Hace 65 años, el mundo observó cómo, en plena Guerra Fría, se llevaba a cabo un acuerdo crucial por un continente desconocido para la gran mayoría del mundo. ¿Por qué preocuparse de la Antártica? Y lo más relevante para nosotros: ¿Qué hacía Chile ahí, con las grandes potencias? Comencemos por la historia. Como lo he señalado en más de una ocasión, Chile tenía presencia en la Antártica por sus derechos heredados desde la Conquista y Colonia, que siempre mencionaban el límite austral del territorio chileno hasta el “polo sur” o “polo antártico”. Dicha situación se materializó con la presencia efectiva chilena, primero, en el Estrecho de Magallanes y, luego, con la regulación de las actividades económicas desarrolladas en el continente blanco por balleneros, foqueros y loberos, quienes partían desde el extremo austral chileno en búsqueda de dichos recursos marinos y colocando sus bases, inclusive, en isla Decepción (actual Territorio Chileno Antártico).
Sin embargo, el siglo XIX fue el inicio de una serie de descubrimientos realizados por las grandes potencias, quienes comenzaron a explorar las altas latitudes buscando completar el mapa del globo, pero con una finalidad: las reclamaciones, expresadas desde las cartas patentes de Gran Bretaña en 1908.
En esas circunstancias, Chile debía seguir insistiendo por sus derechos, y mientras establecía leyes en torno al continente participaba en grandes rescates, como el realizado por el Piloto Pardo a los tripulantes del Endurance en la escampavía Yelcho (1916), pero cuya expresión máxima fue el decreto 1747 de 1940, firmado por Pedro Aguirre Cerda, quien definió el “Territorio Chileno Antártico” que conocemos hoy. Una acción de este tipo fue clave, ya que en plena Segunda Guerra Mundial le permitió materializar grandes planes como la primera expedición (1947), la visita de un presidente de la República (Gabriel González Videla en 1948) y la fundación de varias bases.
Dichos asentamientos fueron claves en la investigación antártica del Año Geofísico Internacional (1957 – 1958), que reunió a los científicos del mundo para observar fenómenos atmosféricos (incluyendo los monitoreos de los primeros satélites) y estudiar el océano. Cabe mencionar que dicho evento se enmarcó en la Guerra Fría, con científicos estadounidenses y soviéticos, pero además con chilenos civiles (provenientes de la Universidad de Chile, Pontificia Universidad Católica de Chile y Universidad de Concepción) y de las Fuerzas Armadas (encargados de las bases operativas del momento), quienes trabajaron a la par con los exponentes de la ciencia mundial. ¿Pero que iba a ocurrir con la Antártica?
Entre las dudas que suscitaba el posible interés para usos militares, Estados Unidos citó a una reunión en Washington a todos los países que tenían intereses en el continente, donde, por supuesto, se encontraba Chile y Argentina (los únicos sudamericanos). De esa reunión surge el Tratado Antártico, firmado el 01 de diciembre de 1959, que establecía que las reclamaciones se “paralizaban” privilegiando la ciencia y la paz sobre los temas territoriales. Aunque en teoría se paralizaba, Chile dejó claramente establecido que no abandonaba sus pretensiones soberanas en la Antártica, algo que también hicieron otros de los 12 signatarios originales. Es aquí donde cobra relevancia este acuerdo, pues solamente 12 países fueron convocados a participar en las decisiones de un continente entero que, aunque lejano, encerraba valiosos recursos naturales, marinos e incluso minerales, que lo transformaba en una apreciada posesión en un mundo dividido en dos potencias irreconciliables en lo ideológico y que competían por los espacios del tablero mundial. Chile, en ese contexto, fue invitado a formar parte del sistema.
Hasta el día de hoy, el Tratado Antártico está vigente y Chile sigue participando de forma activa, con civiles y uniformados que se dedican a labores de ciencia y soberanía, con mayores recursos involucrados, como la construcción del rompehielos Almirante Viel e incluso con Villa las Estrellas, poblado antártico que sigue siendo único en su tipo y que se encuentra en esas latitudes. En un mundo marcado por potencias, Chile participa desde 1959 en un sistema que, hasta el presente, salvaguarda los intereses del continente blanco.