No solo su derrumbe en vida fue doloroso. Ya convertido en un icono póstumo y a pesar de las millonarias ventas que usualmente lo citaban con el macabro mérito de ser el artista muerto que más discos vendía, el legado de Elvis tampoco ha envejecido bien y por varias razones. La primera, la más evidente, porque finalmente terminó imponiéndose la caricatura al legado artístico y el personaje al gran músico que fue.
El primer recuerdo que salta a la memoria cuando se habla del Rey del rock, un apodo en sí mismo anticuado, tiene que ver con sobrepeso, abuso de pastillas, ostracismo en una mansión habitada por guardaespaldas y la decadencia en Las Vegas. Pero también con ese perfil conservador y esa aparente falta de épica y de compromiso social, o de consistencia creativa que marcó su carrera. Un perfil que en días que corren, sobre todo en los días que corren en Estados Unidos con Trump de Presidente, asoma como una omisión imperdonable que lo distancia de perfiles más conscientes como el de Dylan, que leyó mejor que nadie sus tiempos, o los Beatles, que fueron realmente libres musicalmente, o el mismísimo Chuck Berry, con quien siempre se le intentó rivalizar en la búsqueda de la paternidad del género. Para decirlo en simple, ha quedado la sensación de que Elvis finalmente encarnaba a esa América tradicionalista. Y aunque mucho de eso es cierto (por lo pronto Memphis forma parte del Cinturón Bíblico del país del norte), aquello también tiene mucho de lugar común.
Elvis pagó caro el costo de haber sido un pionero. Su explosiva y definitiva irrupción a mediados de los 50 se extinguió rápidamente frente a lo que propuso el mundo y la música ya entradas los 60. Y ahí Elvis, cuando pudo haberse sumado, se instaló en esa peligrosa comodidad de casinos y calmantes que le quitaría la vida. Sin embargo y respecto por ejemplo del tema racial, no está de más recordar que este hombre que se sacó fotos con Nixon fue un profundo admirador de la cultura negra y de su música al grabar a desconocidos intérpretes afroamericanos, e incluso a partir de ese mito de que se habría teñido el pelo como admiración a la raza negra.
Visitar Graceland es visitar un museo de cera, un panteón estrafalario de chiches y recuerdos, y en medio de una ciudad profundamente conservadora.
Y ahí aparecen las convenciones de dobles y los coleccionistas y esos fanáticos que han empezado a envejecer sin haber heredado la admiración por este viejo héroe musical. La imposibilidad de reconstruir a Elvis desde su importancia artística ha sido quizás su segunda muerte y la más dolorosa. La nueva muerte de un ídolo que ha brillado por las razones equivocadas.