Van 30 segundos y Lorde entona el fraseo inicial de "Green Light" llegando a cada nota con perfección e intensidad. Sólo un arreglo de cuerdas la acompañan mientras su rostro mira de forma penetrante la cámara que proyecta su imagen en las pantallas gigantes de su escenario. Porque estará en Lollapalooza, en el Grant Park, en Chicago, pero es SU escenario.
Van dos minutos y la neozelandesa deja la canción anterior inconclusa, y empieza con "Tennis Court"; la primera canción de su primer disco. Una que viene tocando hace cuatro años en vivo, que tocó en Lollapalooza Chile en 2014, cuando ya era un huracán en vivo. Pero era aún una niña. Por lo menos en comparación a lo que estaba haciendo anoche en Chicago. De rojo intenso, Lorde bailó la canción como si fuera un himno de discotheque. Cada paso de su cuerpo y nota de su garganta exudaba confianza. Su mirada y su sonrisa son tan desafiantes como cómplices.
Van seis minutos y la joven de 20 años interpreta "Magnets", la canción que grabó con Disclosure. Sigue bailando y cantando sin fallar nunca el tono. La lluvia sube de intensidad y por primera vez da la sensación de que sería peligroso continuar. Lorde no se da por aludida. Sale del techo que la protege y se empapa como los miles de rostros que la enfrentan.
Van diez minutos y Lorde dice que cree que es algo bruja. "El mal tiempo me sigue a todos lados". La lluvia de todas formas baja. La cantante envalentona al público, los invita a "invocar los espíritus". Si faltaba un término para describir qué tanto había cambiado desde esa visita a Santiago y anoche ya no quedan dudas. Hoy Lorde es una estrella. Se mueve, canta, habla y mira como una estrella. Comienza "400 Lux", otro tema de su primer disco. No aparecían aún canciones de su nuevo álbum, (el excelente) Melodrama. Ni las habría.
Van 15 minutos y Lorde avisa que están teniendo algunos problemas técnicos por el agua. Pero quiere seguir y continúa hablando con el público. Pero la producción se empieza a subir al escenario. La cantante mira a un costado y su sonrisa desaparece, siendo reemplazada por desolación pura. "Mierda", dice con incredulidad. "Me dicen que me tengo que ir, no lo puedo creer". Jura que intentará reanudar el show. Pero no. Lo que sigue es una evacuación masiva por la tormenta. Una historia que no es ni remotamente tan interesante como lo que prometieron los 15 minutos previos, que terminaron como una mini tragedia, sin ningún consuelo ni conclusión. Sólo se puede imaginar como habría sido lo que vendría y suspirar con resignación.
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