Un tema que asoma con periodicidad en el debate público es el de las posiciones que el Gobierno, y particularmente el Presidente Gabriel Boric, adopta frente a diversas materias. El tema, sin embargo, va más allá de cuáles son las posturas, sino de cómo se llega a ellas. Y sobre la importancia de esto pareciera que el mandatario y miembros de su gabinete no son conscientes.
La relevancia del cómo dice relación con dos elementos que resultan fundamentales a la hora de gobernar (y que van de la mano): razón y confianza. En su Crítica a la razón pura, Kant señala que “el acto de fundamentar nuestras convicciones no es solo una cuestión de sinceridad personal, sino una necesidad pública esencial para el sostenimiento de la razón práctica”. ¿Qué quiere decir esto? En otras palabras, que las convicciones bien fundadas y asentadas son cruciales para la credibilidad y la ética en la interacción humana. Y cuando de gobernar se trata, esta dimensión cobra una importancia sustantiva, pues sin una correcta base argumentativa sobre la que cimentar las convicciones, difícilmente lograrán suscitar credibilidad y confianza en la ciudadanía al momento de aducirlas o defenderlas.
Y este problema el gobierno lo palpa recurrentemente, pues el proceso de administrar el país ha supuesto un constante reajuste de sus posturas frente a las realidades del país, lo que lo ha llevado a ponderar sus inclinaciones, moderar sus planteamientos y a manejarse con mayor prudencia, aunque lamentablemente no en todas las materias (los indultos y las pensiones de gracia son ejemplos sugestivos al respecto).
La dimensión positiva de este proceso estriba en que en muchos de los asuntos sobre los que el Presidente ha modificado su discurso, otrora la actitud y disposición era de extremos: había que refundar las policías (hoy legitima el uso de la fuerza pública); derogar la Ley de Seguridad del Estado (hoy la aplica); barrer con la herencia de los últimos treinta años (AFPs e Isapres incluidas, aunque hoy entienda que la cotización individual es fundamenta y el sistema de salud privado necesario); estatizar los fondos previsionales (hoy aboga por la reforma que en su minuto rechazó y es consciente de que mejorar el sistema no pasa precisamente por aprobar retiros); admitir migrantes sin documentación (hoy entiende las implicancias que esa postura supone para la seguridad del país) y reconocer autodeterminación al pueblo mapuche (ayer actos que se leían en código de resistencia hoy los tilda de terroristas), por mencionar ejemplos.
Como puede apreciarse, aparentemente sus convicciones han cambiado. Hay quienes han esgrimido que esto es un mérito. Que sólo los burros no cambian de opinión y que, si no lo hiciera, lo acusarían de extremista. Quizás esto sea cierto: pero lo que nos distingue de los burros no es solo que ellos no puedan cambiar de opinión y nosotros sí, sino también el que nosotros tenemos la capacidad, como bien señaló Kant, de fundamentar esos cambios. Hacerlo, sin embargo, supone ir más allá de las circunstancias, pues de lo contrario nuestro sistema de creencias se muestra endeble y susceptible a los caprichos de la contingencia.
El resultado que se sigue de esto es que no solo se daña la confianza institucional, sino que se deteriora y pierde credibilidad hacia los demás, y en este caso somos todos los chilenos.