Terror y fascinación incombustibles. Para cuando se cumpla medio siglo de los nueve asesinatos de la secta de Charles Manson en el sur de California (julio-agosto, 1969), Quentin Tarantino ya habrá estrenado Érase una vez en Hollywood, su personal reporte de los hechos que harían del mencionado clan, la "familia Manson", un símbolo y un síntoma de tiempos convulsos.

La película del director de Pulp fiction no es la única que asoma en época de conmemoraciones: Charlie says, de Mary Harron, se presentó en la pasada edición de Venecia ante críticos más bien descontentos, mientras la actriz Kate Bosworth ya subió a redes sociales su imagen como Sharon Tate en Tate, proyecto del director Michael Polish. Por añadidura se han hecho presentes las series del streaming (American Horror Story: Cult, Mindhunter), así como documentales y docurreportajes.

Y queda la palabra impresa. Dianne Lake, que con 14 años fue la integrante más joven de la "familia", no participó en los crímenes de Tate y los demás, pero acompañó a Manson hasta su arresto. Recién en 2017 vino a publicar unas memorias enjundiosas (Member of the family). También está lo de Claire Vaye Watkins, pero eso es otra cosa.

Watkins (Bishop, California, 1984) debutó en 2012 con Battleborn, colección de relatos que arranca con uno que toca su propia biografía: "Fantasmas, vaqueros". Y no pasó inadvertida. Por la simpleza del estilo y lo distintivo de la pluma, por cierto, pero también por un dato no menor: quien escribe es la hija de Paul Watkins, considerado la mano derecha de Manson, quien testificaría en contra de este último y fallecería a los 40 años, cuando Claire tenía solo seis.

"Mi padre no mató a nadie. Tampoco es un héroe. Esta no es de esa clase de historias", aclara Watkins en el relato, que mezcla historia y leyenda, recuerdos e imaginación. Todo en un libro que ahora se publica por primera vez en castellano, rebautizado con el nombre del estado en que se ambienta casi totalmente: Nevada.

Cuestión de lugar

"Me enamoré de ese libro desde que una amiga, hace un par de años, me recomendó uno de sus cuentos,'The Archivist'", cuenta hoy la académica y escritora María José Navia. "Desde entonces lo leí mucho, lo regalé, lo recomendé, pasé algunos de sus relatos en mis clases y luego, cuando tuve la oportunidad de traducir algo para Libros del Laurel, no lo pensé dos veces".

"Es uno de mis libros favoritos de la vida", remata: "Son relatos que se quedan con el lector. Al menos, se quedaron conmigo". Y no está sola en el entusiasmo. Rodrigo Fresán la incluyó entre las autoras de calidad pero insuficientemente reconocidas de nuestro tiempo, mientras para su colega Edmundo Paz Soldán, no es nada menos que una "cuentista extraordinaria".

En su propio país la compararon con Cormac McCarthy y la llamaron "la nueva voz del Oeste Americano". Más tarde vendría una novela (Gold fame citrus, 2015) tan elogiada como su primer libro y, en medio de ambos, un texto polémico: el ensayo "On pandering", donde usa su propia experiencia para retratar inequidades, ninguneos, condescendencias y otros males de la relación intersexos en el mundillo literario/académico. Pero, en lo que toca al lector hispanoparlante, lo que hay por ahora es Nevada.

Los relatos son diez. Hay autoficción, como se indicó, pero también variedad de voces, percepciones y emociones. Así, cada una de las historias contribuye al espesor dramático y a la pintura de una identidad geográfica: cada una es elocuente respecto del conocimiento del suelo que se pisa. Porque, como declaró Watkins el año pasado, "nunca he podido escribir sobre alguien si no sé dónde está". Y, en efecto, cualquiera sea la voz narrativa en los distintos cuentos, los lugares lo impregnan todo. Reunidos, según The New York Times, los relatos "cuentan la historia de un lugar y de los habitantes que allí prosperan y perecen".

Evocativo y elíptico, sensible y sutil, el conjunto habla de infancias dolidas, de madres e hijas, de amigas, de hermanas, de amores. Y allí se inscribe, sin estridencias ni protagonismo excesivo, la mencionada "Fantasmas, vaqueros".

La narradora/autora remonta esta historia, que también es la suya, a la fundación de la ciudad de Reno, en 1859 (cuando Charles Fuller "construyó un puente de troncos que cruzaba el río Truckee y empezó a cobrar a los mineros de la plata de Comstock por dejarles cruzar su tesoro por encima de la corriente"). Y porque es su historia al tiempo que es historia, a secas, Watkins también aterriza en 1968, cuando los Manson, su padre incluido, llegan al Rancho Spahn, en las afueras de Chatsworth, California.

Había sido un rancho muy requerido para el rodaje de incontables westerns. Pero en la recta final de los '60 el género estaba en baja y al dueño del terreno, George Spahn, viejo y casi ciego, no le pareció mal la llegada de unos jóvenes algo hippies. El grupo le ofreció ayuda a cambio de permiso para acampar en las edificaciones vacías de los antiguos decorados. Spahn aceptó, "tal vez porque no tendría que pagarles. O quizás porque el líder del grupo, un hombre llamado Charlie, ofreció dejar a una chica o dos con George las veinticuatro horas del día, para preparar sus comidas, limpiar la casa, preocuparse de lavar la ropa y acostarse con él cuando quisiera".

Paul Watkins, el padre de Claire, era quien conseguía chicas para incorporar al clan. Tenía 18 años y era guapo. O eso contaba la madre de Claire. Se había hecho amigo de Manson en San Francisco: "Escribieron canciones juntos y acamparon en los alrededores de la bahía hasta diciembre, cuando enfilaron hacia Los Ángeles, aburridos de la ciudad, cansados de la lluvia".

Más tarde llegaron al rancho. Ahí estuvieron entre 1968 y 1969, período en el que nació una criatura que será central en el relato. El resto de la historia es más conocida y puede consultarse en otros libros.

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