Eran exactamente las 08:00 de este miércoles cuando la gigantesca bandera de México quedó izada a media hasta en la Plaza del Zócalo de Ciudad de México. Acompañaba el acto un repique de tamboriles y trompetas interpretando una marcha marcial, la que era seguida en silencio sepulcral por autoridades de gobierno y legisladores del país azteca. El acto fue cerrado con la entonación el himno nacional.
Lo anterior fue una muestra de la conmemoración oficial de los 50 años de la llamada "Matanza de Tlatelolco", uno de los hitos trágicos de América Latina en un año crucial para los movimientos sociales como fue 1968. Y, por cierto, un hecho que partió en dos la historia reciente de México: un movimiento estudiantil que, en lo grueso, exigía mayores libertades en un país gobernado por un partido único -el PRI- y que fue reprimido por un operativo militar en la Plaza de las Tres Culturas, pleno centro de la capital, por orden del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz.
Un acontecimiento que no tiene un saldo oficial de muertos y que, hasta hoy, se mantiene impune. Con todo, fue la primera muestra palpable de una complejidad recurrente en México, los derechos humanos, con el consiguiente daño a la imagen internacional de un país que oficiaba de sede de los Juegos Olímpicos de ese año, primera vez en tierra latinoamericana. En el libro La Presidencia Imperial del historiador Enrique Krauze, libro que recorre buena parte del Siglo XX de la política mexicana, se advierte un pasaje que ilustra la magnitud de la represión:
"El fuego nutrido duró sesenta y dos minutos, recuerda un testigo (…) Eran las siete y quince minutos. Sobrevino un segundo tiroteo, que duró hasta las once de la noche. Durante toda la noche y aún al día siguiente, se oyeron tiros aislados. En la operación, ejecutada por unos cinco mil soldados, se usaron pistolas, ametralladoras, tanquetas y bayonetas. Se dispararon aproximadamente quince mil alas. Los detenidos esa noche fueron más de dos mil. Muchos fueron desnudados, golpeados y vejados", dice el también columnista de The New York Times.
Un pasaje doloroso para los mexicanos que explica los actos de reparación histórica ocurridos en las últimas semanas. De hecho, fue recién a fines de septiembre que México reconoció oficialmente, a través de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, que la Matanza de Tlatelolco fue un "Crimen de Estado", mientras que la oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas -organismo que encabeza la ex Presidenta Michelle Bachelet- lamentó esta semana que la matanza, medio siglo después, aún no se reconozcan culpables.
Para aproximarse a este hecho y sus consecuencias, Culto sugiere la lectura de dos libros imprescindibles en su género.
La Noche de Tlatelolco
Hasta la matanza de Tlatelolco, Elena Poniatowska era una escritora y periodista con un creciente prestigio, quien ya contaba con la publicación de la exitosa novela Hasta no Verte, Jesús Mío (1969). Sin embargo, fue en 1970 que Poniatowska publica uno de los clásicos de la crónica latinoamericana: La noche de Tlatelolco. En el texto, la autora echa mano a una polifonía de relatos de los protagonistas y su entorno, además de mantener la fidelidad a la oralidad de los entrevistados. En su primera parte, titulada "Ganar la Calle", la cronista retrata el ambiente previo a la matanza, principalmente desde la óptica de los estudiantes movilizados. La segunda parte, en tanto, llamada "La Noche de Tlatelolco", detalla los hechos del 02 de octubre del 68.
La presentación de los relatos es fragmentada e incluso yuxtapuesta, lo que fue toda una innovación para la época, técnica recogida de su colaboración con el antropólogo Oscar Lewis a principios de los 60, artífice de la escritura testimonial. La presencia de la voz de la periodista, en todo caso, es acotada. Aquí un extracto:
El 03 de octubre, a las siete de la mañana, fui a la Plaza de las Tres Culturas, cubierta por una especie de neblina. ¿O eran cenizas? Dos tanques de guerra hacían guardia frente al edificio Nuevo León. Ni luz, ni agua, sólo vidrios rotos. Vi los zapatos tirados en las zanjas entre los restos prehispánicos, las puertas de los elevadores perforadas por ráfagas de ametralladora, las ventanas estrelladas, todos los comercios , los aparadores de la tintorería, de la cafetería, de la miscelánea hechos añicos, la papelería destruida, las hojas rotas, las huellas de sangre en la escalera y la sangre sin lavar, la sangre encharcada y negra en la plaza.
El libro fue referencia para una generación y se situó en un cánon similar a Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano. En el 2013, además, Elena Poniatowska fue galardonada con el Premio Cervantes de Literatura.
La Guerra de Galio
La Matanza de Tlatelolco significó un cambio de ciclo en la vida nacional del país. Una parte de la izquierda mexicana adoptó la lucha armada, como fue el caso del colectivo Liga Comunista 23 de Septiembre. También sería el inicio de un lento proceso de apertura política, que tuvo su primera plataforma de expresión en el periodismo. Específicamente, en el diario Excelsior dirigido por Julio Scherer entre 1968 y 1976.
Es la historia que sintetizó el escritor y periodista Héctor Aguilar Camín en su novela La Guerra de Galio a partir de tres historias personales que conforman un retrato de época: Galio Bermúdez, impúdico operador político del oficialismo que, precisamente, defiende la matanza de Tlatelolco, Carlos García Vigil, joven historiador que progresivamente ingresa al mundo del periodismo y el poder, y Octavio Sala, carismático director del diario La República. A estos personajes se suman Paloma Samperio y los hermanos Carlos y Santiago Santoyo, combatientes de la "guerra secreta" desde la izquierda armada.
Según propia confesión de Aguilar en diversas entrevistas, el autor se propuso hacer una novela que retratara el fracaso de una generación en un país sofocado por la falta de libertades, la corrupción y la política hecha entre sótanos y tugurios. Y para eso, toma como relato grueso la caída en desgracia del diario La República, medio que fuera víctima de una conspiración interna comandada desde el propio gobierno. Tal como ocurrió en la vida real con Excelsior, matutino que fuera intervenido por el gobierno del ex presidente Luis Echeverría tras un proceso de postura confrontacional frente al poder, un camino iniciado por el diario precisamente a partir de la Matanza de Tlatelolco.
Esta novela es una suerte de libro fetiche de políticos chilenos de todas las sensibilidades. Uno de ellos es el senador PS José Miguel Insulza, reconocido lector y amigo de Aguilar Camín, a quien conoció durante su exilio en México en los años 80. "Ese libro da cuenta de una generación que quiso hacer una política más transparente en México, a pesar del movimiento del 68, y toma el caso de lo que fue el diario Excelsior, que tuvo una postura muy combativa a partir de Tlatelolco y que, por lo mismo, fuera derrocado por la gente que estaba en el poder, pese a que ese diario era uno de los más prestigiosos de América Latina", dice el ex secretario general de la OEA, quien reconoce que en un periodo de su vida podía citar de memoria pasajes de esta novela.