Trabajó activamente hasta sus últimos días. Todos los lunes en la tarde, Hugo Marín iba al taller de cerámica de Lise Moller a preparar nuevas esculturas. En su departamento, ubicado en la comuna de Recoleta, también trabajaba a diario en las obras que próximamente presentaría en una nueva exposición. Ahí, rodeado de su colorida producción artística, falleció el jueves pasado a los 89 años, como consecuencia de un accidente cerebrovascular sufrido un mes atrás. Una de sus últimas apariciones públicas fue el día previo al accidente, en un homenaje a la artista visual Tatiana Alamos.
Nacido el 15 de marzo de 1929, Hugo Marín construyó una vasta carrera en las artes visuales, a través de la pintura y la escultura. En sus inicios, estudió en la Escuela de Artes Aplicadas, donde fue alumno de José Perotti. Su obra se caracterizó por rescatar elementos míticos y de culturas ancentrales, temáticas que plasmó en sus innumerables esculturas de cabezas y figuras humanas de todas las razas. Su creación artística fue reconocida con el Prix des Anciens, del Salón de Artistas Decoradores, en París (1953), y el Premio de Escultura de la Municipalidad de Santiago (1992).
"Chile pierde a uno de sus más grandes artistas visuales, que expuso sus obras en los mejores espacios de América y Europa. Siempre admiré la inspiración de Hugo en las capas más profundas de diferentes culturas, incluidas las de nuestra patria precolombina con su diversa iconografía", señaló ayer la Ministra de las Culturas y el Patrimonio, Consuelo Valdés, quién asistió al velorio que se realizó en el Salón Blanco del Museo Nacional de Bellas Artes. En tanto, hoy se dará el último adiós al artista, cuyos restos serán cremados al mediodía en el cementerio Parque del Recuerdo.
Una de las personas que acompañó de cerca a Marín durante el último tiempo fue Guillermo Carrasco. El teórico del arte y uno de los principales coleccionistas de su obra, trabajó y presentó exposiciones del artista en Chile y el extranjero. De Marín recuerda "su generosidad para entregar conocimiento y experiencias de vida", comenta. "Él incorporaba a los demás en lo que hacía, sin ningún tipo de sectarismo, ni de clasismo, ni de nada que significara exclusión", recuerda Carrasco, también autor del libro Hugo Marín: Primera época 1950-1970.
Uno de sus contemporáneos en la escultura es Federico Assler, quien también tuvo oportunidad de trabajar junto a Hugo Marín. "Recuerdo cuando hicimos unas obras en el norte, yo en Los Vilos y Salamanca, y Hugo en Illapel, donde hizo un trabajo muy importante para la ciudad. Su obra pictórica y esculturas, como las famosas cabezas, eran figuras mágicas", dice Assler.
Actuar y meditar
Creador de una cuantiosa obra en pintura y escultura, Hugo Marín exploró más allá de las artes visuales. Entre 1952 y 1953 viajó a París y Roma para perfeccionar sus estudios. Allá se encontró con Alejandro Jodorowsky, a quien había conocido años antes en Chile, cuando Jodorowsky creó el Teatro Mímico y Marín se integró como aprendiz. "Yo llegué a París y me lo encontré en la calle de casualidad. El me consiguió un cuarto cerca del suyo en el mismo edificio. Fuimos muy amigos", dice Jodorowsky a La Tercera. Durante esos años, Marín también compartió con artistas como el coreógrafo Hernán Baldrich y Marcel Marceau.
Ya en los 60, el artista se acercó a la meditación. En 1966 conoció al Maharishi Mahesh Yogi, de quien aprendió la Meditación Trascendental, que practicó toda su vida. "El meditaba todos los días y todo el día más o menos. Era un hombre muy místico y espiritual", comenta Teresa Ortúzar, pintora y amiga de Marín, quien recuerda además el humor que compartía el artista en cada una de sus reuniones.
Su dedicación a la meditación trascendental naturalmente se expresó en su obra, explica Guillermo Carrasco, quien comenta que Hugo Marín "siempre se sintió partícipe de esas búsquedas interiores profundas y filosóficas. Su obra está permeada por eso", comenta.
De vuelta en Chile, y bastante años después, Hugo Marín volvió a incursionar en la actuación. En 2011 tuvo una aparición en la película de Cristián Jiménez, Bonsái. Luego, en 2013 y 2016 se le pudo ver en La danza de la realidad y Poesía sin fin, ambas dirigidas por su amigo Alejandro Jodorowsky, con quien se vió por última vez durante la filmación de Poesía sin fin. "Hugo Marín tenía mucho carácter y me gustó, se me ocurrió ponerlo en un pequeño papel en la película y que se divirtiera. Se divirtió bastante. Yo empecé con él como actor en la pantomima, y tenía mucho talento. Es un gran pintor y escultor, yo no sé por qué se quedó solamente en Chile", se pregunta Jodorowsky.