Lollapalooza Chile: cuando la elipsis se convierte en discoteque

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El mismo escenario, dos diseños contrapuestos, dos resultados idénticos: shows fenomenales. En esta esquina, David Byrne. En la otra, LCD Soundsystem, y Nueva York como vértice biográfico.


A las 6 de la tarde con el sol aún furioso, el legendario ex líder de Talking Heads y genuino patriarca del rock alternativo, apareció y de inmediato la sorpresa. Toda la parafernalia propia de un artista en vivo simplemente no existía. El escenario semejaba una gigantesca caja gris donde solo figuraba una mesa y una silla. Byrne, con traje a tono y ese tipo de micrófono que se puso de moda en los 80 ajustado a la oreja, toma asiento sosteniendo un cerebro en una mano.

La escena es completamente teatral y cautiva al gentío.

La música resonaba nítida hasta que aguzando la vista era posible distinguir a los músicos guarecidos tras el fondo. Primero apareció un corista varón, luego una mujer armonizando y sincronizando ciertos movimientos. De pronto comenzó a surgir el grupo con instrumentos que les permitían plena movilidad incluyendo las percusiones. Los músicos llevaban todos el mismo traje y los movimientos coreografiados perfectamente. Link inmediato a "Stop making sense" (1984) de Talking Heads en vivo, dirigida por Jonathan Demme, un hito en el registro audiovisual de la música en directo.

Byrne se oía impecable, mucho más entero vocalmente que el resabio de su último y flamante álbum American utopia (el primero en 14 años), de cuyo repertorio sacó lustre a la versión de "I dance like this", el primer corte del nuevo disco, también con un notable desarrollo coreográfico.

El artista dejó espacio para las nostalgias y de su antigua banda brindó una gran versión de "Burning down the house". Aunque el escenario lucía gris, el número de David Byrne fue el más colorido de la tarde, con todos los detalles y timbres que sazonan su música para hacerla siempre bailable, vibrante y, sobre todo, singular.

Dos horas después, en ese mismo escenario que David Byrne había manejado limpiamente, LCD Soundsystem abarrotó de instrumentos, en lo que también parecía una especie de museo de electrónica de los últimos 40 años con viejos sintetizadores con paneles cableados y toms hexagonales, semejando un gran laboratorio para emitir un sonido sencillamente perfecto. El rótulo de banda se queda corto. El proyecto de James Murphy es una orquesta afanada entre la alta fidelidad y todas las variables posibles para generar el baile y el movimiento continuo. Pastiche de electrónica vintage, punk rock, funk y sensibilidad melódica, todo envuelto de tonalidades cósmicas, los neoyorquinos convirtieron la elipsis en discoteque.

Horas antes, por las inmediaciones de Kidzapalooza, se escuchaban los acordes serpenteantes y lascivos de "Demon cleaner", una oscura canción de Kyuss que Tool solía versionar. Se trataba de The Alive, power trio de California que son casi unos niños y a la vez unos veteranos. Dos de sus integrantes fueron parte de The Helmets, la banda del hijo de Robert Trujillo, que ya tocó en este festival. El cantante y guitarrista Bastian Evans tiene 13 años, mientras Kai y Manoa Neukermans, de 13 y 10, se hacen cargo de batería y bajo respectivamente. Siguieron con "Into the void", un himno del space rock de los inmortales Black Sabbath, y luego Bastian preguntó si conocíamos a Queens of the Stone Age y que iban a presentar un tema propio, que resultó ser un pieza stoner de gran factura, para después atacar con una versión de "A song for the dead".

A las 14 horas los mexicanos Zoé se tomaron uno de los escenarios centrales. Es extraño el caso de ellos. Son ídolos absolutos en México pero el entusiasmo no traspasa al resto de Latinoamérica, a pesar de una combinación que destila a The Cure, Soda Stereo y Babasónicos. León Larregui, el líder y cantante, anunció el estreno de varios temas del próximo álbum que debe aparecer en abril, el primero en cinco años. El material inédito tuvo el destino de toda canción desconocida para un público en vivo, mezcla de respeto e indiferencia.

En paralelo, la banda chileno-mexicana Lanza Internacional, liderada por los hermanos Mauricio y Francisco Durán (ex Los Bunkers) junto al baterista Ricardo Nájera (Instituto mexicano del sonido), desplegaba una aguerrida versión de "Corazones rojos" de Los Prisioneros. El trío se nota cada vez más seguro en el escenario, cubriendo espacios no solo con el sonido macizo de su pop rock bailable con vetas anglosajonas (algunos bajos punzantes de Mauricio que recuerdan a New Order, entre otros links), sino con la actitud. Nájera nunca detiene la energía y el pulso mientras los Durán, conscientes de que la movilidad depende de ellos, paulatinamente desarrollan una puesta en escena a saludable distancia de lo que hacían en Los Bunkers.

Más tarde el quinteto brasileño Ego kill the talent se convirtió en una de las sorpresas del primer día, una banda de metal moderno que suena implacable, ajustada y ruda, alternando líneas melódicas y un groove que hace más llevaderos sus durísimos riffs. El público enganchó paulatinamente hasta que, click, se armó un agitado mosh -multitud de cuerpos girando como inmersos en una gigantesca centrífuga-, que no es precisamente una de las postales típicas de Lollapalooza en Chile. Luego, el público le demostró su afecto a los alemanes Milky chance. Rotulados como indie folk, en rigor se trata de una banda pop con particular llegada en la audiencia femenina.

El sol cae y The National regresa al parque O'Higgins. La banda de Cincinnati fue de la partida del evento en Chile en 2011. Son los mismos de aquella vez aunque asoman algunos cambios. Hay bronces por ejemplo. Los vientos refuerzan ese sentido lúgubre de su propuesta sin concesiones. El rock de The National contiene reglas claras. No hay coros ni solos tradicionales, sino la elaboración de ambientes que se desarrollan como remolinos con la voz de Matt Berninger en el centro de ese vórtice, registro fúnebre que parece venir de un lugar muy profundo, un tono que se arrastra, susurra, clama, se contiene, estalla, y finalmente emociona. Fue la despedida perfecta del atardecer del último viernes del verano y el primero en la historia de Lollapalooza Chile.

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