Estado vegetal, de Manuela Infante, hace pensar al espectador y uno queda con la sensación de que sale más inteligente y hasta más sabio después de la función, algo poco común en el teatro actual. Esta impresionante obra indaga en cómo sienten, piensan y se comunican las plantas e instala fascinantes preguntas que podrían inquietar a cualquier vegano: ¿Sienten o tienen conciencia los organismos vegetales? ¿Son inteligentes? ¿Tienen alma? ¿Son superiores a los animales y seres humanos?

Las respuestas vienen de los últimos estudios en neurobiología. Para sobrevivir a la depredación las plantas evolucionaron hacia no tener órganos con funciones específicas, ahora eso no significa que no posean esas funciones. En pocas palabras, los vegetales son capaces de ver sin ojos, oír sin orejas, respirar sin pulmones y pensar, memorizar, calcular y aprender sin cerebro. Incluso son más sensibles que los animales porque tienen repartidas esas capacidades en todo su organismo y no en puntos específicos. Las plantas duermen, recuerdan y se señalan entre sí, lo que demuestra que, lejos de ser organismos pasivos, resuelven problemas, juegan, se comunican entre ellas e interactúan con el entorno desde su aparente quietud, una percepción más sutil y pausada que nuestra acelerada y pedestre noción del tiempo.

La directora Manuela Infante toma estos conceptos y los aplica a una dramaturgia coral, con una dimensión poética y polifónica ramificada en toda su estructura, como la sensibilidad de las plantas. Estado vegetal pareciera escrita y construida tal como sienten estos organismos.

La magnífica actriz Marcela Salinas interpreta una serie de personajes relacionados con el conductor de una moto que quedó en estado vegetal tras chocar contra un centenario árbol: un burocrático encargado de áreas verdes de la municipalidad, una vecina verborreica y cahuinera, una joven que se mueve con lentitud por la vida, la madre del accidentado y una anciana que se siente obligada a sacar el piso de su casa para instalar sus plantas de nuevo en contacto con la tierra.

Con un pedal looper, Salinas graba las voces de sus diferentes personajes para reproducirlas e interactuar con ellas. Rodeada de plantas, estas susurran y generan vibraciones cuando la actriz se acerca con micrófonos. Los árboles parecen tener voz, hablan todos a la vez y se agrupan en una amenazante masa que se mueve al fondo del escenario. Como en un radioteatro surrealista, la actriz aprieta una hoja seca y edita el ruido para convertirlo en el registro de un apocalíptico incendio que recuerda la catástrofe forestal que afectó al país en enero pasado. Por su complejidad performática, hipnótica propuesta sonora y estética y el alto nivel interpretativo de Marcela Salinas, Estado vegetal es, sin duda, una de las más sobresalientes obras de este año teatral