Lo que voy a contar se siente como saldar una deuda conmigo misma. Se siente como abrazarme y honrar mi historia tal cual ha sido. Y espero que mi historia ayude a otras mujeres a reconocerse.

Comenzaré desde cuando era niña. Yo era una niña muy sensible. Desde muy pequeña reconocí mi capacidad natural de mediumnidad. Podía escuchar y ver cosas fuera del plano material. Podía sentir las emociones de las personas a mi alrededor. A veces, presentía lo que iba a pasar. A los 10 años, descubrí el Tarot y comencé a leerlo de manera innata. Así fue mi infancia hasta los 12 años, pero luego llegó la adolescencia y dejé, sin darme cuenta, todo eso atrás.

Luego vino la universidad, empecé a pololear y me enamoré perdidamente de un hombre. Nos casamos, me embaracé y tuvimos un hijo precioso. El posparto fue duro. Me sentía sola y, a la vez, muy sensible. Sentía que esa niña hipersensible de mi infancia estaba volviendo sin darme cuenta. Empecé a sentir y percibir cosas que no había notado antes. Es como si el posparto me hubiera llevado a mi sensibilidad original.

En ese tiempo, empecé a percibir a mi esposo, y su presencia comenzó a generarme angustia. Cada vez que él se acercaba a mí, sentía angustia. Luego comprendí que esa angustia era mi intuición, una especie de aviso, de advertencia, ya que, al pasar el tiempo, descubrí que él realizaba acciones a mis espaldas que significaban transgresiones graves a mi intimidad. No quisiera ahondar en eso, pero puedo decir que fue terrible. Como consecuencia, terminamos nuestro matrimonio y yo quedé con un dolor intenso que sentí que jamás sanaría.

Debido a los hechos que ocurrieron, entré en un dolor profundo. De manera simultánea, llegó la pandemia. La Región Metropolitana había cerrado y yo me quedé encerrada, en ese entonces, con mi hijo de 1 año de edad en mi departamento. Pasamos meses sin salir, solo los dos. Con miedo a la pandemia y con el corazón destruido por lo vivido, ese tiempo fue inexplicable. Un dolor profundo caló en mí: de rabia, decepción, desolación. Sentí que toqué fondo, y en ese fondo, no sabía qué hacer.

Hasta que un día vi en Instagram las palabras Registros Akáshicos. Lo busqué en internet y hablaba sobre conectar con tu alma. Recordé que de niña me sentía así, en conexión con mi alma, mi intuición y mi corazón. Recordé que podía sentir dimensiones que no veía con mis ojos, pero sí con mis sentidos. Quería volver a sentir eso en el presente. La vida no podía ser solo dolor, decepción y sufrimiento. La vida tenía luz, solo tenía que recordarlo. Fue en ese momento cuando comencé a entender que tenía dos opciones: podía dejar que ese dolor me comiera por dentro o podía simplemente entregarme al dolor. Rendirme. Soltar. Aceptar lo que estaba viviendo. A ratos, quería rechazar lo vivido y entraba en una especie de disociación: “Esto no está pasando”, me decía.

Pero luego comprendí que esa lucha simplemente se llevaba toda mi energía. Debía aceptar. Debía aceptar mi rabia, mi tristeza, todo lo que estaba sintiendo. Debía aceptar mi dolor. Y aceptando, ese dolor se convirtió en un portal. Un portal hacia mí misma. Comencé a meditar y, sin quererlo, volví a canalizar.

Empecé a sentir que conectaba con mi alma. Y, al igual que cuando era niña, mis capacidades de mediumnidad volvieron. Sola, en ese departamento, comencé a reconectarme con el Tarot. Al cabo de tres meses, en esa inmensidad de la pandemia y la ruptura de mi matrimonio, comencé a recuperar a la niña interna que hacía tanto tiempo había olvidado. Mi niña interna que supo ver más allá de la rabia, más allá del dolor, y me llevó a conectarme con lo profundo de mi alma.

Luego de ese año, gracias a todo lo vivido, abrí mi consulta energética, donde a través de los Registros Akáshicos, ayudo a muchas personas a reconocerse y honrarse a sí mismas. Lo que alguna vez sentí como una maldición, como una condena, con el tiempo comencé a verlo como una oportunidad de convertir mi dolor en un don para compartirlo con otros.

A veces pensamos que el dolor nos va a hundir, que nos va a destruir, que va a acabar con nuestra vida. Pero a veces, el dolor también puede ser una puerta, un regalo, un portal hacia el centro de ti, un portal hacia tu renacimiento.

Hoy sé que, a pesar de todo, agradezco ese dolor. Ese dolor me permitió sostenerme a mí misma, descubrir mi misión en la vida. Me permitió abrirme, reconocerme. Me permitió honrarme y valorarme. Y hoy soy capaz de aceptar y honrar mi historia, y poder afirmar que, a veces, cuando nos quebramos por dentro, estamos también reconstruyéndonos.

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* Camila (36) es artista, emprendedora y mamá. Su consulta energética es @lamujercanal. Sí como Camila, tienes una historia de amor que quieras compartir, escríbenos a hola@paula.cl