Primera noche: los tatuajes de la coincidencia
Hace diez días atrás que me han dicho que con Saiko tocaremos en el mismo escenario donde estará Coldplay en Chile. Ya he tomado medidas para corregir mi pésimo inglés y mi amiga Mariana Bruce será la intérprete entre mi banda favorita y esta angustiada servidora. Los días previos al concierto todo gira en torno al día D. Se fabrican poleras nuevas, Luciano Rojas (guitarrista y cerebro de la banda) arregla los bajos de la grabadora digital, que nos ha acompañado fielmente desde nuestros primeros días. Otro gran acompañante es Parachutes, el primer disco de Coldplay, que sonó incansablemente por años como apertura de nuestras presentaciones en vivo.
Pero ahora estamos en el presente. En este primer show de Coldplay, que parte temprano para todos, seremos los teloneros y la prueba de sonido no se hace esperar. Desde el primer momento percibo el buen trato y respeto del staff que acompaña a la banda británica. Nuestra actitud es siempre de humildad. Pero nos sorprendemos con su respuesta amable. Terminamos la prueba ocupando la mesa de sonido digital de Coldplay, lo que simplemente no puedo creer. En años de compartir escenarios con otras bandas, ningún técnico ajeno me había ofrecido ocupar un mejor sistema, sólo de "buena onda".
Queda poco para conocer de cerca a los Coldplay y sólo nos separa Jakie, una tipa de un metro ochenta, afro-blond, talla XL. Es la dueña del área demarcada para los músicos ingleses. Jakie se pasea impaciente hasta el ingreso de una patrulla de carabineros que adelanta la entrada triunfal de mis colegas músicos. Tímidamente me refugio en mi metro cuadrado y espero con nerviosismo el primer encuentro. De aquí a las últimas horas juntos, todo es un sueño.
Después del primer recital, tuve un gran primer frente a frente con Chris Martin, líder de Coldplay. Él fue a mi encuentro, hizo una reverencia, se agachó hasta mi mano y la besó agradeciendo mi presencia en su gira. Eso no me lo puedo sacar de la cabeza. Tampoco la gran coincidencia que nos unió. Martin tiene tatuadas en sus muñecas las iniciales de sus dos hijos: una A de Apple y una M de Moses. Él se fijó que yo también tenía tatuadas las mismas letras. A de Antonia y M de Marisol, mis hijas.
Entre las cosas que hablamos me quedó muy claro que Chris Martin estaba preocupado de la educación de sus hijos. La mitad del tiempo, nos contó, se mueven entre Nueva York y Londres junto a Gwyneth Paltrow y los niños. Él me preguntó cómo lo hacía yo con mis hijas, siendo una rockera. El lado humano era crucial para él. Le conté que criaba sola a mis niñas y que además estaba grabando mi disco solista. Había tema en común. Pero el cansancio nos ganó. Estos cabros son sanos. Nada del carretear duro como uno podría esperar. Prefieren la vida familiar o jugar unas pichangas. Como lo hicieron el segundo día de recital. Quedamos en comer mañana.
Segunda noche: el hijo de la Presidenta
Despierto y ahí están: las flores, el champagne y la tarjeta de bienvenida al tour de Coldplay. Me queda claro que esto no es un sueño. Como tampoco un segundo encuentro con la banda inglesa. Siempre hay quienes quieren sacar provecho de todo a su paso y, minutos antes de salir nuevamente al escenario, escucho a gente del sello que se cuelga de la visita de mi único invitado, Sebastián Dávalos. Sí, el hijo de Michelle Bachelet. Me molesta que quieran convertir una visita informal en una visita protocolar.
Con Sebastián miramos el concierto juntos desde la mesa de luces. Sé que no le gusta nada la música de los ingleses y que esté acá sólo para pelar que ni U2, ni Shakira, ni Coldplay valen el alto precio de sus entradas. Pero pierde su apuesta y antes de que termine de explicarme lo bueno del show, aparecen dos guardias que lo invitan a entrar a saludar a la banda. Nos miramos y caminamos con un poco de vergüenza hasta la mesa donde come Chris Martin. No lo queremos interrumpir, pero ya es demasiado tarde. Le han anunciado la presencia del hijo de la Presidenta de Chile.
Chris está de buen humor. Como siempre. Le pregunta a Sebastián si también es músico. Él le responde que sí, pero que está algo alejado de esas lides. Chris le pregunta dónde trabaja y Sebastián le responde que en la Cancillería. "Buen trabajo si usas esos aros'', dice el inglés, a quien no se le va un detalle. El inglés está bien enterado de política internacional y habla con Sebastián de Asia y comenta el tratado de libre comercio con China.
Mientras hablan observo el círculo que nos rodea: gente que no ha hecho nunca nada por la música chilena y que en estos momentos se infla de orgullo al abrazarme en presencia de su producto rentable. Prefiero irme y dejar la reunión con Coldplay pendiente para el tercer día. Estoy incómoda y además debo salir arrancando con destino al estudio de grabación subterráneo, donde me esperan para continuar con la grabación de mi disco solista.
Tercera noche y final: se habla español
El último día nadie se enoja. Jakie —la dueña del área demarcada para los músicos ingleses— nos sonríe de lejos y la prueba de rigor ya no es necesaria. A no ser porque mi garganta no responde como de costumbre, todo marcha bien. Me apena no poder aceptar una nueva invitación de Chris para comer después del show. Estamos partiendo a otra presentación fuera de Santiago. Pero mis hijas Antonia y Marisol ya han llegado y la cara del cantante cambia radicalmente. Ahora es el tío Chris.
Antonia le canta y Marisol lo mira coqueta. Él corre por popcorn para ellas. Yo le digo que no me siento muy bien y que me voy a arreglar para salir a escenario. Se preocupa y me ofrece ayuda. Chris extraña a su familia. Habla seguido por celular con su mujer, Gwyneth Paltrow, que está al otro lado del mundo. Habla de ella con admiración, enamorado. Pero es raro escucharlo como si ella fuera la persona más normal de la tierra y no… ¡Gwyneth Paltrow! Pero así son ellos, sencillos. Gwyneth habla un español fluido, cuenta Chris. Su mujer vivió muchos años en Madrid y ella les enseña algunas palabras en castellano a sus retoños. En uno de los momentos tras bambalinas, Chris estaba hecho una carcajada humana y con el celular en la oreja, le trata de repetir a Gwyneth, la experta en español más cercana de su círculo, lo graciosa que suena el chilenismo "cachai".
Gwyneth no entiende ni Chris tampoco. Aunque, eso sí, el vocalista se dio la molestia de practicar un poco de español y presentarnos en el último show él mismo. "Damas y caballeros, mi banda favorita en Chile: Saiko". Es lo último que alcancé a escuchar antes del ensordecedor recibimiento de un público eufórico en la tercera noche de recital. Para Chris el idioma no era un problema. Jugaba con mis hijas y se dejaba entender de lo más bien mientras ellas le cantaban "Yellow" en un inglés de juego: "auchumflin, auchumflin yellow".
Debo volar a Petorca con Saiko. No me siento bien. Resfrío, cansancio. Y se me nota: Chris mira con respeto y para subirme el ánimo me confiesa que también está enfermo, pero ¡del estómago! Por culpa de los mariscos y la sandía a media noche del día anterior. No quiere ofender la cordialidad de nuestro país y se reserva la anécdota para hacerme reír con sus idas constantes al baño.
Parto en un bus que contrasta con el glamour de Espacio Riesco, mientras mis hijas se quedan jugando con su nuevo tío. Marisol le pega unos stickers en la frente a Chris y él acepta feliz con la aseveración de mi primogénita de que se ve cool. Antonia se despide sin rasgos de su pena acostumbrada cuando me ve partir una vez más y hace chao con su manito. Martin la toma entre las suyas diciendo que es igual a la de Apple, que cumple la edad de mi hija, pronto, muy pronto, y que ya anhela volver a ver. Otra coincidencia que ahora que transcurren las horas en la Quinta Región, no olvidaré en mi vida.