Da noticia como la nueva banda de Mike Patton. En rigor llegó de reemplazo y grabó a distancia. Lo central es esto: Dead Cross encarna la feliz consecuencia de un disco fallido.

Surgió del legendario Dave Lombardo, batero clásico de Slayer. El músico de origen cubano había arrendado un estudio para trabajar en un nuevo grupo con Ross Robinson, el productor gurú del nü metal en los 90. No funcionó. Dinero invertido, una gira ya pactada y no tenía nada. Paradojalmente la ayuda llegó de Robinson. Necesitaba una mano en un proyecto con el bajista Justin Pearson y el guitarrista Michael Crain. Pearson es un prolífico artista asociado al punk que suele fraccionar la música con violencia y complejidad matemática. Entre varios conjuntos milita en The Locust y es compañero de Crain en Retox. Clic. Lombardo es fan de ambos grupos. Armaron una jam. Química.

Busquemos cantante. Gabe Serbian, que ha circulado entre ambas bandas, graba algo pero se retira. Un asistente de Lombardo sugiere el nombre de Patton. El hombre de las mil voces accede a pesar de la agenda a tope porque también le gustan The Locust y Retox. Patton escribió las letras y registró en su casa nueve canciones originales más el clásico "Bela Lugosi is Dead" de Bauhaus. Son 28 minutos de música, de lo mejor en que ha estado involucrado en largo tiempo.

Energía brutal bajo estricto control. Eso encarna Dead Cross. Es impresionante porque se trata de músicos veteranos entre 40 y 50 años con la capacidad de aplastar fácilmente a cualquier banda con la mitad de sus edades, practicando una mezcla de hardcore y thrash de incesantes configuraciones ejecutadas con extraordinaria precisión.

Lombardo es prácticamente un género en sí mismo, inigualable en mezclar velocidad y alternar métricas como metralleta con un remozado sonido de vieja escuela. La producción de Robinson refuerza la sensación de urgencia a pesar de la cantidad de detalles contenidos bajo esa manera de hilar cinematográficamente las canciones, rúbrica de Patton. Ante el material musical provocativo plagado de explosiones, pausas y arremetidas sin perder cohesión, el cantante reacciona con la exuberancia habitual de guturalidad, chillidos y múltiples capas vocales subordinadas a una permanente preocupación por la melodía, entramado que actúa como un salvoconducto para sumergirse tranquilamente en ese torbellino de cambios.

La mayoría de las canciones promedia los dos minutos sin embargo son viajes intensos y profundos que parecen extenderse por mucho más. Este es un súper grupo atípico donde la suma de las partes se cohesiona eficazmente en busca de una obra mayor.