Así U2 rindió en Santiago su álbum consagratorio
Esta es la bitácora de cómo los irlandeses reprodujeron The Joshua tree en el Estadio Nacional, a 30 años de la obra que los transformó en la banda más grande de la Tierra.
Impecable arranque de "Sunday bloody sunday". La batería de Larry Mullen está al medio de la pasarela que desde el escenario se interna hacia la audiencia. El sonido es crudo y resuelto, como lo era en War (1983), el álbum al cual pertenece esa pieza clásica. La pantalla aún permanece apagada, las luces son directas y sencillas. Bono grita "no more!" y el estadio responde tibio. Las líneas de bajo de Adam Clayton auguran "New year's day" seguidas del melancólico piano eléctrico de The Edge.
Luego, los teclados introducen "Bad". El tema va creciendo, la gente suma sus voces. Bono acomoda su garganta para no desteñir y sale jugando cuando intercala versos de "Gracias a la vida" de Violeta Parra. La gente enciende sus teléfonos. "Feliz cumpleaños Violeta Parra", exclama el vocalista en español. La gente responde cantando a medias. Continúan con "Pride (in the name of love)" en una versión algo pálida. Son todas canciones previas al estallido de The Joshua tree, ese álbum que U2 hizo como una reacción no solo a EE.UU. como se dijo en su momento, sino también un disco que en medio de los 80 era un portazo a las programaciones y los sintetizadores. Sin embargo son los teclados los que nos toman de la mano para "Where the streets have no name" con esos bajos densos pulsados por Adam Clayton mediante un sistema de pedales típico de las viejas bandas progresivas. La pantalla se enciende y es alucinante su efecto como es tradición del grupo.
Continúa "I still haven't found what I'm looking for" donde el líder nuevamente acomoda el fraseo -nada grave- para rendir piezas grabadas hace ya tres décadas. La banda también acomoda el tema para que la gente cante en reemplazo de algunos pasajes instrumentales.
Es el turno de "With or without you" y las imágenes de parajes en blanco y negro de la pantalla mutan en colores para un paisaje de montañas rojizas. Clayton y The Edge se desplazan hacia los extremos del gigantesco escenario. El estadio completo corea. Es una sola voz la que se escucha en Ñuñoa.
U2 arremete de inmediato con "Bullet the blue sky", esa pieza con la que denunciaban las tropelías internacionales de EE.UU. en los 80. Bono repite la escena de la gira Rattle & Hum (1988), apuntando a The Edge con un reflector.
El escenario baja las luces para "Running to stand still". El guitarrista se pasa al piano eléctrico. La gente demuestra que es una de sus favoritas entonando cada línea con emoción. La interpretación de Bono bordea el dramatismo teatral. La pantalla se concentra en su rostro surcado por el tiempo. Coge una armónica para cerrar una de las composiciones centrales de The Joshua tree.
El arranque de "Red hill mining town" contiene arreglos distintos. Un grupo de bronces aparece en pantalla para darle un toque de solemnidad a la canción mientras The Edge sigue al piano en detrimento de la emotiva guitarra original de aquel título que cerraba el lado A del viejo cassetre editado el 87.
Pasamos a la otra cara con "In God's country" y nuevamente hay un arreglo que acorta un pasaje instrumental. Luego nos sumergimos en los aires country western de "Trip through your wires" con Bono armonizando su voz con la de The Edge.
La siguiente, "One tree hill", es presentada en homenaje a Víctor Jara, cuyo nombre es citado en la letra gracias a la influencia de René Castro, un artista chileno amigo de Bono que le mostró la obra del cantante asesinado por la dictadura.
Llegan las últimas canciones. Primero la aguerrida "Exit", con su tensión creciente y ruidos pantanosos de fondo. Bono se calza un sombrero vaquero. La banda se deja llevar en los torbellinos de guitarra de The Edge. El final arriba con "Mothers of disappeared", dedicada quienes buscan a sus hijos desaparecidos. Esta vez en el Estadio Nacional, a diferencia de lo que sucedió con la primera visita de U2, no se divide en detractores y simpatizantes del gobierno de facto. Solo hay silencio y respeto ante el cierre magistral de un álbum que cambió para siempre la historia de la banda de Irlanda.
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