Por coincidencia, Nicolás López vivirá por segunda vez en su carrera un escenario intimidante para cualquier realizador a nivel global: estrenar una película con Star Wars aún en cartelera, y apenas en su tercera semana. Por suerte, el cineasta nacional tiene un antecedente favorable: en enero de 2016, fue su película Sin filtro la que destronó a la entrega anterior de la saga galáctica, El despertar de la fuerza, del primer lugar de la taquilla nacional (y de paso se transformó en la segunda película chilena más vista de la historia).

Ahora López vivirá una situación similar, cuando el 4 de enero estrene No estoy loca, una "secuela espiritual" de Sin filtro, que competirá con Star Wars: Los últimos Jedi. "Estoy tranquilo después de todo lo que pasó en México con Hazlo como hombre (su película realizada para ese país), donde me tenían híper asustado con la idea de competir con todas las superproducciones, y terminó siendo que esta película chica, hecha para sólo ese mercado, terminó haciendo más de un millón de espectadores en su primer fin de semana", dice López, aunque reconoce: "Sí, ya la coincidencia es medio absurda; seguir compitiendo con Star Wars, que es un monstruo, siempre se siente como David vs Goliat (se ríe). Pero nunca he trabajado desde el miedo. Yo creo que la única forma en la que puedes pelear con una superproducción es con la identificación y la emoción. Nunca vas a lograr igualar el espectáculo visual que dan las otras películas. Pero la emoción le gana a los efectos".

En No estoy loca, la segunda parte de la trilogía temática que López ha llamado "mujeres contra el mundo", el realizador se vuelve a asociar con Paz Bascuñán, quien esta vez interpreta a Carolina, una mujer que el mismo día que le dicen que es infértil, descubre que su marido le es infiel con su mejor amiga, y que además tendrán un hijo. Tras intentar suicidarse, Carolina termina en una clínica psiquiátrica donde debe aprender a convivir con el particular ambiente del lugar, y sus otros internos.

Si bien la cinta es, a grandes rasgos, una comedia, la película se separa de Sin filtro al incorporar momentos mucho más dramáticos al momento de abordar la salud mental. "Yo creo que es lo más difícil que he tenido que realizar. En mis películas anteriores siempre primaba la capacidad de hacer reír. Aunque había un coqueteo con la emoción, siempre terminaba en un chiste. Lo que me pasó con esta historia es que eso no funcionaba", dice López a Culto.

-¿Fue muy distinto escribir esta película con respecto a Sin Filtro?

Lo que pasó es que teníamos un momento muy limitado para filmar, porque Paz tenía que grabar Soltera otra vez 3, entonces si no la terminábamos a tiempo, había que esperar casi un año. Y días antes de empezar, Miguel (Asensio, el productor, y socio de López en Sobras), me dijo, "mira, esta película con este guión está bien, pero es una película más. Pero como productor no me parece que es interesante ni un desafío". Y así, 20 días antes de comenzar a filmar, se reescribió el guión completo. Nos metimos en territorios que dolieran más. Mi mamá una vez tuvo una depresión brutal, y me tocó vivir todo ese tema de cerca. Y yo mismo he ido toda mi vida al psiquiatra. Entonces queríamos hacer algo que fuera divertido, que nos podamos reír, pero que también fuera fuerte.

-Cuando se habla de salud mental, se suele juzgar mucho más duro a las mujeres y la película toca ese tema en el personaje de Paz Bascuñán…

Cualquier mujer que exprese lo que siente, le dicen loca. Tiene que ver también con una sociedad en la que no se te deja sentir. Hoy cualquier cosa que no sea tener el estado de ánimo publicitario de felicidad, se considera terrible. Con No estoy loca, yo estaba con harto miedo de meterme en este tema, y nos lo tomamos en serio. Hicimos el ejercicio de diagnosticar a todos los pacientes que aparecen en la película. Y algunas condiciones parecen graciosas, pero otras son terribles. Yo también he pasado por ahí y por sentirme en un hoyo. Creo que muchos se han sentido así, y la sociedad te juzga demasiado por eso. Si alguien se rompe el brazo y va al doctor, nadie te dice nada. Pero si vas a un psiquiatra y tomas una pastilla, eres loco. Y si eres mujer, peor.

-¿Cree que esta historia puede normalizar estas situaciones?

Mira, yo cuando tenía 20 años, y estaba haciendo Promedio rojo, tuve un ataque de pánico, y pensé que me iba a morir en ese momento. Y me rehusaba a ir a terapia, porque eso era de locos. Luego tuve otro ataque de pánico cuando iba a hacer Aftershock. Y así terminé en un psiquiatra, y entendí que esto era un desorden químico en mi cerebro. Es una condición, tal como si fueras diabético. Y me hubiera gustado que existiera una película como esta en esos días. Creo que en las cosas dramáticas hay potencial para hacer comedia. Lo nuevo que estoy escribiendo tiene que ver con los desórdenes alimenticios y cómo somos adictos a la comida y al azúcar.

-¿Ha sido muy radical el cambio de escribir cintas con humor masculino a centrarse en el punto de vista femenino?

Se fue dando de forma natural. Yo cuando hice Promedio rojo, sabía que me quedé con una deuda, porque además me lo hizo ver la guionista Coca Gómez después, que me decía que mi protagonista femenina si bien funcionaba para una película adolescente, no era realmente un personaje; era un objetivo. Y me pasó cuando hice la trilogía Qué pena…, que a pesar de que mi idea de siempre fue enfocarlas en el amor desde el punto de vista masculino, buena parte del público que enganchaba con estas historias eran mujeres, que además me decían cosas más interesantes sobre las películas. Las mujeres suelen ser más divertidas que los hombres. Las cosas más irreproducibles que he escuchado en mi vida las han dicho mis amigas (se ríe). Por eso pienso que es extraño que no se piense más en el punto de vista de las mujeres.