La mañana del 13 de marzo de 1940, el vendedor de artículos de pintura Ryszard Polanski se despertó antes del amanecer y caminó con su único hijo hacia uno de los alambrados del ghetto de Cracovia. Aunque había una aledaña caseta de vigilancia de las SS, se trataba del lugar más idóneo para que alguien que con cuidado y sangre fría quisiera largarse de ahí. Provisto de un alicate y sin mayor perturbación, el hombre cortó el alambre justo para que su chico de seis años cupiera en el hueco. El niño se llamaba Rajmund, pero todos lo llamaban por su segundo nombre, Roman.
Días antes, los nazis ya se habían llevado a la esposa e hijastra de Ryszard Polanski. Sabía que ahora vendrían por él y por Rajmund y que al menos podía evitar lo último. El chico, porfiado como una mula, se devolvió unas horas después desde la casa a la que su padre lo había enviado. No sirvió de mucho. Desde lejos divisó a su progenitor al final de una gran fila cuyo destino era un campo de concentración. Desde ahí también alcanzó a leer los labios de papá: "¡Largate!".
El episodio pertenece al segundo capítulo del libro Memorias de Roman Polanski, y si hubiera que encontrar un equivalente emotivo en sus propias películas habría que viajar hasta El pianista (2002), el filme sobre la sobrevivencia del músico Wladyslaw Szpilman durante la ocupación alemana. Eso sí, los escritos del cineasta precedieron en 18 años a la película por que la que ganó el Oscar a Mejor Director y la Palma de Oro en Cannes.
Publicado por primera vez en 1985 como Roman por Polanski, el volumen de memorias fue el intento del realizador por barrer con todas las historias que, según él, habían echado a correr la prensa y el propio Hollywood después de ser acusado en 1977 de violar a Samantha Geimer, de 13 años.
A 33 años de su inicial salida a imprenta, llega a Chile Memorias, que no es otra cosa que el descatalogado Roman por Polanski, pero con un epílogo escrito especialmente para esta nueva edición. Nuevamente llama la atención el detalle con que el director recuerda cada uno de los pasajes más relevantes de su vida, colmada de éxitos, diversión, escándalos y tragedias. En ese sentido, las páginas dedicadas a su niñez de chico judío en la Polonia de la Segunda Guerra nunca terminan de ser estremecedoras.
El Holocausto no logró llevarse a su padre Ryszard (sobrevivió a Mauthausen) ni a su hermanastra Annette (salió viva de Auschwitz), pero le quitó a su madre Bula, que pereció en las cámaras de gases de Auschwitz. De alguna manera y como él mismo lo sugiere en el libro, por cada momento de gozo en su vida vendría un castigo: por una niñez feliz hasta los 6 años en casa de su padre y su abuela, llegaría el látigo de los nazis; por un matrimonio con la rutilante actriz Sharon Tate en enero de 1968 vendría el asesinato y posterior descuartizamiento de ella y otros cuatro amigos del cineasta, y por su insaciable apetito sexual vendría una orden judicial que hasta hoy sólo le permite moverse dentro de las fronteras de Francia y Polonia.
Aunque es más o menos claro que el director de El bebé de Rosemary abusó sexualmente de la menor de edad en marzo de 1977, él se sitúa del lado de las víctimas. Hasta hoy ve a Hollywood como una "comunidad malintencionada" y en la nueva edición de Memorias no da paso a la duda o el autoflagelo.
"No me arrepiento de nada de lo que ha ocurrido en el camino", dice. Luego explica por qué: "Por paradójico que pueda parecer, si los acontecimientos de mi existencia no hubiesen sucedido tal como lo han hecho, hoy no tendría a mi familia ni disfrutaría de la vida que llevamos juntos. Tendría otra cosa, y no quiero otra cosa".
Sharon y Emmanuelle
No hace falta una biografía no oficial para destapar la vida sexual del realizador de Chinatown (1974). El mismo, orgulloso de sus conquistas, siempre las ubica en primer lugar en el libro. Tal vez haya exageración, pero dados los resultados que su conducta causó en EEUU, nadie podría cuestionar que Polanski se sintió el alma de la fiesta en su paso por Hollywood. Antes, ya lo había hecho en la Gran Bretaña de los "swinging sixties", donde rodó sus primeras películas fuera de Polonia.
Sobre su primera relación, cuenta: "Tuve mucha suerte. No perdí la virginidad con una vieja prostituta como tantos de mis compañeros de clase de Cracovia, sino con una chica mucho más experta que yo que hacía el amor simplemente porque yo le gustaba y porque disfrutaba con la sexualidad".
También en Polonia hizo su primer largometraje, El cuchillo bajo el agua (1962), y se casó con la actriz Barbara Lass, que lo dejó años después por el cineasta italiano Gillo Pontecorvo. Incluso en ese quiebre se percibe su resiliencia, ya instalado en París. Al menos así explica lo que sintió, con aire ufano, en sus Memorias: "Me sentí ingrávido, libre como un pájaro. Esto es París, me dije. Tengo talento, amigos y toda una vida por delante."
A Polanski nunca le atrajo la Nueva Ola francesa, salvo los debuts de Truffaut y Godard. Creía que el rupturista cine galo del momento era experimental y pretencioso ("yo era demasiado profesional... y perfeccionista") y no es raro que sus tres primeras cintas fueran filmadas en Inglaterra: Repulsión (1965), Cul-de-sac (1966) y La danza de los vampiros (1967).
En esta última conoció a Sharon Tate, la mujer que cuando publicó la primera edición de las memorias consideraba el amor de su vida. Luego, cuando el libro ya estaba en imprenta, encontraría a Emmanuelle Seigner, la actriz francesa que con 19 años protagonizó Búsqueda frenética (1988) y con la que hoy Polanski tiene dos hijos.
En las Memorias explica con detalle su relación con la estadounidense Sharon Tate; su vida juntos con el paisaje de fondo del jet set londinense y californiano, sus experiencias mutuas con el LSD y, tristemente, la muerte de ella a manos de la "familia" de Charles Manson en 1969. También, no tan tristemente, su vida posterior y su "recuperación" sexual en el lujoso resort suizo de Gstaad, sede de costosos colegios de señoritas de todo el mundo.
Cuenta, por ejemplo: "Fue entonces cuando Kathy, Madeleine, Sylvia y otras cuyos nombres he olvidado, desempeñaron un fugaz, pero terapéutico papel en mi vida. Sus edades oscilaban entre los dieciséis y los diecinueve años".
La década de los 70 le daría la gloria en Hollywood con el éxito de Chinatown (1974), protagonizada por Jack Nicholson, pero también lo convertiría en paria. Precisamente en casa del actor, transformó una sesión de fotos a la adolescente Samantha Geimer en el encuentro sexual por el que fue acusado de violación en Los Angeles. Polanski asegura que la relación fue "consentida" por la muchacha, pero los jueces estiman otra cosa.
Luego Polanski se establecería en París (no tenía otra opción tampoco), se casaría con Emmanuelle Seigner y haría una vida que él resume como nadie: "Mis últimos treinta años, en resumidas cuentas, han seguido un curso infinitamente menos caótico y sinuoso que los cincuenta que los precedieron".