En vivo hay dos categorías de artistas: los que dan y los que reciben. En la música urbana imperante los ídolos comparten el tic de instalarse al centro de la escena a la espera de la adoración del público. El sábado por la noche en el aniversario del Club Fauna en el teatro Teletón, con un cartel de seis artistas entre nacionales y extranjeros, Father John Misty dictó una clase sobre cómo funcionan las cosas cuando el artista se siente con la obligación y las ganas de ser el epicentro. El espectáculo no solo fue buenísimo sino memorable. Los seis músicos de acompañamiento conforman una banda que ronda la perfección ejecutando un soft rock que puede resultar engañoso por la casilla, porque cuando las canciones lo exigen, intensifican la interpretación y los acentos con naturalidad, como si chasquearan los dedos para cambiar de velocidad sin despeinarse, sin contar la acabada imagen de pandilla con garbo y resaca para subrayar ese ambiente de bohemia, reflexión y poesía que irradia Father John Misty con su barba algo hirsuta, a pesar de su condición de héroe romántico hipster.
El artista de 37 años que hasta los 17 no conocía más que música de iglesias trajo God's favorite customer (2018), su impecable cuarto álbum desde que Josh Tillman se reconvirtió en esta especie de personaje. Reprodujo el disco no solo con fidelidad abrumadora, sino imprimiendo una teatralidad que conjuga melancolía, erotismo y fervor religioso. La voz estuvo soberbia, poderosa y emotiva sin excesos lacrimógenos, sino confiado en un material contundente. Cuando hagamos los recuentos de lo mejor del año en directo, su debut en Santiago clasificará fácil.
Precedió Animal Collective, desembarcando en formato dúo con Panda Bear (Noah Lennox) y Avey Tare (David Portner), con la gira que replica Sung Tongs (2004). Son unos loquillos que a ratos se engolosinan con su originalidad indiscutida y un espectáculo prácticamente sin pausas, donde extreman las posibilidades al ser apenas dos músicos. Las guitarras acústicas no solo cumplen su función tradicional sino que se percutan sumando un elemento rítmico de connotaciones tribales. Es fácil imaginar bosques y lunas llenas, escenarios épicos y ambientes rústicos cuando las voces se suman a esa trama. Se urden de tal manera que parecen mucho más que dos, sino una especie de coro medieval, como en otros momentos armonizaban como si se escuchara un vinilo en una maltrecha tornamesa, en labor impresionante.
La noche partió con Niños del Cerro, dedicados en exclusiva a presentar canciones de Lance, su flamante segundo álbum, otro candidato a los recuentos de lo mejor de 2018. No solo hicieron espectaculares versiones de "El Sueño Pesa" y "Las Distancias", acompañados de Chini Ayarza y Martina Lluvias respectivamente, sino que hacia el final se dieron un gustito y lo advirtieron: una versión extendida de la canción que da nombre al disco. Fue una experiencia. Mutó desde su tiempo bailable original absolutamente discotequero, hasta un reventón sónico que avanzó hasta deformarse para luego retroceder y reintegrarse en un pasaje de intensa y electrificante psicodelia. Cuando la banda retomó el tiempo original marcado por un excelente acompañamiento de platillos, surgió un solo a lo "Gato" Alquinta preciso, no cabía otro en ese momento. A esas alturas había sonrisas en el público ante una composición nueva con un arrojo dispuesto a arrasar con todo. Fue una excelente manera de iniciar la noche.