Hace un par de años Deadpool fue toda una sorpresa a nivel de taquilla y crítica. Nadie esperaba que un superhéroe más bien menor, mal hablado y violento se transformara en todo un suceso. La segunda parte viene igual de cargada de ironía, autoconciencia, violencia y arrebato. Hasta ensambla a todo un nuevo grupo de héroes en la secuencia más divertida de la historia. Y aunque hace reír y entretiene, también falla en otras áreas.
Encontramos a Deadpool pasando una depresión considerable, después de haber fallado al proteger a un ser amado. Su complicada y gris existencia empeora cuando aparece Cable (Josh Brolin), un hombre mitad máquina que viene del futuro a matar a quien asesinará a todo su familia en unos años. Ese asesino es hoy un simple chico mutante de 12 años, con sobrepeso y serios problemas de manejo de la ira, por lo que cuando se enoja, lanza fuego a todo lo que tenga cerca.
Con una buena premisa, esta entrega nunca logra alcanzar el ritmo de su predecesora, y cae en vacíos donde nada realmente interesa o entretiene. También se farrea a sus personajes secundarios; solo Cable genera cierto interés, lo que resulta en un grupo de actores interpretando personajes totalmente descartables.
Esta segunda parte está pensada para el fan más recalcitrante que le perdonará a su héroe lo que sea, y aunque divierte, se siente como una oportunidad desperdiciada.