Jorge González y Álvaro Henríquez: el destino que hoy une a dos héroes en silencio

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Las dos figuras más reconocidas del rock chileno lidian con enfermedades que los forzaron a dejar los escenarios y a refugiarse en su núcleo más íntimo mucho antes de lo que pensaban. Es el presente que nunca imaginaron.


Invierno de 2016. San Miguel estaba envuelto en nubes, como gran parte de Santiago a mitad de año. Alertado por las informaciones en torno a un estado de salud cada día más incierto, Alvaro Henríquez (48) llegó hasta el departamento de Jorge González (53) en la comuna del sur de la capital para compartir un par de horas, para retomar una amistad que acumulaba casi dos décadas entre colaboraciones artísticas, juntas de fin de semana y también diferencias que por años enfriaron el compadrazgo.

Se sentaron a escuchar vinilos, hablaron del dispar presente de cada uno y el cantante de Los Tres le preguntó por unas salsas para comer que le había regalado un par de meses antes, cuando González ya enfrentaba una rigurosa rehabilitación tras el infarto isquémico cerebeloso de 2015. Fue la última vez que dialogaron en privado.

Porque a nivel público, a ambos los esperaba la Cumbre del Rock Chileno del 7 de enero de 2017 en el Estadio Nacional, cuando el ex Prisionero dio el último concierto de su vida y le entregó el premio Icono del Rock a Henríquez. Fue la última vez que se vieron en un escenario. Y aunque también fue la última vez en que estuvieron cara a cara, justo un año después sus destinos volvieron a coincidir. Y esta vez ni siquiera fue necesario que, como tantas veces, compartieran el mismo lugar: los dos músicos más influyentes y reconocidos de la historia del rock chileno atraviesan un presente con dramáticas similitudes.

Tras el ataque cerebrovascular de hace tres años, González enfrentó una serie de secuelas que no sólo lo obligaron a abandonar la música, sino que también hoy lo tienen con su habla reducida a sus funciones más básicas y con casi la totalidad del lado izquierdo de su cuerpo paralizado.

Henríquez hace dos semanas comenzó a lidiar con las consecuencias de un complejo problema hepático -como consecuencia de sus excesos en comidas y alcohol, y que arrastra desde hace al menos un año-, cuando apareció desorientado y con problemas para cantar en un show al frente de Los Tres en Talagante, como efecto de los medicamentos que está ingiriendo para tratar su enfermedad. 48 horas después se presentó en la localidad de Calle Larga, donde tuvo que terminar el espectáculo sentado en una silla, por lo que la realidad era ineludible: el penquista canceló todas las fechas de su agenda, incluyendo su participación en la última Cumbre del Rock Chileno, bajo el propósito de guardar reposo y concentrarse en su tratamiento.

Según cuentan desde su círculo íntimo, el hombre de Amor violento tiene para al menos tres a cuatro meses de recuperación. De hecho, Los Tres también debieron bajarse de otro compromiso estelar, el festival Vive latino, uno de los más relevantes del continente, que se hará a mediados de marzo en México. Hoy el estatus del conjunto que también integra Roberto "Titae" Lindl es incierto, aunque por estos días se asumen como en receso indefinido. En tal período, su vocalista intensificará su fase de "limpieza" y aún están en análisis sus próximos pasos médicos.

En escena

En síntesis, hoy González y Henríquez están en silencio. Lejos de lo que mejor saben hacer y con un futuro que asoma como un acertijo. En el caso de ambos, el infortunio explotó en pleno escenario, su hábitat natural, el mismo espacio al que se han visto forzados a renunciar mientras gozaban de una adultez artística sin turbulencias significativas. Mientras el vía crucis del sanmiguelino tuvo su origen en Nacimiento -cuando sólo pudo dar un recital de 40 minutos cruzado por su mal estado físico, lo que permitió que se detectara su infarto al cerebro-, las complejidades para su coetáneo explotaron en ese comentado concierto de enero pasado en Talagante, cuya extensión fue casi idéntica a la del ex Prisionero: alrededor de 40 minutos.

En las redes sociales, tanto para uno como para el otro, los dardos tuvieron poca paciencia y mesura. Sin embargo, en el personal más cercano a cada uno, el juicio es otro: a ambos se les advirtió con meses y hasta años de anticipación que la escasa disciplina que exhibían en algunos aspectos de sus vidas cotidianas podía precipitar un desenlace alarmante. Ello también deja de manifiesto el carácter inflexible de ambos al minuto de escuchar voces ajenas, lo que no sólo sirvió para empujar algunos de los capítulos más brillantes de sus obras; las personalidades duras que los transformaron en leyendas explican también su distancia con los chequeos frecuentes o las sugerencias de especialistas procedentes de la medicina tradicional.

Las dolencias de González se incubaron en Berlín, la ciudad donde vivió desde mayo de 2011 hasta enero de 2015, antes de tomar el avión rumbo a Chile e iniciar el viaje que cambiaría para siempre su existencia. De hecho, días antes de embarcarse, fue hasta un doctor de la capital alemana para reportar un par de molestias específicas. El profesional le recomendó no viajar ante un cuadro que era al menos preocupante. El cantante decidió venir igual. Ya en Chile, con su problema cerebral descubierto, los médicos también informaron de un cuadro de bajas defensas, debido, entre otros aspectos, a la mala alimentación. En Europa, vivía solo en un departamento del barrio berlinés de Friedrichshain, donde enfrentó distintos problemas, como un quiebre con su ex pareja.

Lo de Henríquez tiene antecedentes aún más amplios. Sus complicaciones comenzaron alrededor de 2010, cuando los médicos le exigieron un mayor cuidado en sus hábitos y le advirtieron del peligro que podía traer para su organismo no ser más meticuloso. Tal cuadro coincidió con las dos operaciones a las que se sometió por un problema en sus caderas.

Ante un escenario que los obligaba a la reclusión y el descanso, para los dos músicos han cumplido un papel esencial sus respectivos hermanos, con quienes crecieron juntos, hoy transformados en férreos guardianes de su convalecencia. Marco González es el hermano menor de Jorge, quien durante décadas se dedicó a la fotografía y a dirigir algunos de sus videos. También desde los inicios del cantante se consagró a archivar y ordenar todo su material grabado, por lo que hoy administra uno de los patrimonios más preciados de la cultura nacional. Junto a su hermana Zaida y su padre, el también intérprete Jorge "Koke Rey" González, son los responsables del cuidado del autor de La voz de los 80.

Gonzalo Henríquez es también el hermano menor de Alvaro. Trabajó durante años como iluminador y asistente de Los Tres, y levantó su propia banda, González y Los Asistentes. En muchas entrevistas, el hombre de La espada y la pared lo ha definido como su mejor amigo. Casi como vuelta de mano, el menor del clan ha debido ocuparse de la actual condición de su familiar más célebre. Incluso, en su núcleo más cercano se ha pensado la alternativa de que Henríquez siga su mejoría en su natal Concepción, donde también reside su madre, Juana Pettinelli.

Al parecer, San Miguel y Concepción no quedan demasiado distantes: los iconos del rock chileno han vuelto a conectarse con sus cunas, con sus refugios de origen, quizás mucho antes de lo que esperaban. Pero ese retorno umbilical ha escalado de manera paralela al progresivo alejamiento de los compañeros con que cimentaron su gloria.

González guarda casi dos años de distanciamiento de Miguel Tapia, su último gran aliado en la historia Prisionera. Henríquez aún cuenta a su lado a "Titae", pero vio frustrada en 2017 su intención de reunir al elenco histórico de Los Tres para festejar las dos décadas de Fome. Mientras el guitarrista Ángel Parra se negó desde un principio, el baterista Francisco Molina se abrió el proyecto, aunque finalmente desistió por diferencias con el vocalista.

Un actor de la industria musical y conocedor de la realidad de ambos cantautores aventura una tesis en torno a sus últimos años: "Quizás son dos hombres que han estado demasiado solos". Como fuere, la amistad de González y Henríquez parece tener un trayecto circular: se conocieron en 1984 en un escenario de la Universidad de Concepción, cuando ambos rondaban los 20 años, y la última vez que se vieron fue en otro, el más grande de todos, el Estadio Nacional, con ambos enfilando al medio siglo de vida. Ahora, en la distancia, sus existencias siguen trazando un camino paralelo.

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