"EL despotismo y las mentiras desfiguraron nuestra niñez a tal grado que me repugna y horroriza pensar en ella", escribió Antón Chéjov (1860-1904) a sus 29 años. Hablaba, y sin rodeo alguno, de los suyos, de su familia: "Cuando niño -recordaba- fui tratado con tan poca benevolencia que ésta me parece algo extraordinario. Me gustaría ser bondadoso con la gente, pero no sé cómo". Pero el joven ya lo había descubierto: en sus años como estudiante de medicina en Moscú y a espaldas del padre -Pavel, un comerciante pobre, "vano y mezquino", según su hijo-, halló en la escritura y sus libertades el placer de reírse sin culpa de la miseria ajena. También de la suya, por cierto: "Pero antes tuve que sanarme de todos ellos", redactó en la misma carta, que nunca envió.
"La medicina es mi esposa legal; la literatura, sólo mi amante", diría años después, aunque no tantos: la tuberculosis lo mató a los 44 años en 1904, pero el germen del humor ya estaba impreso en sus palabras, aun cuando retrataran familias tan desperfectas como la suya. Primero en breves notas, luego en notables cuentos y finalmente en sus obras teatrales.
Tras los fugaces pasos de Platónov (1881) e Ivánov (1886), dos de sus tempranas incursiones en la dramaturgia, a Chéjov le tomó casi 10 años convencerse de volver. En 1896, San Petersburgo fue testigo del estreno de La gaviota, una comedia dirigida por él y que expone el reencuentro de una familia de artistas, mientras afuera se teje la revolución. El debut fue un fracaso: las pifias dejaron afónica a la protagonista y el autor se escondió tras bambalinas. Solo dos años después, cuando Konstantin Stanislavski mostró su propia versión, convirtió a la obra en una de las más grandes de todos los tiempos.
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14 actores integran el elenco de Jardín de cerezos, dirigida por Héctor Noguera.[/caption]
El próximo viernes 2 de junio GAM estrenará un nuevo montaje del texto a cargo de Francisco Albornoz (Parecido a la felicidad), pero pronto se le sumarán otras dos obras del aclamado dramaturgo ruso: el 6 de julio Héctor Noguera repondrá Jardín de cerezos (1904) en el Teatro Municipal de las Condes, y el 28 de septiembre Alvaro Viguera (Happy end) llevará a escena en el CA660 una adaptación de El tío Vania (1898-1899) encomendada a Rafael Gumucio.
Humor y compasión
De que hay drama, lo hay; también tragedia y miseria, pero en todas estas obras, advierten sus directores, Chéjov dejó pistas de su tormentoso pasado familiar y, muy al fondo, una carcajada que lo hace aún más raro todo. "Tengo la impresión de que Chéjov trabajaba en el arte con la lógica de la medicina, es decir, mirando los síntomas", opina Albornoz: "Para él la familia es un entorno natural donde podía observar los síntomas de las convulsiones de la realidad. Y también lo es el arte. Quizás así se explican muchas de sus obras: historias familiares en las que se discute el arte como parte esencial de la vida", añade.
Lejos de pretender convertir la obra en una "joya de museo", el montaje protagonizado por Ximena Rivas y Francisco Reyes, entre otros, le baja el volumen al contexto en que fue escrita, aclara el director: "Al restarle peso a lo anecdótico de la Rusia chejoviana, aparece con más claridad el diálogo de la obra con nuestro presente. En el esfuerzo por traerlo a escena hoy, encontramos resonancias en el tiempo de convulsión en el que vivimos. La Rusia de 1896 era el tiempo y preámbulo de una de las grandes revoluciones, y en el Chile del siglo XXI quizá estemos viviendo un aire parecido", dice.
Una casa de campo chilena será el escenario de El tío Vania adaptada por Gumucio, un viaje íntimo a una familia rusa y campesina de fines del siglo XIX, y cuyo patriarca se ve invadido por el flagelo del fracaso. "El campo y su aburrimiento enfatizan las pasiones y su falsedad", lanza el autor. "También nos guió la idea de sacar a Chéjov del ambiente de ensueño poético en que muchas propuestas lo encierran, sobre todo por el retrato familiar que puso aquí: la familia para él es un teatro, y el teatro es una gran familia. Las afinidades electivas solo construyen novelas aburridas. No hay drama cuando no hay obligación. Lo que hace a la familia tan buena dramáticamente es que nos obliga a estar y querer y odiar gente que no hubiésemos elegido nunca. Eso es un clásico: uno de esos relojes parados que dan la hora dos veces al día por lo menos, y creo que ahora mismo es la hora de Chéjov", agrega.
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Ximena Rivas y Francisco Reyes actúan en La gaviota.[/caption]
Viguera, director de la puesta en escena que tendrá en su reparto a Marcelo Alonso (como el tío Vania), Antonia Santa María, Sergio Hernández, Gloria Münchmeyer y Verónica García Huidobro, cree que la principal problemática del texto es el choque de la tradición frente al progreso: "Chéjov junta dos mundos opuestos en un contexto de ocio, donde las ideas y vicios pasionales surgen casi espontáneamente. La adaptación de Gumucio juega de manera prudente pero muy inteligente con la versión original. Mueve las situaciones de tal manera de crear un acercamiento al Chile actual y que nos fuerza a actualizar, de paso, los códigos de actuación. Si no puntualizábamos la dramaturgia con un problema específico, la representación se hubiese atrapado de forma poco interesante".
Para el Premio Nacional de Teatro 2015, Héctor Noguera, quien vuelve con su aplaudida versión de Jardín de cerezos de 2013, "estas tres obras retratan la familia con humor y compasión. Con pena y humor. La familia siempre es un núcleo en el cual se refleja también un país y tiene que ver con la época y la conformación de una sociedad".
Con un elenco de 14 actores, incluidos Marcelo Alonso y Amparo y Emilia Noguera, el actor de El padre reconstruye la historia de una familia al borde de la quiebra y el desalojo. Aun así, resalta la mueca chejoviana en medio del drama: "Todos sus personajes tienen humor, unos más que otros. En El tío Vania está el profesor viejo que nunca supo de nada, en Las tres hermanas los médicos que olvidaron la medicina, y otros que son directamente cómicos y clownescos incluso. No hay que olvidar que el autor preferido de Chéjov era Molière, y eso responde a la tradición teatral, pues él es un hombre de teatro", dice. El director concluye recitando de memoria una carta que Chéjov escribió alguna vez a su mujer, allá por 1898: "Finalmente -le dice-, Stanislavski me va a convertir en lo que más detesto: un intelectual".