Hernán Ronsino: "El pasado habita en el presente"
En Cameron, cuarta novela del autor, la historia de la violencia política permanece oculta en lo cotidiano.
En una ciudad sin nombre y algo lúgubre, que podría o no estar en la Patagonia, transcurre la vida del protagonista de Cameron, cuarta novela de Hernán Ronsino, escritor y sociólogo nacido en 1975 en Chivilcoy (lugar que retrató en La descomposición, Glaxo y Lumbre).
Julio Cameron -nombre y apellido de un linaje militar de cuatro generaciones- tiene un pasado oculto que se revela de a poco: carece de trabajo y de una pierna (tiene una ortopédica); frecuenta un bar donde escucha a una mujer cantar jazz y comparte mesa con un hombre con el que apenas habla. Evitando lo explícito, dosificando la información, se va configurando su actuación de violencia en la historia política del país. ¿Es un antiguo represor con prisión domiciliaria? "Me gusta seguir a la gente. Hay deseos que no se pueden olvidar", piensa. Ha sido engañado para violar su libertad: le han sacado su prótesis y la policía lo busca. Pero ha logrado que un vecino lo esconda en su casa, mientras divaga entre los recuerdos y los desvaríos febriles.
-Hay en Cameron una vaguedad geográfica e histórica...
-La indefinición territorial le abre las puertas a una especie de "zona fantasmal" o de ciénaga, creo, y, más allá del contraste que se puede producir con las novelas anteriores, me interesaba que esa indefinición (no saber en qué ciudad sucede todo) se contrapusiera con ciertos elementos de la violencia política propios de la historia argentina. Ese contraste entre lo indefinible y lo preciso podría darle más contundencia a la textura de delirio que atraviesa la trama.
-"La huella es la memoria de una ausencia", dice el narrador o recuerda un poema.
-La frase es, sin duda, una clave. La novela trabaja con un tema que vuelve, siento, una y otra vez en mi escritura: la memoria. Pero vuelve, todo el tiempo, reformulada o procesada de diferentes formas. La memoria que aparece en Lumbre es la exploración de una forma de memoria "involuntaria", ¿no? En Cameron, en cambio, la memoria complica a los personajes, es un tema en disputa: qué hacer con el recuerdo, qué hacer con las huellas que dejó el terrorismo de Estado.
-En algún momento el vecino del narrador dice que hay que dar vuelta la página, no mirar el pasado. ¿Es posible?
-La dictadura en Argentina dejó huellas profundas que siguen operando en el presente (todavía hay muchos bebés que fueron robados en dictadura y viven con una identidad cambiada). Con la llegada de Macri al poder comenzó a circular un discurso que hasta entonces estaba más bien oculto, que no se expresaba abiertamente y que, por ejemplo, cuestiona la cantidad de desaparecidos o propone acortar las penas a los genocidas; un discurso que intenta socavar un consenso amplio y legítimo que se manifiesta en la idea de memoria, verdad y justicia. Hay un personaje en la novela, Orsini, que plantea esa idea de "dar vuelta la página", de dejar la historia en el pasado. Esa concepción de que el pasado quedó atrás y no tiene incidencia en el presente, me parece peligrosa y contra ella hay que discutir de un modo constante. El pasado habita en el presente, nos condiciona.
-¿Cuán importante es la dimensión política de la novela?
-Por un lado, la política siempre me interesó para trabajarla en el plano literario: la crisis de 2001, la desarticulación de los trenes, la masacre de José León Suárez que trabajó Walsh en Operación Masacre, aparecen en mis libros. Pero, por otro lado, todo artefacto literario está atravesado por un nervio político: produce sentidos, representaciones. El trabajo con las palabras es un trabajo, inevitablemente, político. Y en Cameron, creo, esas dos dimensiones políticas también están presentes.
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