Las postales eran sencillamente grandiosas. El Estadio Nacional iluminado por completo y multicolor, gracias a una pulseras que cada espectador recibió y que se activaron desde el inicio del show de Coldplay. Un arranque tan potente en términos visuales con "A head full of dreams" —la canción que da nombre a su último álbum editado en 2015—, que parecía más bien un remate. Mientras la banda interpretaba el tema no solo las pulseras cambiaban de tono, sino que lo hacían según el ritmo. Y no solo sucedía eso, sino que estallaban fuegos artificiales y disparos de confeti convertían al Nacional en una fiesta inmediata donde todo era alegría contagiosa.
Asestado el primer golpe de insoslayable efectividad, Coldplay siguió con "Yellow", su primer éxito lanzado hace ya 16 años. A mitad del corte, Chris Martin se distrajo y equivocó de estrofa. El bajista Guy Berryman lo miró entre sorprendido y divertido, a lo que el líder respondió con una sonrisa como diciendo, "son cosas que pasan". Siguió "Every teardrop is a waterfall" con el baterista Will Champion tocando guitarra acústica en una demostración de su talento multi instrumentista, en tanto más estallidos de papel multicolor copaban prácticamente la cancha. La sensación de estar en una rave antes que un concierto de pop rock se hizo más evidente en "Paradise" cuando la banda selló el remate con un guiño a DJ Tiësto. Luego el grupo se trasladó hasta el denominado B-stage al final de la pasarela que se adentraba entre el público para un set con las canciones "Everglow" y "Magic", con la banda tocando percusión electrónica y Chris Martin al teclado.
De regreso al escenario principal siguieron con "Clocks", entre otras composiciones, para recuperar con "Fix you" el tono litúrgico y épico que constantemente busca el cuarteto británico. Empalmaron después una pálida versión de "Heroes" de David Bowie, desprovista completamente de la oscuridad de la original.
Y eso ocurre porque Coldplay se empeña insistente en transmitir las mejores vibras posibles con sus canciones que no tienen demasiada ciencia, más bien pálidas adaptaciones del formulario de U2 para componer. El guitarrista Jonny Buckland es discretísimo, lo mismo Guy Berryman al bajo, en roles que son apenas secundarios para un grupo donde todo se concentra en la figura de Chris Martin. Difícilmente el público olvidará la cita de anoche. La audiencia disfrutó un encuentro donde las luces y los estallidos juegan un papel vital: soslayar un cancionero ligero cuyas intenciones semejan discursos de autoayuda.