Castillo Velasco, un hombre centenario
A 100 años de su nacimiento, el arquitecto y rector de la reforma en la UC reasoma en Fernando Castillo Velasco. Proyectar en comunidad, un volumen que ayuda a perfilar a este personaje clave del siglo XX chileno.
Salvador Allende realizó en julio de 1973 uno de los variados reajustes ministeriales de ese año. Crucial como le resultaba entonces tender puentes con la Democracia Cristiana, y hechos ya los nombramientos, el Presidente se detuvo ante la prensa a confirmar un trascendido que ya había despertado molestia en sus socios del Partido Comunista.
"Finalmente, quiero esclarecer que llamé al rector de la Universidad Católica, Fernando Castillo, y le pedí que formara parte del Gabinete. Lamentablemente, tenía compromisos que yo respeto", dijo Allende. "Sé, sí, que contará el país con su colaboración en cualquier circunstancia". Militante DC, el ministro que no fue -pero que fue cuatro veces alcalde y estuvo unos meses de intendente, en 1994- necesitaba la venia de su partido, que no obtuvo.
Semanas más tarde vino el Golpe y, forzosamente, una nueva etapa para este arquitecto que viviría 40 años más, en los cuales dejó una impronta tan significativa como en su carrera anterior, coronando una de las trayectorias más singulares en la vida cultural y política del Chile del siglo XX.
Ahora, en el año de su centenario, Ediciones UC publica Fernando Castillo Velasco, Proyectar en comunidad, que da variadas razones para descubrir o redescubrir al personaje a través de discursos, entrevistas, prólogos y manifiestos redactados entre 1968 y 2012, un año antes de su muerte.
Cuenta la historiadora Elisa Silva, editora del volumen, que este nació del interés de la rectoría en rescatar la palabra de distintos rectores en el cincuentenario de la reforma de la casa de estudios. "Tras una operación rastrillo de palabras, imágenes y otra información", prosigue, el libro fue tomando forma en torno a tres áreas: arquitectura, universidad y política. Cada una de ellas abre caminos para interiorizarse en un personaje múltiple del que queda mucho por conocer. Tanto así, que la recién creada Fundación Fernando Castillo Velasco llama, a quien pueda, a aportar con memoria, relatos, documentos o imágenes, pues esto recién comienza.
Convivir, encontrarse
Previo a esta publicación, existía ya el documental El país de mi padre (2004), de Carmen Castillo. Avanzado el metraje de esta síntesis de vida y obra, sus imágenes se detienen en la antigua quinta Los Guindos, propiedad vecina a la Plaza Egaña que en los días de su infancia tenía 30 mil metros cuadrados y que en los 70 prestó buena parte de ellos a la construcción de la Quinta Michita, la primera de las más de 30 comunidades habitacionales conocidas por su apellido, dentro y fuera de su amada comuna de La Reina.
"La tierra natal", dice en off la cineasta, "es para Fernando la esencia misma de la energía vital". Allí fue donde el premio Nacional de Arquitectura 1983 echó raíces. Y en echar raíces se le fue la vida: la misma película, minutos más tarde, lo muestra de 84 años, siempre en la quinta, junto a su esposa, la escritora Mónica Echeverría, quien le recuerda a su marido que alguna vez vivieron en un departamento donde ella estaba muy a gusto. Sin embargo, añade, lo vio tan infeliz sin sus raíces, que accedió a acompañarlo de vuelta a la quinta (donde viviría hasta su muerte).
Con las raíces se formó y con la arquitectura quiso encontrarse con los otros. Y hacer ciudad. Cuarto de cinco hermanos (entre ellos Jaime, destacado político DC y abogado de DDHH), estudió en el Liceo Alemán y en la Universidad Católica, establecimientos ambos en que conoció a sus futuros socios por 25 años en la oficina B.V.C.H. (Carlos Bresciani, Héctor Valdés y Carlos Huidobro). La oficina sería una de las más activas en los años de la implantación de la arquitectura moderna en Chile -entre los 50 y los 60-, con ejemplos como la Unidad Vecinal Portales, las Torres de Tajamar y la U. Técnica de Estado (actual Usach).
Pero su anhelo de hacer ciudad supo llevarlo más lejos. En 1964, el recién asumido Eduardo Frei Montalva lo designa alcalde de la naciente comuna de La Reina. Fue el primero de sus cuatro períodos, uno de cuyos hitos sería la Villa La Reina, experiencia social en que pobladores sin casa recibieron su ayuda y fueron conminados a participar en la construcción de sus propios domicilios de ladrillo. El terreno fue cedido por ley y el Estado no desembolsó un solo escudo.
La cooperación y la corresponsabilidad fueron centrales para Castillo Velasco: las urbes, para ser propiamente humanas, debían favorecer la colaboración, el encuentro y el sentido de comunidad, con el concurso consciente de cada quien. Y tal máxima podía extenderse a su propia alma mater, de la que sigue siendo el único rector electo por el conjunto de la comunidad, en 1968, el mismo año en que declaró, ante el micrófono de Canal 13, que la misión de la UC "trasciende y da profundo sentido a su propia función, cual es la investigación científica y la difusión cultural", pero que la entidad debe también "enraizarse en el proceso histórico-cultural que vive el pueblo al que pertenece y al que debe servir".
DC antigolpe en su minuto, y más tarde crítico de las prácticas neoliberales de la Concertación, le diagnosticaron cáncer terminal en 1987 y le dieron 18 meses de vida. En ese período publicó una carta en revista Análisis que llamaba al régimen a poner fin al exilio de sus hijos mayores (Carmen y Cristián, ambos con pasado mirista). Y así fue como los tuvo de vuelta en casa, lo que no significó que dejara de manifestarles que la vía armada no le parecía un camino. Ni que ellos argumentaran, como puede verse en El país de mi padre, que fue su propio ejemplo el que los empujó al MIR.
Entró Castillo Velasco a la política, como nos lo recuerda Elisa Silva, "siendo una persona madura, pero con el espíritu de la juventud". Era un viejoven, como decía de sí mismo, "con la capacidad, propia de los jóvenes, de soñar un mundo diferente -mejor, desde su punto de vista- para hacerlo realidad". Tal vez por no ser un hombre formado en el mundo partidario, prosigue la historiadora, primó en él lo que vio como el bien común, antes que algún interés militante. Ese bien común "es el que propicia la vida en comunidad". Y parece así cerrarse un círculo, que bien podría ser círculo de la propia vida.
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