Que la tecnología se ha colado en las diversas propuestas escénicas es una realidad que ya data de varios años. Lo es también el uso de distintas disciplinas artísticas para una sola obra. Sin embargo, pocas veces se convierte en un todo tan integrado. Porque eso es lo que logra Pixel, una obra urbana alucinante.
Concebida por una de las figuras hitos del hip-hop francés de los noventa, Mourad Merzouki, en conjunto con Adrien Mondot y Claire Bardainne -artífices de la creación digital-, la pieza a cargo de la compañía francesa Käfig aterrizó en el Teatro del Lago para simplemente deslumbrar a través de cuadros en los que el hip-hop, el break dance, los movimientos circenses, el patinaje, el sonido y la música se fusionan en la danza y se entrelazan con la proyección de imágenes de manera armoniosa y tridimensional.
Pixel nace, justamente, de esa unidad mínima de color, en este caso de un punto blanco que se multiplica para componer, en complicidad con el movimiento, una propuesta poética, imaginativa, que juega con las ilusiones ópticas y que, en varios momentos, recuerda los videos de realidad virtual.
Teniendo de base la música de Armand Amar -misteriosa, de frases repetitivas y sonidos tensos-, en ella se hace imprescindible lo visual, que crea, a partir de estos puntos que intervienen el espacio y los cuerpos, y viceversa, escenarios y atmósferas en movimiento que, en colusión con la danza, forjan un ambiente variable, extraño, efímero e insólito, pero siempre urbano.
En ese marco los 11 artistas de distintas expresiones -bailarines, patinadores, contorsionistas, acróbatas, etc.-, vestidos con ropa cotidiana, citadina, se sumen en fascinantes coreografías abstractas con energía, con la rudeza de la calle, con lirismo y frenesí; transitan por paisajes, por la lluvia o la nieve; juegan con un aro o con paraguas; dialogan con la tecnología, dibujan con sus brazos y manos en las imágenes proyectadas, y sorprenden rompiendo la barrera entre lo real y lo ilusorio. Un grupo que saca el máximo provecho de sus habilidades personales y de la gran plasticidad de sus cuerpos para conformar este todo dancístico.
Pixel es un ejemplo del buen uso de la tecnología, de las múltiples posibilidades que le da al arte, pero también un modelo de inclusión expresiva, en la que es difícil delimitar el dónde termina una técnica y comienza otra; dónde está lo real y lo irreal.