Es muy probable que las ocho narraciones que componen el breve libro de Gonzalo Maier provengan de su experiencia real como escritor, como holgazán, como vecino de una casa con gallinero en Ñuñoa, como adorador del pan tostado al desayuno, episodios biográficos por lo general mínimos y bien acotados, que luego de pasar por un proceso de escritura intencionada dibujan una suerte de retrato personal en retrospectiva, valiéndose, cómo no, de las ventajas implícitas en cualquier procedimiento de reconstrucción de la realidad. Ahora bien, si no fuera así y Maier se lo hubiese inventado todo, daría igual, puesto que detrás de los textos el lector intuye una misma mano -podría haber dicho una misma "mente" o un mismo "espíritu"-, que es la que ciñe la coherencia por los contornos de este hatajo de divagaciones plácidas, correctamente escritas, a ratos graciosas.
La introspección, o la falsa introspección, qué más da, permite que Maier dé vueltas alrededor de ciertas manías, convicciones e inseguridades que le resultarán familiares al lector, o que a lo menos facilitarán la identificación con el que narra. Maier, que ejerce como columnista de prensa, sabe de sobra que al momento de adoptar la primera persona no es buen negocio presentarse en calidad de héroe del escrito propio. Otros secretos del oficio que el autor maneja con soltura son la saturación de un tema con información aparentemente casual, la repetición calculada, la ocultación comedida, la imitación velada, el prometer y no entregar. Y hasta aquí nomás llego, pues no seré yo quien desvele todos los trucos del buen columnismo.
"Tal vez escribir sobre cualquier cosa siempre fue una meta ingenua porque, aunque se intente lo contrario, uno escribe -y piensa- sólo sobre un mismo tema", nos informa Maier. A partir del título del libro -Hay un mundo en otra parte, una alusión a la frase de Cayo Marcio Coriolano, el político y militar romano- es posible hacerse una idea bastante clara del contenido del mismo. El ensimismamiento es una condición productiva para Maier, y cuando cavila en torno a situaciones minúsculas, en torno a objetos comunes y corrientes, en torno a estados de ánimo tan frecuentes como la molicie o la timidez, suele obtener el máximo provecho, es decir, acaba sorprendiendo al lector por un lado u otro. No en vano Maier menciona en un momento dado a Roberto Merino, que es como señalar al maestro en el arte de convertir una pelusilla al vuelo en un transatlántico a todo vapor.
La escritura de Maier es correcta, nadie podría sostener lo contrario, pero a veces puede llegar a ser demasiado correcta. Me explico: a causa de ciertas muletillas que se repiten en los sucesivos textos, uno puede comenzar a predecir un patrón de escritura que conspira, precisamente, contra el efecto sorpresivo recién descrito. Las frecuentes contradicciones expresadas entre guiones, por ejemplo, no siempre aportan encanto a un discurso, como tampoco lo hacen los circunloquios, un tanto forzados, que irremediablemente nos conducen al punto de partida.
Sin embargo, Maier maneja un recurso efectivo a la hora de difuminar aprensiones que para más de alguien podrían ser de índole exquisita -no lo son-, me refiero al escarnio de sí mismo y a la adecuada dosis de venalidad que tienden a favorecerlo ante los ojos del lector: "Soy incapaz de decir cosas interesantes cuando hablo en público -en privado juraría que sí-, y si a eso le sumamos mis ganas de hacerme el payaso, de ganar por el lado de la risa, el resultado suele ser triste, casi de circo pobre, y esa vez no fue la excepción. Cualquiera que mirara el asunto con distancia diría que no debiera ofrecerme más para estas cosas, pero los viajes y los viáticos me gustan tanto -y son tan escasos- que no logro negarme".
Hay un mundo en otra parte es un libro que ofrece frescura y honestidad cuando otros de similar factura explotan enredos ficticios, disfrazan sin realmente conseguirlo fórmulas archiconocidas, o le sacan el jugo a la siempre dudosa excepcionalidad de la vida propia. No ha de ser fácil, por lo visto, escribir sobre cualquier cosa. Ni mucho menos si "cualquier cosa" quiere decir uno mismo.