La trayectoria en solitario de Paul McCartney semeja dos cimas separadas por un páramo: mientras los años 70 fueron ebullición pura gracias a hits resonantes y el suceso de los Wings, sus dos decenios posteriores sucumbieron a los altibajos, grandeza extraviada que recién recuperó en este siglo. En los 12 años recientes, su discografía avanzó como una racha imbatible de triunfos, con lanzamientos que brillan entre lo mejor de su carrera. Egypt Station, el álbum que sale hoy, también gana un espacio en ese palmarés contemporáneo. Pero, ¿qué ha hecho a Macca mantener una adultez tan radiante?

Dos sombras, dos muertes

En los meses posteriores al asesinato de Lennon en 1980, McCartney recordó que, cuando aún no eran famosos, todo el grupo de amigotes de Liverpool se había comprometido a que, si uno de ellos moría, se encargaría desde el más allá de enviarles alguna señal. No pasó con Stu Sutcliffe, el músico de la prehistoria Beatle que falleció en 1962; por eso, ahora estaba atento a los mensajes de John. Pero lo que nunca esperó era que su recuerdo fuera tan omnipresente: con el brutal deceso del hombre de "Imagine", su leyenda se agigantó y Paul debió lidiar una década entera con un mito que sólo crecía. "Desde ese momento, Paul tendría que convivir con una percepción de su personalidad y la de John que parecía inalterable. Tenía que resignarse a ser el segundo", dice la última biografía del músico.

En los 90, su esposa, Linda Eastman, era diagnosticada de cáncer. Se retiró de las giras y hasta en la portada de su disco Flaming pie (1997) se lo ve como un espectro borroso, un creador que observa hacia otro lado, fijando la mirada muy lejos del aquí y el ahora.

Arqueología y renovación

El peso del mito Lennon y la renovada fascinación por los Fab Four hicieron que McCartney gastara gran parte de su energía durante los 90 en depurar esa herencia. Cuando se echó a andar el proyecto Anthology, se comprometió a no trabajar en sus iniciativas en solitario. Aunque trajo ganancias millonarias, los contratos y la trama tras esos discos lo llevaron a pelearse con Yoko Ono y George Harrison, nuevamente adquiriendo esa imagen burguesa que tanto lo ha perseguido. Pero llegado el nuevo siglo, se empoderó para asumirse como el auténtico guardián del legado Beatle.

Con los jóvenes

Y para totalizar esa nueva figura, no recurrió a los almanaques o a los eventos nostálgicos. Bajo una estudiada estrategia, se acercó al público joven, empezó a aparecer en los festivales que siempre han sido sinónimo de vanguardia y onderismo (Coachella, Glastonbury, Lollapalooza) y se asoció en sus últimos trabajos a productores que trabajaron con Radiohead, Amy Winehouse o Adele. Pero tampoco olvidó a los beatlemaniacos septuagenarios que habían crecido con él, exhibiendo la imagen de un adulto sano, vigoroso, sin ánimo de jubilar, actitud plasmada a cabalidad en la letra de uno de los temas de su nuevo álbum, "Happy with you": "Solía beber tanto/ me olvidaba de regresar a casa/ mentía a mi médico/ pero ahora ya no lo hago/ porque soy feliz contigo/ tengo muchas cosas que hacer".