Un día Chuck Berry se presentó a regañadientes en la televisión británica. El canal le suplicó que interpretara "Johnny B. Goode", pero en vez de aquello optó por "Memphis, Tennessee", tema de 1963 que habla sobre su hija y que no está a la altura de canciones como "Roll Over Beethoven" o "Rock and Roll Music". Berry tenía claro su propósito: "Si ustedes pagan unos honorarios de mierda, les corresponde una canción de segunda", les dijo a los del canal londinense.
Aunque cualquier solista ya se quisiera un "tema de segunda" como "Memphis, Tennessee" —que años más tarde, en 1972, Berry interpretaría junto a John Lennon en The Mike Douglas Show— el hombre que prácticamente inventó el rock & roll gracias a su manejo del blues y el country, tenía clara la película, al menos la de su vida. Con ese mismo guión llegó para su segunda visita a Chile, el 16 de abril de 2013. Claro que a diferencia de su paso por Santiago como invitado estelar del programa Vamos a Ver de Raúl Matas, en 1980, esa vez Chuck Berry no arrendó de su propio bolsillo un Toyota rojo furioso, que manejó él mismo y sin licencia, sino que exigió un Mercedes Benz negro, como si los acordes de "You Can't Catch Me", tema de 1956 que habla de su devoción por los automóviles, aún los tuviera en mente.
Aquella vez, la última vez en Chile, Chuck Berry llegó arrastrando su propia maleta, con gorro de marinero, pantalones y chaqueta negra, camisa blanca, lentes oscuros y un prendedor de oro incrustado con una piedra preciosa. Mientras se dirigía a la aduana, lanzó una breve mirada para ver por dónde estaba la salida del aeropuerto, como cualquier mortal no VIP. Como muchas veces hizo en su vida, se movió raudo y apenas acompañado por su mánager, con la mirada fija en los letreros del Aeropuerto Arturo Merino Benítez. En eso alguien le habló, pero el hombre de "Sweet Little Sixteen" ni se inmutó.
En ese entonces Berry tenía 86 años. Venía de Montevideo y precedido de una actuación en el Luna Park de Buenos Aires que la revista Rolling Stone, versión argentina, tituló como "el rock más triste" por un show "insólito propiciado por su inescrupuloso entorno". "Ey Chuck. Ey Chuck", insistió uno de los tres periodistas presentes ese día en el salón de salidas internacionales del aeropuerto. Pero Berry seguía con la mirada fija, como perdida, como si estuviera en piloto automático, sólo preocupado de abandonar lo más rápido posible la terminal. "Ey Chuck ¿Cómo estás?". Pero nada. Berry impertérrito, inmutable.
"Ey Chuck, de vuelta acá en Santiago", insistió el periodista, desde el costado izquierdo de Berry. Y recién ahí, después de unos buenos minutos, el músico atinó a bajar su cabeza y respondió, aunque de forma escueta: "Hola. Me siento muy bien de estar de nuevo acá", dijo. Fue un breve destello, un brevísimo despertar. Pero lo que podría haber sido un diálogo algo más extenso —ya que casi no había medios ni fans, apenas un par de taxistas y curiosos—, lo arruinó un camarógrafo de Mega, que a ojos de su mánager se acercó demasiado a la estrella estadounidense, por lo que se trenzaron a golpes, empujones e insultos varios.
Entonces Berry, que en ningún momento soltó su maleta, se subió rápido al Mercedes que había exigido y partió al Hotel Intercontinental, en Vitacura. Ahí llegó primero que su banda, integrada por su hijo, el guitarrista Charles Edwards Berry Jr. y que su hija, la armoniquista Ingrid Darlin Berry-Clay. Nadie, excepto un par de fans, lo esperaba.
Al igual que en el aeropuerto, Berry partió raudo hacia el lobby, pero en vez de enfilar hacia el lado izquierdo, como hacían sus hijos y tres representantes, enfiló hacia la derecha, con el mismo piloto automático. "Ey Chuck", le gritó su mánager. Pero el músico que irrumpió con letras de espíritu rebelde adolescente en plena década del 50, no lo escuchó. "Ey Chuck ¡Es por acá!", insistió, mostrándole al músico el camino que debía seguir hacia los ascensores. Al rato, Berry bajó de su habitación, para reclamar en recepción por unos cobros que consideró erróneos. Y antes de regresar a su pieza, firmó a la rápida un par de autógrafos, en silencio, sin mediar diálogo. "¿Estará sordo?", se preguntó ese fan.
Ya por la noche, Berry ofreció su show en el Movistar Arena, un acto al borde del bochorno que sólo salvó gracias a su impronta en el escenario que a muchos les bastó. Lo cierto es que destrozó sus hits, tocando en escalas distintas al resto de los músicos, a destiempo y con otros tonos. Pocos repararon que en realidad Chuck Berry había perdido parte importante de su audición: estaba prácticamente sordo de su oído izquierdo. Algunos fueron incluso más allá, aventurando que Chuck Berry, como tantas otras de sus pillerías, se hacía el sordo para evitar charlas con fans o periodistas, pero que esa jugarreta, para su pesar, se había convertido en realidad cuando agarraba su guitarra arriba del escenario.
Como sostiene Brown Eyed, Handsome Man, The Life and Hard Times of Chuck Berry, el músico nacido en 1926 en St. Louis (Missouri) y fallecido el sábado en ese mismo estado, siempre se salió con la suya.