Norma, la culminación de una deficiente temporada

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La dirección orquestal fue otro tema. El ruso Konstantin Chudovsky claramente no tiene el belcanto en la vena. Con una conducción rudimentaria, que no logró inmiscuirse en las emociones que traspasan a Norma, se esfumaron las dinámicas melódicas, el lirismo, las atmósferas.


Pareciera que nada satisface. Pero pocas veces, y mirándola en retrospectiva, se ha sido testigo de una temporada lírica que ha tenido como denominador común la deficiencia. Pues lo que el Municipal de Santiago ofreció este año fue un ciclo con demasiadas falencias artísticas, ya sean vocales, orquestales o de propuestas escénicas.

Hay que conceder que hubo algunas novedades, como Lulú o la chilena El Cristo de Elqui; que la presencia de tal o cual cantante o de un director salvó más de una función, pero no es para regocijarse, porque en el contexto general, rayano en la mediocridad, no pasaron de tener un nivel aceptable.

Dicho esto, y sumiéndose en lo puntual, vino a cerrar esta cuestionada temporada una de las óperas más representativas del belcanto italiano, Norma, de Vincenzo Bellini. Una obra exigente que estuvo fuera de la cartelera santiaguina durante 18 años. Y antes de ello tuvieron que pasar otros 13. Por algo será. Porque para programarla es necesario, de antemano, contar con intérpretes aptos para ella, un director que vaya de la mano con este estilo y un conocimiento efectivo del libreto que transita por las pasiones y la teatralidad, con escenas grandiosas y otras conmovedoras. Porque Norma es una obra de múltiples facetas, de un final catártico, de gran expresividad emocional, de largas melodías.

De ello, poco o nada se dio cuenta en la nueva versión estrenada el miércoles pasado. De partida, con un grupo de intérpretes -todos de gran volumen, lo que no asegura calidad- donde sólo sobresalió la soprano rusa Oksana Sekerina, quien con un atractivo color oscuro, de canto matizado y emotivo y sin complicaciones en los pasajes de agilidad, solventó su Adalgisa tanto en lo vocal como en lo actoral. Pero aparte de ella, el resto estuvo fuera de estilo. A su coterránea Irina Churilova le quedó grande el papel de Norma. Es una buena cantante, con recursos técnicos y bonito timbre, pero carece de la expresión dramática necesaria para la sacerdotisa, lo que redundó en una incorrecta entrega de la compleja personalidad y temperamento de la protagonista. Más abajo en la escala estuvieron los roles masculinos. El surcoreano Sung Kyu Park (Pollione) es un tenor de canto burdo, vociferante y poco musical, y el ucraniano Ievgen Orlov (Oroveso) es un bajo calante y con problemas en los extremos de su tesitura. Muy bien Evelyn Ramírez (Clotilde) y Pedro Espinoza (Flavio), y el Coro puso la nota alta con fuerza y rigor.

La dirección orquestal fue otro tema. El ruso Konstantin Chudovsky claramente no tiene el belcanto en la vena. Con una conducción rudimentaria, que no logró inmiscuirse en las emociones que traspasan a Norma, se esfumaron las dinámicas melódicas, el lirismo, las atmósferas.

La directora de escena Francesca Zambello, avalada por un destacado currículo en EEUU, no estuvo a la altura de éste y los abucheos se hicieron sentir. Su regie -de la que se rescata el movimiento de la masa coral- se basó en anticuados arrebatos gestuales, mientras su propuesta general -apoyada por la insulsa escenografía de Peter J. Davison y el vestuario de Jennifer Moelle- fue ininteligible y sin una intención clara, en la que puso los siglos XVIII y XIX y a los druidas (ya sea en algunos personajes o con el árbol que conecta el cielo y al tierra) en la misma juguera. Es decir, raya para la suma. Norma vino a constatar la ineficiencia operística de este año.

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