Está dentro de las top y no es para menos. Porque Sonya Yoncheva es un portento de cantante. De aquellas que no dejan inmune a nadie. Una artista que, en su debut en Chile, deslumbró, y con la que el Teatro del Lago se volvió a superar a sí mismo.

La soprano búlgara fue la guinda de la torta del Festival de Primavera con el que la sala sureña celebró este fin de semana su octavo aniversario. Allí, la cantante confirmó por qué es una de las estrellas del firmamento lírico.

Conocida desde hace ya un rato por sus certeras incursiones en el barroco y en Mozart (junto a William Christie), llegó a la cima gracias a sus capacidades interpretativas, a su voz poderosa y expresiva, y a su particular timbre. Son cualidades que la han llevado a los principales teatros del mundo y que en la función frutillarina de gala, se desplegaron con creces.

De atractiva presencia, naturalidad sincera y gran simpatía, Yoncheva deleitó con obras de Massenet y Puccini, y dejó estampado no sólo un gran manejo estilístico, sino también un canto enjundioso, melódico y seguro. Un color de voz personal, muy latino, que transita entre lo lírico y lo dramático, que emite con soltura tanto poderosos graves como agudos, que vive cada aria con fervor, ternura, romanticismo. Que da cuenta de una intérprete por donde se la mire.

Con un programa selecto y exquisito, dedicó la primera parte a Massenet -Herodiade, El Cid, Manon y Thais-, con un canto pleno de hermosas sutilezas, de pasión, de emotividad y de una variedad de matices que alcanzaron la cúspide en una sentida e íntima "Pleurez mes yeux". Piezas más reconocibles por el público general llegaron con Puccini: "Se come voi piccina"(Le Villi), "O mio babbino caro" (Gianni Schicchi), "Donde lieta uscí" (La bohème) y "Un bel dì" (Madame Butterfly), a las que envolvió de un sensible poderío que emanó desde lo profundo.

Con el público de pie, ovacionándola, y Yoncheva dirigiéndole algunas palabras en español, se sucedieron tres encores: el vals París, mon amour; la "Habanera", de Carmen, y, nuevamente, "Adieux notre petite table" (Manon), que pusieron fin a una actuación de la que se habría querido seguir escuchando más.

Y si ella encandiló, gran aporte fue también el pianista francés Antoine Palloc, que dio una clase como acompañante: denotaron claro afiatamiento y él se lució en sus piezas solísticas -Interludio del V acto de Don Quijote y "Meditación", de Thais, ambas de Massenet, e In sogno, de Catalani-, ejecutadas con sensibilidad y calidad interpretativa.

Pero el festival también tuvo otros aciertos, como la presencia de Emmanuel Ceysson, arpista y solista principal de la orquesta del Metropolitan Opera House: con un programa complejo -primero, un homenaje a Debussy en el centenario de su muerte, y luego variados autores-, reveló todas las posibilidades del instrumento, impregnándolo de una inspirada y profunda sensibilidad.

A estas presentaciones se sumaron Encuentro con Coppelia, una loable iniciativa educacional, y, para dar término a las celebraciones, El carnaval de los animales, de Saint-Saëns, en una versión con animaciones creadas por Punkrobot Studio, autores del cortometraje chileno ganador de un Oscar, Historia de un oso.