Habría que explicar la habilidad de Cristóbal Briceño —"acaso el nuevo Calamaro que le cantó a todo lo que tuvo por delante hasta que no tuvo más a que cantarle", según escribió el ex Dënver, Milton Mahan— como un aplicado y sentido cantautor desde uno de los únicos guiños ajenos que dispararon sus invitados al lanzamiento del último domingo de junio en la capital de la Octava Región: "Amiga mía", de Los Prisioneros, en la guitarra acrobática de Paolo Murillo, esa canción en donde Jorge González suplica a una amante que el amor no termine, aún cuando todo se ha acabado.

Hace diez años, cuando firmaban sus discos como Fother Muckers, Briceño, Simón Sánchez y Héctor Muñoz habían publicado un álbum debut —el inubicable No soy uno (2007)— al alero del sello Escarabajo que a su vez tenía la distribución de un sello como Emi Music Chile. Tal vez por eso Fother Muckers pudo abrir conciertos con apenas semanas de vida en lugares como el Teatro Caupolicán para bandas convocantes como Lucybell. Donde incluso, mucho tiempo después, harían lo propio con Jorge González.

Aunque el corazón del lanzamiento fue el disco Mala fama, los de Cristóbal Briceño también hacen temas por partes iguales de Juventud americana y Conducción, acaso el disco más íntimo de esta banda. Sin mediar palabras, Ases Falsos —el nombre que adoptaron a modo de resurrección, cuando mataron a Fother Muckers durante la Semana Santa de 2011— alternan canciones de sus cuatro discos publicados a la fecha, zigzagueando hábiles entre algunos de sus temas más reconocibles: el insoslayable "Pacífico", la sentida "Simetría" o "Mi ejército".

"Es sorprendente la comunión de Ases Falsos con su audiencia", apuntaba hace años el crítico musical Marcelo Contreras. Tiene razón. Tal vez el denominador común de Fother Muckers —esa promesa inconclusa del rock pop chileno— y Ases Falsos —su extensión— sea la habilidad de Briceño para hacer de las buenas historias —no solo de la prensa, no únicamente de la literatura, como buen lector omnívoro— el centro líquido de sus canciones.

Ahí están "Pacífico" (la crónica de dos amantes atrapados en el borde costero) y "Venir es fácil" (la canción de Occupé Bayenga), entre medio de historias personales como "Simetría", que aparece en un disco que lleva en la carátula el trabajo de un pintor como Jean-Léon Gérôme, quien retrató mejor que nadie los paisajes del reparto europeo de África.

"Como mi trabajo incluye literatura, me veo en la obligación y muchas veces en la penosa obligación de tener que construir letras y me esfuerzo harto y me trato de conectar con cosas reales", contó alguna vez el cantante.

Esa noche en Concepción el autor de las letras de Ases Falsos deslumbró como un estudioso de la actualidad y la tradición, ambicioso pero lo suficientemente inteligente como para saber que sus limitaciones también pueden ser sus virtudes: fingió una intimidad devastada ("Subyugado") o recordó a Weezer cuando revienta una canción ("Mantén la conducción") que arranca como si fuera un tema extraviado por Congreso.

Alguna vez Briceño contó que llegó a la música "a la fuerza". "Como todo el mundo", agregó.

"Todos empezamos escuchando música como empezamos a respirar humo de cigarro, a partir de terceros. Con la música que escuchaban mis padres… yo soy el hijo mayor entonces no tuve hermanos que me influenciaran, que he notado que eso es algo importantísimo para mucha gente. En mi caso, fue la música de mis padres lo que puede explicar mi gusto por la música antigua y en esa colección está los Beatles, Silvio Rodríguez, los Carpenters, las canciones folclóricas por el lado de mi madre, y por el lado de mi padre los Gipsy Kings, Los Prisioneros y Eros Ramazotti", explicó el músico chileno.

El candor provinciano de sus intervenciones recuerda su ubicación en el contexto de bandas actuales, en esa historia que han montado para hacer convivir melodías pegadizas con pequeñas grandes historias y citas-homenaje a sus autores favoritos.

"Me cuesta creer que los fans nuestros que son de verdad y que votan, lo hagan por Piñera", dijo Briceño con el-nombre-del-grupo-en-fuga-como-fondo (un "guiño" al que usó The Beatles en el Budokan en 1966) en un concierto previo a las últimas presidenciales, donde apareció con una chaqueta con la bandera de Venezuela al comienzo del tercer acto.

"Quiero ser parte de la gran fisura, la que rompa el dique", escribió el propio Briceño un mes antes en una carta donde llamó a ser verdaderos servidores públicos en lugar de votar.

"Es ser alegre en el tedio citadino, es ser generoso en la escasez", anotó allí. "No es un trabajo remunerado, es una manera de ser".

En la antesala a ese concierto memorable, uno que celebró la primera década de vida de Ases Falsos en un Teatro Caupolicán colmado de gente, la banda improvisó una junta con sus seguidores en el Parque San Borja, donde fue filmado el primer videoclip de su precuela Fother Muckers, "Fuerza y fortuna", tal vez uno de los grandes ausentes de esa noche. "A los guardias de seguridad les tuvimos que inventar que éramos de un grupo evangélico, porque ya nos estaban mirando feo y con ganas de echarnos", contó el guitarrista Martín del Real.

La lista de temas en el Caupolicán fue generosa: más de treinta para un concierto de casi tres horas que incluyó piezas que cumplen una década como "Fueron" y "Ríos color invierno" y canciones de su último trabajo como "Mi tribu". Algunos años antes, cuando lanzaron su segundo disco Conducción, mientras la gente pedía "¡gaviota, gaviota!" en un teatro abarrotado como La Cúpula, Briceño agradeció con un mensaje que bien podría describir el primer Caupolicán de la banda, un show que fácilmente podrían acomodar a los tiempos del parque O'Higgins: "Estuvo bueno. Nos reímos, bailamos, lloramos", dijo entonces. Para luego sentenciar: "Para nosotros fue significativo tocar en este local tan grande y esperamos no tener que ir a hacer ahora el Caupolicán y todo ese escalafón de mierda, pero lo más probable es que sí lo hagamos".