Corría 1987. La escena parecía dividirse en partes iguales entre el pop de estadios y el rock cargado de voluminosas melenas y vestimentas pomposas. Por un lado, Michael Jackson instalaba éxitos radiales como "Smooth criminal" y "Bad", tal como George Michael hacía bailar con su impecable "Faith". Whitney Houston, por su parte, vivía días de gloria tras alcanzar el puesto número uno en Estados Unidos con su álbum Whitney. Parecía una década de fecundo pop. En la contraparte, la escena de Los Ángeles recogía los principios arrojados 10 años antes por Kiss, T-Rex y Alice Cooper, y los llevaba al siguiente nivel. Motley Crue o Poison serían algunos de esos exponentes, adueñándose de una prolífica Sunset Strip. El viejo hard rock parecía olvidado en tabernas que recordaban lo mejor de AC/DC o Led Zeppelin. Sin embargo, dos años antes, cinco jóvenes con un voraz apetito por la destrucción comenzaban a cocinar una placa dispuesta a rescatar aquella mística: Guns N' Roses se agazapa para lanzarse a devorar la industria sin importar géneros.

El debut glorioso

Guns N' Roses tuvo uno de los debut discográficos más atronadores del rock. Appetite for destruction, lanzado el 21 de julio de 1987, fue éxito de ventas, se encumbró en los primeros puestos de la taquilla y fue capaz de conquistar casi en partes iguales a público de pop y de rock. Pero no solo eso. La placa, que ha alcanzado las 30 millones de copias vendidas, conquistó sin mesura a la crítica especializada y destacó en una época plagada de discos prodigiosos. La revista Rolling Stone situó Appetite en el puesto 62 de los 500 grandes álbumes de todos los tiempos.

"El álbum de debut más vendido de todos los tiempos, Appetite for Destruction, presenta mucho más que el aullido de W. Axl Rose. El guitarrista Slash le dio a la banda emoción blusera y energía punk, mientras que la sección rítmica trajo el funk en éxitos como 'Welcome to the Jungle' y 'Mr. Brownstone'. Cuando todos los elementos se unieron, como en los dos minutos finales de "Paradise City", Guns N' Roses dejó todas las bandas de metal de los ochenta que parecían pretendientes de pelo canoso, y ellos también lo sabían", reseña el prestigioso medio.

Y como todo disco clásico, la historia previa tiene lo suficiente de entretenimiento como para perpetuarse entre los 12 tracks que lo componen. Una vez establecida la alineación definitiva, el quinteto revivió el paradigma común de las bandas de rock: se fueron a vivir juntos en roñosos pisos, se embarcaron en giras con lo justo, compartían las novias, repasaron todas las adicciones imaginables en esa década y se enfrascaban en conatos con otros músicos. Lo típico.

No obstante, su hambre de gloria rocanrolera parecía no tener límite. Slash lo retrata perfecto en un pasaje de su libro autobiográfico: "Planeábamos empaquetar el equipo (para la primera gira) y partir en un par de días, pero nuestra obsesión acojonó a nuestro batería, Rob Gardner, de tal manera que prácticamente dejó la banda al momento. No nos sorprendió a ninguno, porque Rob tocaba bastante bien pero desde el principio no había terminado de encajar, no estaba hecho de la misma pasta, no era uno de nosotros, no era del tipo 'voy a vender mi alma por el rock and roll'". Y es que "vender el alma al diablo por el rock and roll", más allá de ser una hipérbole o una metáfora, parecía el lema que el conjunto tenía en sus años de inicio, en los que escaseaban los lujos, pero no el compromiso con el sueño.

Inspiración desbordada

"Hey, ¿te acuerdas de aquel riff que me tocaste hace algún tiempo? Era bueno. Vamos a oírlo", exclamó un joven William Axl Rose a Saul Hudson, conocido en ese entonces solo en su círculo como Slash. El melenudo tomó su guitarra y comenzó a ejecutar la línea de guitarra que le pidió su colega. Todos sintonizaron al instante. Duff McKagan sumó sus ideas en el bajo, Steven Adler su ritmo en los tambores e Izzy Stradlin los acordes de segunda guitarra. Rose fue improvisando letras inspirado en su llegada a Los Ángeles. En tres horas, sin sopesarlo, habían escrito uno de los últimos emblemas del rock n' roll y la que sería la apertura de su exitoso disco. "Welcome to the jungle" estaba lista, o casi, para ser presentada en sociedad.

El quinteto desbordaba inspiración en los andrajosos locales que usaban para ensayar o hacer sus primeras presentaciones. Con total naturalidad fueron saliendo los tracks que componen Appetite. "En aquel entonces parecíamos compartir un conocimiento común y una especie de lenguaje secreto; era como si ya supiéramos de antemano lo que los demás iban a traer al ensayo y ya hubiéramos escrito una parte apropiada para complementar la canción. Cuando estábamos todos en la misma onda, realmente era así de fácil", recuerda Slash en su libro biográfico.

Con la misma fluidez que "Jungle" fueron saliendo todas, dejando incluso material para lo que luego serían sus trabajos de estudio posteriores. Según Slash, eran días de creatividad: "Muchas de las primeras canciones nos salieron con casi demasiada facilidad. "Out Ta Get Me" quedó lista en una tarde".

Las canciones podrían entenderse como una buena forma de conocerlos en su mejor época. Ejemplos, todas. Acá dos: En una noche de parranda (situación casi diaria), tras beber Night train, el vino barato del cual eran asiduos, comenzaron a soltar frases en su honor, que luego quedarían inmortalizadas en "Nightrain", uno de los cortes más vertiginosos del disco.

Otro: según la ocurrencia de Axl, los gemidos sexuales de una chica podrían "mejorar" una canción. La historia de aquello, con lo suficiente de mitología como para permanecer en los anales sabrosos del rock, cuenta que Axl escuchó "Rocket Queen" y sentía que "le faltaba algo". Entonces, le pidió a Adriana Smith, ex pareja de Steven y con quien tenían encuentros sexuales frecuentes, lo que "necesitaba" el track. El productor Tom Zutaut recuerda que Rose le dijo a Smith: "Te haré famosa. Te voy a coger, colocaré micrófonos y vamos a ponerlo en la canción. Todo irá directo a los libros de historia". La canción está ahí.

"Nuestras canciones eran de lejos lo más importante para nosotros, vale mucho más que el dinero extra que ofrecen las etiquetas. Nadie iba a decirnos cómo hacer nuestro registro", dice McKagan en su libro biográfico.

Las décadas posteriores fueron testigos de los encendidos conflictos entre Axl y Slash, que llevaron a apagar la llama inicial. Sin embargo, Appetite for destruction permanecerá indestructible como uno de los mejores y más sinceros registros de la historia del rock.