Columna de Ingrid Lawrence: Entorno y criminalidad infantojuvenil

Ingrid Lawrence USS

Desde tiempos pretéritos la criminalidad ha sido tema de análisis y a partir de diferentes enfoques se ha intentado comprender y definir con el propósito de intervenir al mismo tiempo que reducir aquella conducta.

La pregunta acerca del cómo se gestan este tipo de comportamientos, se torna aún más relevante cuando hablamos de la población infanto-juvenil, esto porque últimamente hemos sido testigos de actos delictuales que involucran o son protagonizados por este grupo.

La violencia puede entenderse como un fenómeno humano universal que se presenta en diversas formas y contextos -desde conflictos bélicos hasta violencia intrafamiliar-, puede darse de forma directa o indirecta, individual o social, y sus causas son complejas y multifacéticas, arraigadas en la naturaleza humana y en las estructuras sociales.

Dentro de los factores que podrían explicar el origen de la criminalidad en niños y adolescentes se encuentran los mensajes a los que se exponen actualmente, ya que el acento no está en el esfuerzo para conseguir las metas, sino en el principio de placer inmediato o satisfacción en la toma de decisiones para conseguir lo que se quiere de forma rápida.

La conducta delictual nace del aprendizaje social, los individuos adquieren habilidades, actitudes y valores necesarios para cometer delitos al observar e imitar a otros. Por tanto, si el menor está inmerso en un contexto en el que se potencia la actividad delictual o comportamiento antisocial, es muy probable que comience a exhibir esas conductas porque las está aprendiendo de forma natural, mediante la socialización.

El nivel de exposición a la violencia en la comunidad, acceso o disposición a drogas o armas; falta de oportunidades educativas y/o laborales con las que se cuenta y estilos de crianza son también factores de riesgo.

¿Qué pueden hacer los padres, madres y cuidadores para prevenir la delincuencia juvenil? y, ¿desde las políticas públicas? Fortalecer el rol de estos adultos, brindándoles herramientas que potencien habilidades parentales efectivas, como resolución de conflictos de forma asertiva y no mediadas por la pasividad o la violencia; fomentar una comunicación libre de descalificaciones y potenciar la escucha activa; además de promover la disciplina positiva mediante la crianza respetuosa.

Al mismo tiempo, crear más espacios seguros en los que, tanto niñez como adolescencia, puedan desarrollar sus propias habilidades sociales y recreativas, donde se promueva el autoconocimiento y las conductas prosociales y primen valores como el respeto y la empatía contribuirá a frenar estas conductas.

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