Sólo cuatro días después de navidad, fiesta del amor y de la paz, al despertar del alba, el 30 de diciembre de 1896, José Rizal, sin ser sometido a un debido proceso, es ejecutado.
La noche anterior, evitando la férrea vigilancia de los guardias del Fuerte Santiago en Manila, centro de operaciones de España en Filipinas, donde estaba encarcelado, logra entregar a escondidas a su madre, doña Teodora Alonso, que lo visitaba por última vez, copia de su memorable y póstumo poema “Mi último Adiós”, que constituye uno de los más notables testimonios de heroísmo y amor a la patria que alguna vez se hayan escrito y que en algunas de sus estrofas reproducimos más adelante.
Su fusilamiento intenta ser una señal de escarmiento para quienes osaran levantarse en contra del régimen colonial. Su martirio, sin embargo, remece el alma de miles de sus connacionales, iniciando un proceso que culmina con el fin del dominio español sobre Filipinas y que se proyecta por décadas en una cultura de la no violencia, como casi100 años más tarde, en febrero de 1986 cuando, enfrentados contra la dictadura de Marcos, dos millones de filipinos, ante los cuarteles generales del Ejército, llevando como armas flores en las manos, logran que los soldados salgan a las calles y se abracen con las multitudes, poniéndose término a esa dictadura sin derramamientos de sangre.
Cada aniversario de su inmolación Filipinas enarbola las banderas para saludar y homenajear al principal de sus héroes, médico y filósofo, políglota, de inteligencia sobresaliente, con estudios, además de Manila, en Madrid, París y Heidelberg, que dedicó su existencia a luchar por la independencia, libertad y soberanía de su nación, sin acudir a la violencia, sino que al talento y fortaleza de su palabra escrita, especialmente a través de sus dos más famosas obras, “Noli me Tangere” (No me toques) y el “Filibusterismo”.
Rizal es de aquellos héroes que muy difícilmente existan en la actualidad, esto es, capaces de ofrendar la vida por ideales sublimes, no materiales ni económicos, sino superiores, como la libertad, la soberanía y la dignidad de la patria y de sus semejantes y que sean ejemplos en el mundo de hoy, donde esos valores sucumben ante la violencia, la codicia, el relativismo y las vacías luchas del poder por el poder.
En homenaje a su impronta, he aquí dos de las catorce estrofas de su emocionante “Último Adiós”, redactadas por Rizal en perfecto castellano horas antes de su fusilamiento:
Adiós Patria adorada, región del sol querida,
perla del mar de oriente, nuestro perdido edén,
a darte voy alegre la triste mustia vida,
y fuera más brillante, más fresca más florida,
también por ti la diera, la diera por tu bien.
Mi Patria idolatrada, dolor de mis dolores,
querida Filipinas oye el postrer Adiós,
aquí lo dejo todo, mis padres, mis amores,
voy donde no hay esclavos, verdugos ni opresores,
dónde la fe no mata, dónde el que reina es Dios.
La carencia hoy de integridad y heroísmo para sustentar con autenticidad y genuino liderazgo valores éticos sublimes, explican la crisis generalizada de desconfianza e incredulidad que azotan al mundo entero y es la razón que nos impulsa, en estos días de navidad, al cumplirse un aniversario más de su épica inmolación, a rememorar el desprendido amor de Rizal a la patria, y la fortaleza de la no violencia que su testimonio, ofrenda y sacrificio han de proyectar a través de los tiempos.