Hasta ahora la única opción tenía que ver con jugar de visita, porque parecía imposible que la cosa sucediera al revés. Sin embargo, el intento real por traer por primera vez los premios Billboard a Santiago, tal como se leyó el jueves en estas páginas, asoma como una oportunidad única para que, en el mejor de los casos, los músicos chilenos puedan finalmente insertarse en un circuito siempre tan mezquino con el creador local.
Lo viene diciendo Mon Laferte con insistencia en los últimos meses y también ha sido un tema abordado por Beto Cuevas y Lucho Gatica, tres de los pocos nombres nacidos en esta tierra que han conseguido éxito continental y que para lograrlo tuvieron que fijar residencia en México o Estados Unidos. Que Chile está demasiado lejos y que nos escuchan muy poco. Una realidad que contrasta con el juicio que tienen los ejecutivos latinos cuando miran hacia abajo en el continente: En Chile hay talento, con nombres importantes y exportables incluso, pero no hay cómo ubicarlos en el extranjero a no ser que sean ellos mismos los que decidan armar maletas y abandonar el país que los vio nacer.
De ahí que lo de los Billboard Latinos sea tan tentador en términos de lo beneficioso que podría llegar a ser para esta escena. La viñamarina lo decía con claridad poco después de ganarse un Grammy Latino: falta que el músico chileno esté dispuesto a jugar en Primera con todo lo que eso significa. Inscribirse en votaciones de la Academia, por ejemplo; hacer lobby por los connacionales y tratar de que este país alcance los hitos que merecería de acuerdo al talento que exhibe.
Lo lamentable sería que la expedición que planea esta ceremonia que se hace desde 1994 termine siendo como una franquicia tipo París-Dakar y que vaya itinerando por otros países sin ningún compromiso serio por establecerse y revelar la industria de esta parte del mundo. Desde ese punto de vista llama la atención que sea Santiago y no Buenos Aires, por ejemplo, el destino escogido (imposible no pensar en 2011 cuando Lollapalooza emigró por primera vez de Chicago y se instaló primero en Chile).
Se abre entonces una oportunidad importante para que Chile se relacione con la elite de un "mundo latino" que podrá ser resistido, pero que se declara ineludible a la hora de hacer crecer carreras. Lo que hay que evitar, en todo caso, es que esta "cercanía" termine hipotecando el canto original en virtud de la estandarización del sonido que se advierte en las propuestas musicales de Centroamérica y Norteamérica. Porque el verdadero triunfo no es traer los premios Billboard, sino aprovechar que un ícono de la gran industria esté pensando en poner un pie en esta tierra para exhibir lo mejor que tenemos y demostrar que hay capacidad suficiente como para intervenir con éxito en ese gran negocio de la música.