En una temporada en que la Academia del Oscar dejó fuera de competencia a grandes como Clint Eastwood con la película Sully, o a Martin Scorsese con Silencio, entre la lista de los nominados como Mejor director figura alguien que parecía haber perdido una guerra en Hollywood: Mel Gibson. Atrás quedaron los escándalos por sus comentarios antisemitas de 2006, y en la misma semana en la que se convirtió en padre por novena vez, fue nominado al Oscar por Hasta el último hombre, casi 20 años después de haber ganado como Mejor director con otra película de guerra, Corazón valiente.

En un par de años, Mel Gibson pasó de ser una de las estrellas más queridas de Hollywood a una de las más detestadas. El rencor empezó cuando los estudios de cine le dieron la espalda para filmar La pasión de Cristo (2004) por la imagen negativa de los judíos en la historia. El terminó dirigiendo y produciéndola solo, poniendo de su bolsillo 30 millones de dólares (recaudó más de 600 millones y recibió tres nominaciones al Oscar). Pero el escándalo se volvió público cuando dos años después, al ser arrestado en Malibú por conducir "bajo la influencia del alcohol", insultó al policía con expresiones antisemitas, en un caso policial que terminó en libertad condicional por tres años, sesiones en alcohólicos anónimos y un curso de educación para drogadictos y alcohólicos. La imagen no mejoró cuando en 2010, su ex novia Oksana Grigorieva. lo denunció por violencia doméstica.

Hoy, con nueva familia, asegura haberse recuperado. "Te voy a decir la verdad. Yo creo que al hacer una película, tu personalidad en cierta forma figura en la producción. Y en estos diez años trabajé mucho con mi persona. Yo fui el que decidió mantener un perfil bajo, no quería hacer la clásica rehabilitación de famosos durante dos semanas para declararme curado y volver a arruinarlo todo. La mejor forma de demostrar que estaba arrepentido era arreglarme primero. Es lo que estuve haciendo. Hoy tengo nueve hijos que amo muchísimo. Ellos me mantienen humilde. Uno de mis hijos se casó en 2016; otro de mis hijos, el quinto, aparece en la película como uno de los soldados, y en enero tuve otro bebé. Nueve en total".

—¿Aprendió alguna lección después de haberse alejado tanto tiempo de Hollywood?

—Estos años aprendí muchísimo, hasta a hablar bien por teléfono, con buenos modales. Y aprendí a no hablar cuando voy a tomar alcohol. Así como hay que tener a alguien que te lleve en auto, también necesitas a alguien que hable en tu lugar. Nadie le dice algo así a ningún borracho (risas). En realidad nunca me alejé, pero aprendí mucho de esta industria. Aprendí a escribir. Aprendí a llevar al cine lo que escribí, produciendo y dirigiéndolo, incluso ocupándome también del marketing y la distribución. Hasta compré un montón de salas de cine en Australia, con una cadena de cines que se llama Dendy.

—Dice que no se alejó, pero Hasta el último hombre la filmó en Australia, a 12.000 kms. de Hollywood…

—Es cierto. La película es totalmente australiana, con australianos, con la única excepción de Andrew Garfield (con quien aparece en la foto) y Vince Vaughn. Toda la producción es australiana, pero con una historia americana, que es lo más inusual. Hacía 30 años que yo tampoco filmaba una película en Australia. Pero me sentí cómodo en volver y no gastamos más de 40 millones de dólares, que es un precio muy bajo para estos días.

Con seis nominaciones al Oscar como Mejor película, director, actor, edición, sonido y mezcla de sonido, Hasta el último hombre, con Andrew Garfield como protagonista, cuenta la historia de un soldado de la Segunda Guerra Mundial que se negó a matar durante la Batalla de Okinawa, convirtiéndose en la primera persona en la historia norteamericana que recibió la Medalla de Honor sin haber disparado una sola vez.

—¿Es verdad que en un principio se había negado a dirigir la cinta?

—En realidad la rechacé dos veces. Y lo mismo había pasado con Corazón valiente. Pero por alguna razón, las ruedas empezaron a dar vueltas, hasta que lo visualicé como un hecho. En el caso de Corazón valiente ni siquiera me la habían ofrecido para dirigir, solo para protagonizarla.

—¿Cómo aprendió a dirigir?

—Quedándome en el estudio, mirando, preguntando mucho. Los directores estamos para ejecutar una idea, para dudar de ella y ver si sale todo bien. Estamos para compartir las frutas de la victoria o el fracaso. Y es como un experimento científico de 30 años, donde es imposible no haber aprendido algo, además de trabajar con gente buena. Lo que descubrí es que un buen director sabe escuchar, y si un actor viene con una buena idea, hay que robársela (risas).

—¿Los roces de la vida real ayudan a mejorar como actor y director?

—Lo que no te mata te hace más fuerte y más duro, creo. Las experiencias de la vida, placenteras o no, torturantes o maravillosas, te condimentan y de alguna forma aprendemos de ellas. Eso espero al menos. Eso es lo que yo trato de hacer ahora, como si guardara en un disco todo lo que pueda dejar para mis hijos, esperando que ellos puedan hacer un mejor trabajo que el mío en el futuro de esta locura de tierra rodante.

—¿Qué mensaje puede llevarse el espectador después de ver una película de guerra, en un mundo del cine donde Batman o Capitán América son los héroes?

—Los verdaderos superhéroes no usan pantalones ajustados. En este caso, la historia es verdadera y el protagonista inspira y nos muestra otra forma de amar. Si lo vemos por ese lado, es una historia de amor. Y hoy en día el mensaje es vital. El mundo siempre fue malo, pero hoy está peor y va a seguir peor. Seguimos comportándonos como hace 20 o 30 años.

—Corazón valiente y Apocalypto, que dirigió antes, se caracterizaban por la violencia de sus protagonistas, pero con esta nueva película pasa lo opuesto…

—Eso es lo que más me asombró a mí, que él no llevara ningún arma y no haya tirado nunca una bala, porque le parecía mal matar a alguien bajo cualquier circunstancia, aunque tenía la garra para ir al peor lugar que te puedas imaginar, armado con nada más que su fe, que es el mejor coraje que puedas tener bajo fuego. Y él lo hizo una y otra vez, en otros lugares del Pacífico, también, como Guam y las Filipinas. Le decían que no saliera, pero si alguien estaba en problemas, él salía a buscarlo. Y nunca lo tocaron. Sin un arma… para mí, es el mejor superhéroe.

—Aunque el protagonista no quiera matar, la violencia sigue muy presente en la película…

—Yo quiero que a la gente le repugne la violencia y por eso también acentué el otro lado, demostrando que se puede extraer algo bueno. Pero también quise ser realista en una situación de guerra. Okinawa fue una de las batallas donde más vidas se perdieron en el Pacífico Sur. Los japoneses incluso la describieron como una lluvia de balas de acero donde también hubo explosiones y hasta napalm. Quise mostrar la realidad. Pero también resalté lo que significa para un hombre la convicción de su fe en la situación más diabólica, por encima de la guerra y por encima de la religión.

—¿Cuánta investigación llevó la película, para merecerse una nominación al Oscar?

—Hablé con gente de la Segunda Guerra Mundial, porque me interesa mucho investigar. Hablé también con asesinos en la cárcel, con los que pelearon en Corea y muchos en Vietnam. Incluso uno de los que aparece en la película es un veterano de guerra que estuvo en Afganistán y a él le explotaron las piernas de verdad.

—¿Es cierto que en los momentos en que no le gustaba una escena, usted mismo saltaba al suelo?

—Pasé bastante tiempo de rodillas, ensuciándome, ya estoy viejo para esas cosas. Me acuerdo una vez que salí corriendo de un lado al otro, me resbalé y me maté. Pero adivina quién estaba ahí para salvarme… Andrew (Garfield). "¿Estás bien?", me preguntó. Me dio gracia, porque parecía que me hubiera encontrado con su personaje, no con él.

—¿Y por qué no buscó un rol como actor en la película, como lo hizo en Corazón valiente?

—Estoy en la película, mi sombra está ahí (riendo). Mi brazo también. Cuando Hugo (Weaving) aceptó venir a filmar el rol del padre de Andrew, los horarios cambiaron tanto que no pudo hacer la escena en la sala de tribunales y yo la hice. Está mi mano, mi sombra y después lo agregamos a él con los efectos de la pantalla verde, pero él realmente no estuvo en el rodaje, aunque se ve en la película.

—¿Terminó su carrera de actor, por completo?

—Por un tiempo yo había dejado de actuar porque sentí que mis campanas no estaban sonando. Por eso me enfoqué tanto en la dirección, a escribir y producir. Pero ya me vas a ver con Sean Penn en The Professor and the Madman, sobre un profesor que se dedicó a recopilar palabras para la primera edición del diccionario de inglés de Oxford, y a mediados del siglo XIX recibió más de 10.000 palabras de un doctor en un asilo de locos. Pero antes que lo preguntes, mi personaje es el del editor del diccionario, no interpreto al doctor del asilo de locos.