Creyeron que venía a "saldar una deuda". Porque en su primera visita a Chile, en 1990, el Estadio Nacional lució semivacío (15 mil personas), aunque David Bowie brindó un show de alto calibre, con un hit tras otro, 21 en total, en el llamado festival Rock in Chile. Por eso cuando aterrizó en Santiago el lunes 3 de noviembre de 1997 lo primero que le preguntaron en una conferencia de prensa al día siguiente en un salón gigante en el Hyatt fue por ese "bochorno". Bowie respondió con una sonrisa y echado para atrás: "Si sólo van 15 personas igual estaré encantado de cantar para ellos, y como mi show va apoyado en imágenes, si somos pocos le pediré al público que se acerque al escenario y así se vean más personas".
Esta profecía se materializó poco después, el miércoles 5 de noviembre en el segundo show del "Duque Blanco" en el Court Central del Estadio Nacional. No sólo asistieron apenas 3.500 personas en un recinto habilitado para 5 mil, sino que parte de la audiencia se tomó literal las palabras de Bowie, se saltaron las vallas y corrieron desde galería hasta cancha, donde se habían instalado unas sillas plásticas, en un recinto de mediana escala, lo que hoy sería apenas un Caupolicán lleno.
El cantautor británico, que no necesitaba demostrarle nada a nadie, vino con un nuevo proyecto en sintonía con el rock industrial de Nine Ich Nails, un disco que llevaba como título Earthling, dominado por la electrónica en onda jungle con baterías machacantes. Y esa fue la tónica de su segunda vez en Chile, con un repertorio que incluyó siete temas de ese álbum (el número 20 de su extraordinaria carrera), al cierre de la primera jornada del Santiago Rock Festival, que también incluía a Molotov y Bush.
Fue precisamente cuando el vocalista de Bush, Gavin Rossdale, se lanzó al público –donde se encontraba su pareja, Gwen Stefani, la voz de No Doubt- lo que generó el desborde y parte de la audiencia se lanzó desde la platea hacia las primeras filas de la cancha. Bowie apareció vestido con un pantalón y camisa de algodón blanco, corte de pelo estilo "mohicano rockero" que se hizo en Santiago, dos collares y aro pluma. Imán, su esposa modelo de origen somalí, con la que el día anterior fue a comprar una marioneta en el Pueblito de los Dominicos, se asomaba de tanto en tanto desde un costado del escenario.
Bowie arrancó con "I'm afraid of americans", "Look back in anger" y "Panic in Detroit", tres cortes de diferentes épocas y estilos donde el guitarrista Reeves Gabrels (Tin Machine) reventó su pedalera, secundado por el parpadeo de unos ojos gigantes a modo de escenografía hipnótica. "Hola", lanzó el músico británico en varios pasajes de su show, donde se mostró genuinamente amable, en sus improvisados diálogos con el público y también cuando presentó a su banda, donde destacaba la bajista Gail Ann Dorsey, que luego describió a Bowie como un "verdadero caballero, muy muy cortés".
David Bowie, que contó que "yo hablo español", no tuvo tiempo para pausas en su concierto y desplegó su maquinaria electrónica también en sus clásicos. Así, "Fame" y "Fashion" tuvieron esa veta contrapuesta a las versiones originales, algo desestructuradas como lo que suele hacer Bob Dylan en sus presentaciones. El público se encendió con "Under Pressure", con un dueto inolvidable junto a la bajista, y con "The man who sold the world" en una versión poco identificable. Ambos cortes no estuvieron en su concierto de 1990.
El músico británico, que al momento del show tenía 50 años, mostró su conocida versatilidad y su vitalidad. También jugó con parte de la escenografía tridimensional, que terminó arrojando al público tras un escueto grito de "¡Santiago!". Antes de la medianoche y luego de interpretar 21 canciones –incluida "White Light/White Heat", de Velvet Underground-, Bowie se despidió. No volvió más.