José Donoso era una de las figuras de la Feria del Libro de Buenos Aires en 1986. Al finalizar su conferencia, un estudiante se le acercó y le pidió una entrevista. A Donoso le simpatizó su acento boliviano -su mujer lo era también- y lo citó para el día siguiente. Entonces Edmundo Paz Soldán  corrió a leer Casa de campo hasta la madrugada. ¿Qué le recomendaría a un chico que quiere ser escritor?, le preguntó al otro día. "Que lea, que lea, que lea", dijo Donoso. "Que reescriba mucho. Todos pueden escribir, pero en realidad escribir es reescribir".

A Donoso le agradó tanto la conversación con aquel universitario que le pidió que volviera a acompañarlo en sus firmas de libros. En los momentos de soledad, entre firmas y saludos de otros autores, "Donoso me contaba de su vida, desgranaba consejos sobre el arte de la escritura y opiniones críticas sobre sus colegas (tenía una obsesión con Vargas Llosa: "Sus nuevas novelas son pan y circo para el pueblo")", recuerda Paz Soldán.

Cuando la feria terminó y Donoso regresó a Chile, el aprendiz ya se sentía escritor. Ese año había llegado a Buenos Aires después de estudiar dos semestres Ingeniería en Petróleo en Mendoza. Una elección equivocada. Ahora cursaba Ciencias Políticas, pero en Buenos Aires, con sus librerías infinitas y sus quioscos de revistas y novelas, lo haría escuchar su vocación literaria. Era su segunda oportunidad.

Edmundo Paz Soldán recuerda estos episodios en su nuevo libro, Segundas oportunidades. Publicado por Ediciones UDP, el título alude a un blog que el autor mantuvo en el diario El País, en el que hablaba de autores desconocidos y olvidados. El volumen reúne una selección de esos textos, así como  columnas publicadas en la Tercera, ensayos y relatos biográficos.

Lector de Verne y Salgari en la niñez, fan de Agatha Christie y de la ciencia ficción más tarde, Paz Soldán compone también una biografía de lecturas y una novela de iniciación: relata su formación literaria, desde Buenos Aires, la ciudad donde se hizo escritor; Alabama, adonde llegó con una beca de futbolista, recorrió EE.UU. con el equipo de la universidad y se empapó de literatura en inglés, y Berkeley, el campus al que ingresó en el inicio del grunge y donde aprendió una lección: "La literatura no solo se sostiene a través de sus cumbres".

Convertido en profesor en Cornell, la universidad de Nabokov en EEUU, Paz Soldán abrazó una convicción: "Había autores que necesitaban ser rescatados, que merecían una segunda oportunidad como yo la había tenido con mi vida". Esa idea permea su nuevo libro, donde vuelve sobre lecturas de adolescencia y presenta autores desconocidos, como el galés Arthur Machen, el ucraniano Bruno Schulz, el húngaro László Krasznahorkai o las brasileras Clarice Linspector e Hilda Hilst.

¿Qué significó para Ud. aquel encuentro con Donoso?

Fue el primer escritor que admiraba que se dio tiempo para aconsejarme, para leer mis primeros cuentos. Yo tenía 19 años, estudiaba Ciencias Políticas y dudaba si meterme de lleno en la literatura. Donoso me ayudó a tomar mi vocación más en serio. A esa edad, creo que fue clave.

Entre sus relecturas está El obsceno pájaro de la noche. ¿Cómo fue esa experiencia?

Fue como encontrarme con otro autor y con otro lector, porque leí el mismo ejemplar de hace 20 años y había frases que subrayé y trataba de meterme en la cabeza de ese lector que fui yo y entender por qué había subrayado una frase, y no podía. Creo que entonces estaba muy interesado en buscar modelos de escritura literaria y por eso me concentré en el lenguaje, en los giros idiomáticos, en las imágenes. En la relectura descubrí una novela de horror que trascendía el género, con todo su énfasis en lo deforme, en lo monstruoso. Es un horror que está en todos los niveles, desde el literal hasta el simbólico, en el mito del imbunche, en la perra amarilla, en la historia del Mudito…

No le ocurrió lo mismo con las lecturas de Benedetti y Sábato..

Hay frases de Benedetti que se nos meten en la cabeza a los 15 años y no salen más. Benedetti se acerca mucho a una concepción de la vida y el mundo que yo tenía en la adolescencia, pero me ha sido difícil leerlo hoy. No me parece mal que haya autores que nos acompañen por un tiempo, es más de lo que pasa con la mayoría de los que leemos. Igual con Sábato: fundamental a los 19, pero la excesiva retórica de su prosa en Abaddón, el libro que respetaba más, me venció en la relectura.

Escribe que la literatura es una rebelión contra la ordinario: ¿esa es su concepción del oficio?

La literatura es un viaje. Puede ocuparse de un viaje muy ordinario, digamos a la esquina a comprar leche, pero tiene que hacerlo de manera que eso que nos parece  ordinario no lo sea tanto en la escritura, en el lenguaje, en lo que pasa en la cabeza de los personajes.

Entre los autores chilenos que destaca está Germán Marín, que acaba de reeditar su novela Idola. ¿Qué piensa de su narrativa?

A mí me deslumbró El palacio de la risa, que aparece en un momento clave en la historia del país, cuando se trataba de pasar página rápidamente a los años de la dictadura, celebrar una falsa reconciliación. Me interesó mucho la concepción que tiene Marín de la literatura como el discurso que está dispuesto a enfrentarse al trauma histórico y que se niega a pasar página. Me encantó la música de su prosa, tan cargada de resonancias.

¿Cuáles fueron los mayores hallazgos literarios entre los autores de Segundas oportunidades?

Todavía no entiendo cómo Nellie Campobello no es más conocida en América Latina. Cartucho es una de las mejores novelas que se han escrito sobre la revolución mexicana. Son fascinantes esas viñetas en las que la lucha se ve desde el punto de vista de una niña a la que no amedrenta la cercanía de la muerte. Uno de mis proyectos es reescribir esa novela; de hecho creo que lo voy a hacer pronto. También me encantó descubrir a Arthur Machen, un autor de literatura "weird" muy elogiado por Borges y Javier Marías. Y ni qué decir del argentino Eduardo Ladislao Holmberg, que ya en el siglo XIX  escribía cuentos con autómatas.

Se formó con la literatura policial, la ciencia ficción, el cómic. Luego los dejó por la literatura "seria" y ahora los revalora. 

Cuando leía policiales a mis 14 años me identificaba con el detective, era algo más bien básico; hoy me interesa la literatura que indaga en los estados alterados de conciencia, y ahí me quedo con el policial que se mete en la cabeza del criminal. Es un viaje que va, digamos, de Agatha Christie a Simenon (más el de las novelas "duras" que el que tiene a Maigret como personaje central). También me interesa mucho el trabajo con el lenguaje, y ahí, por ejemplo, la ciencia ficción de la "nueva ola", autores como Ballard y James Tiptree jr., muestra que el género no es esa cosa simple que los escritores desdeñosos de lo popular creen que es.

Con su novela Río Fugitivo le pasó como a Vargas Llosa con La ciudad y los perros: irritó a las autoridades de su colegio, en este caso en Cochabamba. ¿Qué lección saca de ese episodio?

A veces nos quejamos de que ya nadie toma la literatura en serio y luego nos sorprendemos cuando hay gente que la toma demasiado en serio y hasta se molesta por algo que hemos escrito. Buscamos provocar y luego nos molestamos cuando alguien se ofende y decimos "es solo una novela, no se enoje", lo cual es absurdo y contradictorio. No deberíamos quejarnos tanto y deberíamos estar dispuestos a asumir los problemas a los que podría llevarnos la escritura, incluso deberíamos estar orgullosos de eso.

 ¿Qué le recomendaría a un joven que quiere ser escritor?

Que lea a clásicos y marginales, a autores comerciales y de culto, a los de hoy y también a los de otros tiempos. Que construya su propio canon.