Nació en 1990 como iniciativa del Estado, pero a lo largo de estos 25 años ha quedado claro que el espíritu que irradia la Galería Gabriela Mistral (GGM) la hacen los propios artistas que allí han expuesto. Alfredo Jaar, Juan Downey, Francisco Brugnoli y Lotty Rosenfeld, fueron algunos de los primeros creadores en desplegar sus propuestas en un espacio que se transformó en símbolo de la relación que se restablecía entre artistas y el gobierno, en los primeros años de la vuelta a la democracia. Hoy es un referente y una parada obligada para cualquier creador joven que quiera posicionar su trabajo.

En 2011, el Consejo de la Cultura puso en entredicho la continuidad de la galería y de inmediato se armó una masiva campaña en Internet, la que reunió 800 firmas de curadores, galeristas y artistas que defendían su existencia.

Cinco años más tarde, la colección de 175 obras de la galería -la más grande de arte contemporáneo local en un espacio público- se despliega por primera vez de forma íntegra en los 4 mil metros cuadrados del Centro Nacional de Arte Contemporáneo Cerrillos, instalado en el ex aeropuerto de la comuna. La exposición se titula Lo que ha dejado huellas y de alguna forma consolida el rol de la sala ubicada en Alameda.

"La colección ha itinerado por distintas regiones durante los últimos 10 años, así que nunca había estado junta en un solo lugar", cuenta la directora del espacio, Florencia Loewenthal, quien además oficia de curadora de la exposición junto a la artista Magdalena Atria.

Para la directora del centro cultural, Beatriz Salinas, la muestra tiene especial importancia: "Se trata de una colección del Estado de Chile que, por tanto, pertenece a todos los chilenos.

Además, estos trabajos muestran una panorámica del arte contemporáneo chileno de las últimas décadas, una oportunidad única para ver a muchos artistas con diferentes lenguajes y estilos en un solo lugar", señala.

Francisca Loewenthal subraya su relevancia: "En arte contemporáneo es la colección más importante. El Museo de Bellas Artes ha adquirido obras contemporáneas, pero su acervo es aún pequeño y el MAC tiene una colección fundamentalmente de arte moderno", dice la directora de Galería Gabriela Mistral desde 2012. Una de sus gestiones más destacadas fue convertir el muro que da hacia la calle en una vitrina, que otorga más visibilidad al lugar, al ponerlo en contacto directo con el público.

Desde 1995, la galería estableció un sistema de donaciones de obras de todos los artistas que exponen, de ese modo reunió las más de 170 piezas. "No todas son obras que se han expuesto, también hay piezas que los artistas han querido donar porque son más representativas de su obra en general. A nosotros nos interesa que la obra le haga bien a la colección", dice Loewenthal.

Huellas y efectos

Con un acervo tan diverso en temáticas, materialidades y generaciones, era imposible establecer un eje común para todos los trabajos. "La colección tiene una coherencia porque hay un periodo, un grupo de artistas activos desde los años 90 hasta hoy, con un perfil claramente contemporáneo, pero no quisimos ordenar las obras en torno a temas; eso habría sido ir en contra de toda la lógica que la misma colección tiene", explica Magdalena Atria.

El punto de partida lo da una pieza especial: un grabado de Patricia Israel que reproduce un texto del arqueólogo Carl-Axel- Moberg, el que es utilizado para clasificar sus hallazgos. "Lo que es accesible/lo que ha sucedido (1)/ que ha dejado huellas (2)/ que se ha conservado (3)/ que se ha descubierto (4) y registrado (5)/ lo que no ha sido registrado/ lo que no ha sido descubierto (C)/ lo que ha sido destruido (B)/ sin que queden rastros (A)/ es inaccesible", reza la obra de Israel, quien transforma el uso y sentido del texto.

"Convertido en obra de arte el texto científico cobra un enfoque poético muy sugerente y abierto, que nos ayudó a ordenar las obras en dos polos: lo que es accesible, lo palpable; y lo intangible e insondable", dice Atria.

La muestra se divide, entonces, en aquellas obras más ligadas al mundo cotidiano, a lo concreto, y las otras que se acercan a límites menos definidos, que apelan a la abstracción y a la imaginación.

El recorrido parte en el subterráneo, donde por ejemplo están las 100 miniaturas de sí mismo que realizó Bernardo Oyarzún, vestido de obrero y que simulan ser juguetes de acción; un grabado de Arturo Duclos que propone una reflexión sobre la capacidad de resignificación del arte; una videoinstalación de Claudia Aravena que alude a la construcción de identidad a partir de su propia experiencia de vivir en Berlín y Santiago, y una serie de 123 fotografías de Andrea Goic, de diferentes objetos cotidianos, grabadas en trozos de asbesto.

En los dos pisos superiores, en tanto, hay piezas más críticas o que aluden a otros mundos. Está la foto de Demian Schopf que propone una revisión sobre la pintura de ángeles y arcángeles apócrifos en la Colonia; una escultura con materiales precarios de Cecilia Vicuña, quien trabaja con las ideas de lo efímero, lo sagrado y lo ritual; una pintura de María Paz García que reproduce una imagen digital borrosa para hablar de la influencia de la tecnología en la percepción, o los grabados "fantasmagóricos" de Julia Toro, con la imagen del poeta Jorge Teillier, que hablan de la fragilidad de la memoria.

Otros artistas que destacan son Paz Errázuriz, Norton Maza, Nury González, Pablo Rivera, Iván Navarro, Patrick Hamilton e Ignacio Gumucio,

"Estas obras constituyen un pedazo de historia del arte chileno; para todos los que empezamos a exponer en esa época ha sido importante la galería y hasta hoy es uno de los lugares más relevantes de la escena", afirma Atria.