En el prólogo de 1986 (2014), el volumen que reúne sus cuentos completos, el escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa pedía al entregar esas páginas: "Espero que caigan en manos de algún lector que las inspeccione con el grado de atención que un reo podría pedirle al proverbial magistrado de buena fe que va a examinar su causa".
La figura del prisionero no sólo representa metafóricamente al autor frente al lector juez, sino que literalmente aparecen muchos cautivos en los cuentos de Rey Rosa, lo que tal vez explica la opción de realizar una antología de tema carcelario, como ha hecho editorial Hueders con Cárceles de invención. En el libro hay quien está "encerrado" en la ceguera, pero también lo están otros en centros de "reorientación" juvenil; figura un presidiario que le ofrece un negocio al director de una red de cárceles concesionadas; o un profesor de taller literario en un correccional para menores; el libro también incluye Cárcel de árboles, uno de los primeros escritos más extensos de Rey Rosa, en el que aparece un lugar de reclusión, en medio de la selva, con el fin de la manipulación mental.
Rey Rosa nació en Guatemala en 1958. Después de abandonar la carrera de medicina en su país, escapó de él como si de una cárcel se tratara para residir en Nueva York (donde estudió cine), París, Tánger (donde se hizo amigo de Paul Bowles). A mediados de los 90, cuando se firma la paz de la guerra civil, regresó a Guatemala. En su obra destacan una serie de libros de relatos, a los que se dedicó en una primera etapa, y otras tantas novelas o algo parecido a ellas.
La cárcel, el más férreo y drástico de los sistemas de control social, no es el único que le ha interesado. Otros sistemas de vigilancia y control le han llamado la atención. En El material humano (2009, 2017) cuenta su labor en el archivo de la policía guatemalteca y en Fábula asiática (2016), su última novela, un grupo de personas planea sabotear satélites espías.
A pesar de haberse dedicado durante muchos años exclusivamente al cuento, Rey Rosa decía en la recopilación de 1986 que los entregaba con resignación y dudas.
-¿Por qué?, ¿cómo es su relación con el género?
-Tal vez nuestros libros, en este caso nuestros cuentos, son una extensión de nosotros mismos. Algo parecido a lo que pasa con los hijos. Uno puede quererlos, desearles lo mejor, pero no deja de tener reservas o temores acerca de su formación o de su aspecto. "Pude hacer esto un poco mejor, no debí decir aquello". Al presentarlos al público surgen las dudas.
-¿Cómo fue la selección?, ¿hay extrañeza o reconocimiento al leer sus escritos más tempranos?
-La selección es de Hueders. Yo agregué un par de cuentos, Gorevent y Confesión, que aún no había escrito en el momento en que decidimos hacer el libro. A los cuentos más viejos ya me acostumbré o resigné. Acerca de los más recientes, todavía tengo reservas.
-La "cárcel" podría ser un aspecto más general de su literatura, pues en ella son recurrentes los ambientes opresivos.
-Supongo que de eso surgió la idea del libro. Pero también es cierto que Guatemala puede ser un lugar muy opresivo, como una cárcel abierta. Como pueden serlo muchos Estados modernos, y sobre todo en esta época de vigilancia electrónica generalizada.
-Los sistemas de vigilancia y control también están en el centro de sus libros más recientes...
-Creo que en la actualidad si uno escribe en clave realista las referencias a estos sistemas son ineludibles, porque son parte patente del mundo que llamamos real. Uno podría no ocuparse de ellos. Pero ellos se ocupan de nosotros.
-En Cárcel de árboles figura un siniestro lugar de encierro. ¿Es pura imaginación?
-Escribí ese relato en Tánger, a finales de los 80. Había leído en un diario guatemalteco una nota muy breve sobre una cárcel clandestina para presos políticos que el ejército de Guatemala tuvo en el Petén. En ese tiempo leía también un tratado de teratología, y es posible que del cruce de estas lecturas saliera el relato. Hará unos cinco años, me enteré de que no muy lejos del lugar donde ocurría mi relato, cerca de la frontera con Belice, hubo un centro de detención para jóvenes inadaptados, drogadictos o alcohólicos o con "ideas políticas obsesivas", donde colaboraron el ejército guatemalteco y un falso doctor de origen inglés. Este lugar, que al parecer tenía algo de experimental porque allí usaban drogas y métodos de castigo poco tradicionales, funcionó durante más de 10 años. Entre 1975 y 1987, más o menos. Pero nadie lo denunció entonces. Fue una sorpresa comprobar que ese relato imaginario, que tiene algo de ciencia ficción, y el sitio real tuvieran varias cosas en común. ASPREJO, se llamaba. Asociación para la rehabilitación de jóvenes.
-¿Se ha exagerado o simplificado la vinculación entre la literatura centroamericana y la violencia?
-La violencia y la literatura siempre han estado vinculadas. En Centroamérica se ha exagerado la violencia pura, y eso se refleja en nuestros libros. Lo que a veces resulta molesto es que parezca que hemos escogido deliberadamente ese tema, el de la violencia, cuando para nosotros mismos podría ser al revés.