Tan recurrente como la inesperada irrupción de la religión en las vidas seculares de sus personajes (en que abundan inmigrantes, lectores desesperados, rabinos enloquecidos) es la presencia de la literatura en la literatura de Cynthia Ozick (1928): Trust (1966), su primera novela, era una epopeya con marcada influencia de Henry James; la última, Cuerpos extraños (2010), se basaba en una obra del mismo James, ambientada en otra época. También ha escrito novelas más o menos en clave sobre autores como Isaac Bashevis Singer o Bruno Schulz.
No obstante ser una de las mayores escritoras estadounidenses vivas, hasta hace no mucho Ozick -nacida en Nueva York y quien además ha publicado, entre otros, las colecciones de cuentos Bloodshed and Three Novellas (1976) y Levitation: Five Fictions (1982)- era desconocida fuera de su país, lo que ha venido a ser rectificado con la traducción de cierto número de sus novelas y cuentos, algunos de los cuales se cuentan entre los mejores del siglo XX en ese nada menesteroso panorama.
Ahora bien, la reflexión sobre la literatura no solo se filtra en la obra narrativa de Ozick. Durante su extendida labor de casi cuarenta años, ha sido una crítica constante y enérgica, autora de varias colecciones de ensayos. Metáfora y memoria, editado por Mardulce, son sus "ensayos reunidos" como dice el engañoso subtítulo, pues aunque están reunidos, es sólo una antología espigada entre sus volúmenes de aliterativos títulos: Art & Ardor, Metaphor & Memory, Fame & Folly, Quarrel & Quandary, y otros, e incluye uno que no estaba en libro: su ataque a las reducciones de Kafka a lo "kafkiano" y su "trascendencia", ahora recogido en su último libro de ensayos: Critics, Monsters, Fanatics.
En el texto incial de Metáfora y memoria, "Ella: retrato del ensayo como cuerpo tibio", la autora considera que el género, por su carácter generalmente íntimo, pueder ser femenino, un "ella". Para Ozick el ensayo tiene cierta quietud o distanciamiento, y dice en otra parte: "Un ensayo genuino no tiene aplicación educativa, polémica ni sociopolítica; es el movimiento de una mente libre que juega". Pero el tono de sus ensayos es menos juguetón y deambulante, y más combativo, de lo que su propia descripción supone. En un libro puede embestir contra Truman Capote; en otro, contra la crítica en Internet; o en ambos (en ensayos distintos) contra Jonathan Frazen. Así, a Capote le reprocha su narcisismo y a sus libros ser manipulaciones estéticas. Para ella los foros en línea son "tsunamis de incapacidad" a cargo de "exhibicionistas iletrados" que publican críticas en Amazon. Y ataca a Franzen por su mezquindad crítica y sus fantasías de auto-engrandecimiento.
Es belicosa y confrontacional, pero también aguda y analítica. En Metáfora y memoria aborda las diferencias entre escritores-chamanes y escritores-ciudadanos, la distinción entre la metáfora al estilo griego y al judío (para ella, es superior el segundo, el que se basa en la memoria y la piedad o la capacidad de imaginarse en el lugar de otro). Comenta las figuras de Susan Sontang, Sylvia Plath (reseñando sus diarios) o Virginia Woolf (reseñando la biografía hecha por su sobrino Quentin Bell) y las contradicciones que se manfestaron con el tiempo en Tolstoi y Dostoievski: la juventud de excesos y la ancianidad ascética del primero, y el liberalismo occidentalizante y la eslavofilia religiosa del segundo.
Entre los puntos altos están los dos ensayos sobre Kafka (uno es la revisión de la biografía de Reiner Stach; el otro se aboca a la dificultad de traducirlo) y los tres textos sobre Henry James, una de sus grandes obsesiones y con el cual tiene una relación tan crispada como personal. Ozick se entregó a una especie de devoción que la llevó a elegir entre vivir la vida o vivir el arte; ella eligió lo segundo, pero fue un error porque tomó esa lección de un novelista maduro en su juventud: ella se ofrece como "Ejemplo Extremo y Espantoso de Exposición Prematura" a James.
El tema que une, de manera no del todo resuelta, las partes de Critics, Monsters, Fanatics es la importancia o necesidad de la crítica literaria. Los grandes escritores siempre escribirán, independientemente de que los lectores o las ventas disminuyan, pero el declive de la crítica, la carencia de la "infraestructura" que sirvió de soporte y animó la cultura del siglo XX es algo más grave. Con todo, señala Ozick, los críticos no han de confundirse con los reseñistas, quienes sólo pueden "simular la piel de una auténtica cultura literaria... como bolsas plásticas imitación de cocodrilo"; ella no defiende una teoría concreta ni tiene tiempo para los académicos "destinados a desaparecer como la niebla que evocan".
Ozick, que además forma parte de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras, se aferra a los temas y personalidades que le importan, lo que no le impide entregar miradas nuevas a escritores renombrados del pasado o del presente: los clasifica en categorías que incluyen "críticos" (como Edmund Wilson), "figuras" (como Bernard Malamud y Auden), "monstruos" (como Leo Baeck y Harold Bloom) y "almas" (como William Gass y Martin Amis). Suele adoptar un ángulo inusual: a Lionel Trilling, "el crítico más famoso de su tiempo", lo ve a través de su ficción, y a Saul Bellow lo ve a través de sus cartas. Una de las piezas más atractivas es un ensayo que comienza como una reseña de un libro de Alan Mintz sobre los poetas hebraístas estadounidenses de los años treinta y deviene en una elegía por su olvido.
Con cierta condescendencia Ozick gasta mucha energía en delinear lo que considera vulgar e insatisfactorio en la escena literaria actual, un lamento por la evaporación de cierto ambiente y la nostalgia de la época en que el ensayo erudito y extenso era una forma popular, cuando importaba más el reconocimiento que la fama: "La fama, en general, es una categoría contable, calculada en las ventas de Amazon. El reconocimiento, silencioso e inherente al silencio de la página, es una categoría de lector; su sigilo es su riqueza".