Corea antes del deshielo: apuntes de un cronista

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En 2014, el periodista colombiano Andrés Felipe Solano publicó Corea: apuntes desde la cuerda floja (Ediciones UDP), un libro que da cuenta de sus días en ese país tan lejano como desconocido en el que, por entonces, acechaba la inminente guerra nuclear.


En el año 2008, el escritor y periodista Andrés Felipe Solano, colombiano de nacimiento, viajó a Seúl, la capital de Corea del Sur, para hacer una residencia literaria de seis meses. Allí conoció a Soojeong, una muchacha que había estudiado música tradicional coreana en la Universidad Nacional de Seúl y que era coordinadora de la organización.

Pasaron juntos un mes, el último de la estadía de Solano en Corea. Ambos creyeron que la relación no pasaría de un affaire, pero cuando él regresó a Colombia siguieron en contacto. Poco tiempo después, Cecilia le comentó sus planes de ir a México a estudiar español y él dijo: "¿Por qué no vienes a Colombia, estudias aquí y vives conmigo?". Ella aceptó. No había transcurrido un mes de su llegada cuando Solano contrajo hepatitis y, poco más tarde, la contagió. Estuvieron medio año encerrados, sin poder tomar alcohol y en estado de convalecencia. Quizás por haber atravesado airosos la dificultad, pensaron que la mejor manera de superar el costoso trámite de renovación de la visa de Cecilia –que debían gestionar cada tres meses– era casarse. Lo hicieron con una ceremonia doble, primero en Colombia, en 2009, y luego en Busan, Corea, la ciudad portuaria donde vive la familia de ella, en 2010 y con una ceremonia tradicional en una escuela confucianista.

Después de una breve estadía en Salamanca, España, donde Cecilia hizo un master en Estudios de Asia Oriental con el fin de elevar su dominio del español a un nivel académico, las opciones eran dos: regresar a Colombia o regresar a Corea. Él no tenía empleo fijo y la idea de vivir en Bogotá como periodista free lance le resultaba insoportable. Pensó que, desde Corea, podría escribir artículos para varios medios y con mayor frecuencia, además de que el Instituto de Traducción Literaria de ese país, para el que trabajaba revisando manuscritos desde 2008, le encargaba cada vez más cosas. Así, en 2012, con las mismas cuatro maletas que habían llevado a Salamanca, desembarcaron en Busan, en casa de los padres de Cecilia. Vivieron allí seis meses, hasta que pudieron mudarse a un pequeño departamento en el barrio de Itaewon, en Seúl, donde un día del invierno del año 2013 Andrés Felipe Solano empezó a escribir Corea: apuntes desde la cuerda floja (Ediciones UDP, 2014), un libro que da cuenta de sus trabajos y sus días en ese país lejano en el que, por ahora, vive.

Esta es una selección de algunos pasajes del volumen publicado en Chile por Ediciones UDP.

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Todos los años, a principios de marzo, el gobierno de Corea del Sur y el de Estados Unidos realizan maniobras militares conjuntas. Ya son una rutina, como lavarse los dientes, y siempre, sin falta, el gobierno de Corea del Norte se declara en máxima alerta "ante la agresión imperialista y la cobardía de los títeres del sur". De alguna manera para los surcoreanos el movimiento de barcos y aviones y las estridencias provenientes de Pyonyang anuncian la llegada oficial de la primavera.

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En 2009, Roh Moo-Hyun, presidente de Corea entre 2004 y 2008, se tiró de un risco después que su hermano, ni siquiera él, fuera acusado de corrupción. Corea tiene la tasa de suicidios más alta entre los países industrializados. Viejos que se ahorcan en la noche o toman veneno para aligerarle las cargas a sus hijos, que están obligados a sostenerlos; adolescentes que se rehúsan a llenar el molde que sus padres han construido para ellos.

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Un gran charco de vómito en el metro. Hasta ahora, este es el acto más violento que he presenciado en Corea.

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A fines de 2006, Corea del Norte anunció que había probado misiles nucleares, rompiendo el armisticio pactado hace 60 años. Estados Unidos, en lugar de mantener la calma, envió dos bombarderos B-2 con capacidad nuclear para que participara de las maniobras. Kim Jong-Un volvió a responder. Esta vez el anuncio incluyó un ataque inminente a la base militar de Estados Unidos en Guam y la posibilidad de enviar misiles hasta la costa oeste. San Francisco y Los Ángeles no iban a quedar en pie.

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En Corea del Sur, la gente de a pie dice que la retórica de Kim busca afianzar su posición frente a su pueblo. Aún es percibido como un hombre joven, que no ha pasado por las luchas que tuvieron que dar sus ancestros, y cada vez que puede tiende un lazo hacia el pasado glorioso de sus mayores. Algunos afirman que incluso su sobrepeso es una treta orquestada por sus asesores de imagen para parecerse a su abuelo Kim Il-Sung, jefe de Estado desde 1948 hasta su muerte en 1994. En 1998 fue nombrado Presidente Eterno de la República. Las bravuconadas de estos días serían el regalo de cumpleaños a su abuelo, que a pesar de muerto aún ostenta un cargo.

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En teoría, a nadie le conviene una guerra en el tercer punto comercial más importante del mundo. Si estallara una guerra así, se desinflaría la economía mundial y el planeta se iría por el inodoro. Un ejemplo diminuto que leí en un periódico: algunos programas universitarios en Estados Unidos se financian en gran parte gracias a los estudiantes asiáticos. Si estallara la guerra, no habría más coreanos, chinos, taiwaneses o japoneses dejando miles de dólares en los campus gringos.

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Nadie sabe qué pasa a cincuenta kilómetros de Seúl. Esa es la distancia que hay hasta la frontera con Corea del Norte. Se sabe tan poco y todo es tan contradictorio que los mismos expertos surcoreanos en asuntos relacionados con el país comunista no dudan en lanzar teorías desquiciadas, como por ejemplo si el cambio de peinado de la presentadora del noticiero oficial norcoreano representa o no una señal de apertura en el reino de los Kim. Lo que me hace pensar en que el país de arriba es un enorme laboratorio para la especulación artística. De alguna manera todo lo que se escriba sobre Corea del Norte se enfrenta a la ciencia ficción.

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Hace poco di con una reseña de un libro de Lee Eung-Jun, un escritor surcoreano que entrevistó a trescientos desertores norcoreanos para componer una novela distópica. La vida privada de la nación, así se llama, cuenta la historia de una Corea reunificada. Han pasado cinco años desde que Corea del Sur fagocitara a Corea del Norte y ahora el nuevo país se mueve entre la tiranía policial, la corrupción y el gobierno de facto del bajo mundo, comandado por los antiguos altos cargos comunistas, convertidos en las cabezas de los clanes mafiosos, como pasó en la antigua Unión Soviética tras la caída del muro de Berlín. La sombría historia en la que nada bueno sale de la reunificación expresa el termo de muchos jóvenes surcoreanos que desconfían de cualquier posibilidad de ser un solo país.

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Además de la novela de Lee, hay otro caso que me intrigó. Una amiga de mi mujer me habló de Park Chan-Kyong, un fotógrafo y artista sobre el que me puse a investigar esta semana. En el centro de trabajo de Park está su interés por la manipulación de archivos, documentos, mapas y piezas periodísticas para causar determinado efecto en el espectador, a la manera de una agencia de seguridad durante la Guerra Fría, Encontré una cita de una curadora que describe el trabajo de Park valiéndose de un término prestado del ámbito del espionaje: "Park juega el papel de agente doble en un país dividido y describe a través de códigos simples y certeros cómo la confrontación ideológica ha permeado la vida diaria". Por ejemplo, en su obra Sets (2000), Park escogió algunas fotos de las calles de Seúl reconstruidas en el Chosun Movie Studio de Pyongyang. Luego seleccionó tomas de un set que representaba la DMZ (zona de desmilitarización en el paralelo 38 que divide la península), y finalmente unas fotos del campo donde se llevan a cabo simulacros de peleas hombre a hombre en una base militar de Corea del Sur. Las mezcló todas y las proyectó como si fueran una sola imagen, una mentira verdadera.

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Me parece que en realidad los Kim son los artistas más importantes en este campo. Artistas cuya obra más grande es una macabra instalación de 120 mil kilómetros cuadrados, habitada por 25 millones de personas, llamada República Popular Democrática de Corea.

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Aunque todo es susceptible de ser manipulado, quizás la única vía para saber lo que pasa en Corea del Norte sin caer en la especulación son los relatos de los desertores, todo un género literario en Corea del Sur. En una edición de la revista Words Without Borders encontré el testimonio de Kim Yeon, una norcoreana que escapó en abril de 2012. Esta mujer se casó con un atleta mimado por el Partido Comunista y después de empezar a convivir con él se dio cuenta de que era un adicto, algo que parece común en ciertos círculos. Copié sus palabras para no olvidarme de lo poco que sabemos sobre el vecino de arriba: "Después de que Corea del Norte empezara a producir heroína bajo la fachada del cultivo de la campánula (su flor es muy parecida a la de la planta de la que se extrae el opio), con el fin de traer moneda extranjera para mantener la economía, el esfuerzo por vender el producto a otras naciones fracasó y convirtió a muchos norcoreanos en traficantes. El número de adictos entre los trabajadores del partido y sus esposas se disparó. Corea del Norte se metió de cabeza en las drogas, tanto que algunos líderes del partido y otros con trabajos rutinarios se engancharon para poder hacer su labor. Incluso los oficiales de inteligencia toman drogas para recobrar el ánimo y hacer lo que tienen que hacer".

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Pero quizás el relato más impresionante que he leído sea el de un desertor que llegó a tener el título de poeta oficial del partido. Jang Jin-Sung, que se fugó en 2004, fue por un tiempo uno de los ungidos por el régimen hasta que gracias a su puesto dentro del Comité Central de Escritores Norcoreanos entró en contacto con obras de Corea del Norte, a las que tuvo acceso con el fin de redactar informes. Muy pronto, Jang empezó a hacer circular algunas de estas obras prohibidas entre sus conocidos y por ese motivo tuvo que huir hacia China. En su poema, traducido como "Pillow", describe a un kotjebi, uno de los tantos niños huérfanos que perdieron a sus padres durante las hambrunas. (A propósito, hay una teoría de otro desertor que fue kotjebi. Estos grupos de huérfanos serían más que simples pandillas que rondan los mercados y se atreven a desafiar las reglas. Muchos creen que en medio del absoluto control social, los kotjebi pueden llegar a jugar el papel desequilibrante que prenda la mecha de la revolución. No en vano es el único grupo que roza la rebeldía en Corea del Norte).

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Buscando más cosas sobre el poeta desertor, encontré una entrevista del periódico The Guardian en la que Jang contaba que había visto en dos ocasiones a Kim Jong-Il. La primera le regaló un reloj Rolex y le extendió su gracia divina. Se dice que el que tiene el sumo privilegio de departir con el líder no puede ser enviado a un campo de trabajo sin que antes la decisión se consulte con el gobernante en persona. La segunda vez se sentó junto a él durante una representación teatral. Jang cuenta que lo vio llorar durante toda la función. "Sentí que sus lágrimas representaban su deseo de convertirse en un ser humano, en una personas común y corriente".

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