2017 fue un año sin grandes hitos. Tal vez sí para el Teatro Nacional que por fin comenzó una transición a cargo de Ramón Griffero para intentar restituirle el sitial que perdió en 1973. Su misión es nutrir una empobrecida cartelera santiaguina tras el cierre de salas independientes de Bellavista como el Teatro La Memoria, La Palabra y Teatro Cinema, junto con la preocupante transformación de la ex sala Lastarria 90, víctima de la gentrificación hipster, en un Starbucks.
La frase clave para entender lo que ocurrió a lo largo del año es el ingreso de la realidad a escena. El Dylan, de Bosco Cayo y dirigida por Aliocha de la Sotta, habló de homofobia y transfobia, discriminación y prejuicios, mientras el país toma conciencia de la necesidad de legislar sobre el matrimonio igualitario y la ley de identidad de género. Los tristísimos veranos de la princesa Diana, de la dramaturga Carla Zúñiga y el director Javier Casanga, los mismos de La trágica agonía de un pájaro azul, es otro ejemplo de excelencia y de una búsqueda emprendida por la compañía La Niña Horrible para acercar la identidad de género a las nuevas generaciones.
Los conflictos sociales y políticos emergieron gracias a montajes de alto voltaje dramático como Diatriba el desaparecido, versión de Rodrigo Pérez de un desgarrador monólogo de Juan Radrigán sobre la viuda de un detenido desaparecido que exige verdad y justicia. Entre las obras potentes del año no se puede dejar de mencionar Beben, de Guillermo Calderón, texto de calidad insoslayable y una feroz relectura del terremoto del 27 de febrero de 2010. Usando los códigos del teatro documental, Calderón también estrenó Mateluna donde apeló a la liberación de Jorge Mateluna, ex miembro del FPMR encarcelado por un delito que no cometió. El teatro documental tuvo otra figura relevante en la compañía La Laura Palmer, responsables de Esto (no) es un testamento, reconstrucción de la memoria del Ictus en sus 60 años.
En la ficción, El padre, protagonizada con maestría por Héctor Noguera, mostró los estragos del Alzheimer desde el punto de vista del enfermo. Una de las mejores obras del año fue por lejos Estado vegetal, donde Manuela Infante indagó en cómo sienten, piensan y se comunican las plantas según los últimos estudios en neurobiología. Otro estreno sobresaliente fue Después de mí, el diluvio, una fascinante y minimalista crítica al colonialismo y el saqueo de los recursos naturales en Africa con soberbias y conmovedoras actuaciones de Alejandro Castillo y Katty Kowaleczko.
Si en 2017 el teatro asumió celebrar los 100 años de Violeta Parra con dispares resultados, en 2018 se vienen los 30 años de La Negra Ester, del triunfo del No en el Plebiscito del 88 y de Las Yeguas del Apocalipsis, y los 50 años de la muerte de Pablo de Rokha. En tiempos difíciles, el teatro es un ejemplo de esfuerzo colectivo y de la construcción de un proyecto común basado en la colaboración y la solidaridad.