abriendo la puerta a una comprensión más profunda y diversa del entorno global.

A nivel de políticas públicas, es imperativo revisar y fortalecer programas como Inglés Abre Puertas, ampliando su alcance hacia la educación parvularia y básica al igual que las universidades. Un abordaje integral, que vaya más allá de un período escolar determinado, asegurará que las distintas generaciones crezcan con la fluidez lingüística necesaria para enfrentar el mundo con confianza.

En definitiva, la meta es clara: pasar del “siempre quise” al “ya aprendí”.  Y alcanzar este objetivo implica políticas claras, preparación docente de calidad, certificaciones reconocidas internacionalmente y el involucramiento de las familias. Si se alinean todos estos esfuerzos, las nuevas generaciones dejarán de lamentar la falta de oportunidades y convertirán el inglés en una herramienta natural con la que encarar un futuro cada vez más conectado.

El inglés es más que otro idioma: es una llave que abre puertas a nuevas culturas, ideas y visiones del mundo. Hoy, más que nunca, es momento de asegurarnos de que todos puedan acceder a esa llave.