Ni siquiera se ha llegado a exigir "contexto", porque en el mundo del nuevo pop chileno hoy el debate es de blanco y negro, de amigos o enemigos, de aceptación o veto. Todo a partir del natural desborde que ha venido asociado a esta catarsis colectiva y también visible en otras dimensiones -quizás más importantes- de la sociedad chilena. Hablamos de esta saludable ebullición de denuncias y empoderamientos que, en el caso particular de la escena mencionada, ha instalado una suerte de imperativo de conducta y de exigencia moral que, a pesar del beneficio de reivindicación, también ha empezado a asfixiarla y dañarla creativamente.

A Álex Anwandter, por ejemplo, lo critican por ser hombre y abrazar el feminismo y a Javiera Mena por no asumir una postura más militante en el tema de las mal llamadas minorías sexuales. Algo parecido a lo que le pasó a (Me Llamo) Sebastián, que decidió partir de Chile y radicarse en México después de fuertes cuestionamientos por no haber asumido una posición más elocuente cuando un colaborador suyo fue acusado de abuso sexual.

Distinto, y aquí está la gran diferencia, es el caso de Gonzalo García, el cantante de Planeta No, que fue duramente criticado por defender públicamente causas que no coincidían con su comportamiento en privado, y particularmente elocuente fue el asunto que involucró a Tea Time, ex Los Tetas, quizás la historia más cruel e irrefutable de este último tiempo, y que terminó siendo el principal estímulo para esta ola de denuncias y exigencias de un público que hoy parece tan interesado en el comportamiento como en las canciones.

El tema es que hay un mundo de diferencia entre lo de Tea Time y lo de Mena, por citar los extremos, y muchas veces pasa que pareciera que son todos lo mismo y que se agrupan historias muy distintas entre sí -por lo pronto por su gravedad o seriedad- en virtud de esta nueva prueba de blancura. Lo reconocen y lamentan los mismos músicos pertenecientes a esta escena, que se ha impuesto una cultura del veto en el pop actual y que muchas veces terminan pagando justos por pecadores. Lo complejo es que se trata de grupos y solistas que ya tienen muchas dificultades para lidiar con la precariedad del medio y que además tienen que enfrentar el ser incluidos en una "lista negra" decretada por las redes sociales. Totalitarismo, dicen algunos, los costos de una catarsis colectiva, señalan otros. Una pulsión que ha terminado asfixiando a todos por igual: los que merecían el desprecio, pero también los que no.