Este disco es como si Pink (38) estuviera participando de algún concurso de talentos de televisión donde ella misma podría ser jurado en su categoría de superestrella, y va superando fases con oficio y convicción. Practica pop, rock, dance y R&B, lo que le pidan. Canta mucho, todo cuanto puede. Porque Pink, es innegable, es una tremenda intérprete. Desde la primera nota no queda duda del profesionalismo y el entrenamiento. Se defiende espléndida sin efectos. Hace lo que quiere con su voz.

Pero hay algo que provoca Pink y sucede desde su irrupción en 2000 con "Can't take me home". Es como un camaleón que va llegando un poco tarde y cuesta definir qué encarna finalmente como artista.

Beatiful trauma no cambia la impresión de que su mayor talento se resume a la gimnasia vocal descollante y la capacidad de apropiarse de estilos con gran técnica. Está dominado por baladas poderosas y conmovedoras para lucir la garganta, como "Whatever you want", "For now", "Wilds hearts can't be broken" y "You get my love".

Hay algunos desvíos como el r&b de "Better life", la aparición estelar de Eminem en "Revenge", y la sospecha en algunos pasajes de que escuchó 1989 de Taylor Swift, publicado hace tres años, tomando nota. En esa tradición Pink sigue imbatible. El timing no es lo suyo.