Hay un montón de situaciones, escenarios y contextos para los que no se está preparado. Y algunos los sortean mejor que otros, evidentemente. Uno calcula que tendrá que ver con la personalidad, los nervios, en definitiva, el temple de cada individuo: están los que acostumbran dar la cara, también los que arrugan. Pero siempre queda la impresión, acaso la certeza de que ese sentir previo al momento de enfrentar estas pruebas es similar. Es posible hacerse una idea de cómo es, aproximarse, incluso predecir esas imágenes.
Por ejemplo, uno intuye que antes de patear un penal decisivo en la final o antes de dar el primer beso a la que siempre se soñó o antes de salir al escenario, la sensación es idéntica. Se agita el corazón. La respiración se corta. Hay que saber buscarlo al aire. Pero aun así se amontona en el diafragma, no llega bien a los pulmones. Comienza esa suerte de disputa que determina en el éxito o el fracaso; nervios, un poco de calma, más nervios, calma y nuevamente nervios. Uno se atreve a imaginar ese momento, tiene en la cabeza esa imagen, porque son escenarios que ya supo vivir. O que, tarde o temprano, vivirá.
Aunque también hay otros espacios más complejos, desconocidos para la mayoría, porque difícilmente se los enfrentará, en el que las reacciones no son uniformes. Y entonces a uno de esa mayoría lo asalta la duda: ¿qué sentirá ese tipo que está en la cárcel? ¿Al que se le está quemando la casa?, plantea distintas posibilidades, sin exactitud, pero finalmente cree hallar una respuesta lógica. No resulta tan difícil.
Pero, ¿qué sentirá el tipo que va a matar a alguien? ¿Y qué sentirá ese tipo que sabe que lo van a matar?
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Hace un par de años, una de las tantas juntas en el búnker de Orrego Luco con Providencia, en la casa donde la pelota no dobla, encontró a un argentino junto al resto de la banda. Acompañado de un fernet, esa bebida amarga que tanto sobrevaloran los boludos y que tanto vilipendiamos los huevones, habló de Boca y el barrio de la Boca, de su amor declarado al último diez y del rock trasandino.
—¿Les gusta la Bersuit? "Vuelos" es un temazo en serio, eh. Además, tiene terrible historia de fondo —remató, haciéndose el enigmático.
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La mezcla tan bien lograda entre rock y cumbia, rock y reggae, rock y murga, rock y candombe. Los huevos bien puestos en cada una de esas letras que no titubean para dispararle a los políticos corruptos y a los ripios de la sociedad argentina. Y algo de su particular estética, esos pijamas que los visten en cada escenario. Bersuit Vergarabat, o La Bersuit si se prefiere, nació sobre finales de los ochenta (1988), pero sería durante la segunda mitad de los noventa cuando explotaría (Libertinaje, 1998) para convertirse en una de las bandas más emblemáticas del rock trasandino.
Banda que, sin embargo, muchas veces debió enfrentarse a duras críticas y a un singular prejuicio. A esos miles de profesores de música que aparecieron de tanto en tanto para encasillarlos en un estilo donde aparentemente ya no escribían más canciones, sino que sólo himnos de barra y de fiestas. Y sí, mucho del éxito que logró Bersuit se vincula estrechamente con el fútbol y los hinchas, los excesos y la resaca. Pero detrás hay más, mucho más.
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La historia de fondo de la que hablaba el argentino comienza a tomar forma.
La década de los setenta fue testigo presencial de la carnicería en la que se convirtió Chile, Argentina y el resto de Sudamérica, de manera escalonada. El macabro plan que Estados Unidos instaló para detener el avance de los gobiernos socialistas determinó que para 1976 la región ya estuviese completamente bajo las órdenes del camuflaje, los botines y los fusiles.
Dictaduras que rápidamente se transformaron en sinónimos de tortura, desapariciones, violaciones a los derechos humanos y muertes. Miles de muertes. Y de las maneras más sórdidas posibles. Un ejemplo claro de este cruento escenario es el que se viviría en Argentina, en el marco de «el Proceso» que conducía Jorge Rafael Videla.
Los "vuelos de la muerte", acaso el ápice del terror que infundieron los militares al otro lado de la cordillera, nacieron como una práctica de exterminio que buscaba burlar los problemas que habían causado en Chile y España, a Pinochet y Franco, los fusilamientos de subversivos. Un sistema, además, recomendado por la Iglesia Católica, en la que los casi cinco mil argentinos que fueron lanzados desde lo alto de los aviones militares contra el mar, lo hicieron profundamente dormidos. ¿Un poquito de humanidad en la tragedia? Vivos y anestesiados los lanzaban.
Fragmentos de hueso y tela. Pedazos de cuerpo. Un poco del horror que se encontró más de alguno en Cabo Polonio, Uruguay, o en las costas de Santa Teresita y Mar del Tuyú entre 1976 y 1983. Cementerios flotantes que, sin dudarlo, forman parte de la más triste historia argentina.
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Volvemos un cacho al principio: ¿qué sentirá ese músico que compone sobre la muerte? Y no sobre cualquier muerte... la muerte que envolvió a su país.
Le tocó la fibra. Lo emocionó. Y lo inspiró. Cuando Pepe Céspedes, bajista de Bersuit Vergarabat, cerró "El vuelo", la completa investigación que realizó Horacio Verbitsky (1995) sobre el exterminio que llevaban a cabo los asesinos uniformados en la dictadura, estuvo lejos de esa desdicha que muchos aseguran sentir cuando acaban un buen libro. Por el contrario, rápidamente puso en marcha su homenaje a la obra y a los caídos en los "vuelos de la muerte".
Y, también, quizás una respuesta a la pregunta que se planteaba al principio: qué sentirá el tipo que va a morir. Porque la canción que escribió Céspedes relata en primera persona, de forma triste y certera, el proceso de quien cayó en este vuelo eterno.
Solo voy a volver, siempre me vas a ver/ Y cuando regrese de este vuelo eterno/ Solo verás en mí, siempre a través de mí, un paisaje de espanto así.
Así nació "Vuelos", séptima canción del disco Libertinaje (1998), una balada que presenta un mensaje estremecedor y que deja al descubierto la peor cara del país trasandino. Un verdadero himno al otro lado de la cordillera. Y, esta vez, lejos del fútbol y los excesos.
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Por cierto, cuando acabó su fernet, en ese llamativo envase plástico de Coca Cola cortado a la mitad que llamaba "viajero", con satisfacción, el argentino cerró:
—Te moriste en la cárcel, Videla hijo de puta.
https://www.youtube.com/watch?v=lsiamo1iB-Q