U2: el fuego olvidado
En U2 hay demasiados intereses en juego, demasiada clientela a la que atender. La única opción para satisfacer esas necesidades es nivelar hacia abajo. En ese ejercicio perdieron el equilibro y van en caída libre.
Sin ser una banda progresiva U2 necesita conceptos tras sus discos. The Joshua tree (1987) era la crónica sobre el aprendizaje de la música estadounidense. Achtung baby (1991) y Zooropa (1993) ahondaban en la posmodernidad con psicodelia, voltios y la interconexión antesala a Internet. Pop (1998) proclamó el derecho a reconvertirse en artistas de discoteca. En paralelo el grupo irlandés creció hasta alcanzar ribetes corporativos y así llevamos más años comentando escenarios monumentales y millones de tickets en giras mundiales, que álbumes y canciones para atesorar. Ya no se trata de una banda sino de una transnacional del rock.
Con esas reglas la misión es convocar más y más gente. U2 apunta a la vida misma y el repaso autobiográfico. Songs of innocence (2014) intentó describir la infancia y juventud del cuarteto, y Songs of experience -una especie de segunda parte- debía abordar la adultez. Se dijo que este disco estaba casi listo junto al anterior, pero las declaraciones dejaban entrever un lento proceso de composición y grabación, más una infinidad de productores en un registro itinerante y desarticulado. Finalmente poco convencidos del material, Trump, el Brexit y el fenomenal porrazo que Bono se dio pedaleando en Central Park, ofrecieron la posibilidad de un borrón y cuenta nueva. El líder tenía una cantera temática a sus anchas: la política de las súper potencias con cuyos líderes se reúne a la manera de un alto dignatario, en un incómodo abrazo entre rock y poder que arrojó luces de sus resultados, al conocerse las últimas revelaciones de los Panama papers que lo involucran.
La adultez o los giros de la altas esferas anglosajonas, como sea los conceptos superan la inspiración de los músicos. U2 siempre ha sido una entidad de roles descompensados. El tiempo sigue acentuando la irrelevancia de Larry Mullen y Adam Clayton. The Edge, responsable de la música, suma tres álbumes sin ideas. Lo de Bono es igual de grave. No solo es la pérdida de caudal vocal sino extraviar su propio sello. Sin material consistente para erigir su parte casi no quedan rastros de la emotividad y la épica que le hicieron célebre, hasta convertirlo en un legendario dominador de estadios.
Con los elementos vitales de la personalidad musical del grupo adormecidos -inexplicablemente la guitarra parece desconectada de la maraña de efectos clásicos de U2-, quedan unas canciones desesperadas además por agradar a públicos juveniles. Bono recurre a un burdo vocoder en la liturgia fracturada y repetitiva de Love is all we have left. The showman (little more better) semeja un descarte playero de One Direction, y Love is bigger than anything in its way samplea con flojera una de sus huellas dactilares, el socorrido "oh oohh oh"- rúbrica en Pride (in the name of love). Kendrick Lamar tiene una aparición fugaz e injustificada en una transición entre temas, como el tipo de canción construida con la progresión de Beautiful day, convertida en el molde central de U2 en este milenio -cartografía con la cual Coldplay ha escrito su carrera-, se repite anodinamente en Get of your own way. The little things that you away sintetiza el descalabro, presionados por destilar un nuevo himno como una mala copia de si mismos.
En U2 hay demasiados intereses en juego, demasiada clientela a la que atender. La única opción para satisfacer esas necesidades es nivelar hacia abajo. En ese ejercicio perdieron el equilibro y van en caída libre.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.