Sangre en las pistas. Pocas veces en la música popular un título de un álbum ha representado tan fielmente el espíritu de su gestación. Considerado una de las piezas más excelsas de Bob Dylan, Blood on the tracks ha vuelto a ser objeto de estudio y apreciación gracias al nuevo volumen de las tradicionales Bootleg series del cantante, More blood, more tracks, que recoge, en orden cronológico, las 82 tomas registradas en los estudios A & R entre el 16 y el 19 de septiembre de 1974, en Nueva York, junto al productor Phil Ramone y el ingeniero de grabación Glenn Berger. El título se estrenó en enero del año siguiente.
Con su matrimonio con su esposa Sara resquebrajado y dispuesto a volver a Columbia -el sello de sus discos más emblemáticos-, esta era una temporada difícil para Dylan. Berger, único sobreviviente del equipo técnico del registro, repasa al teléfono aquellos días para Culto: "Mucho antes que Dylan llegase, nos advirtieron que teníamos que protegerlo de tener contacto con cualquier persona. Había una suerte de misterio alrededor suyo, estaba preocupado y es entendible, es un artista muy intenso y se enfocaba en hacer la música, eso era lo único que le importaba. Cuando tocaba, realmente parecía estar compenetrado, como transportado a otro lugar. No le importaba lo que ocurría a su alrededor, estaba enfocado en lo que estaba expresando, y había una cualidad y una intensidad que yo diría es lo más cercano que he estado de encontrarme con un genio".
Para las sesiones, Ramone reclutó al músico Eric Weissberg y su banda Deliverance. Dylan les mostró las canciones y luego comenzó a alterar los acordes, en medio de la grabación. Incapaces de seguir los cambios, uno a uno los músicos fueron despedidos, hasta quedar solo el bajista Tony Brown. "Incluso Phil tenía susto de decirle a Bob que el botón de su ropa estaba pegándole a la guitarra. El ingeniero, típicamente, le diría al músico que se fijara, que se sacara el chaleco, pero Phil nunca se lo dijo, porque temía ser el próximo despedido (risas). Ese ruido se escucha en el disco".
Dylan cambiaba la estructura de las canciones en cada toma, y también las letras. Las fuerzas de la naturaleza -la lluvia, el viento, la tormenta- colmaban las estrofas punzantes y desesperadas. Sus clases de pintura con Norman Raeben influyeron en una nueva forma de aproximarse a las historias, intentando escribir tal como un artista percibe al objeto, cambiando perspectivas y tomando distancia.
Berger rememora: "Él hacía una toma y entonces yo pensaba que esa era la letra más extraordinaria que había escuchado. Pero luego, a la segunda pasada, hacía algo diferente. Lo estaba inventando ahí mismo, la creatividad salía de él. Lo vi escribiendo una letra y era como si se lo estuvieran dictando, nada paraba ese flujo. Lo mismo ocurría cuando cantaba. Vi su cuaderno de notas al lado del piano y me arrepiento de no haberlo tomado y haber hecho una copia, simplemente lo dejó ahí al finalizar el día".
Terminadas las sesiones, Dylan eligió las tomas finales y se encargaron copias de prueba en vinilo. Sin embargo, dos meses después y con el álbum a punto de salir al mercado, hubo un cambio abrupto. Su hermano, David Zimmerman, le comentó que el disco era muy plano. Bob habló con Columbia, se aplazó el lanzamiento y con David de productor se grabaron nuevas versiones de cinco de las canciones con un par de músicos en Minneapolis, el 27 y el 30 de diciembre. A pesar de ello, el producto final suena homogéneo y conmovedor. "Terminamos de grabar en septiembre y pensamos que el disco estaba listo. Dylan llamó por teléfono a Phil muchas veces, preocupado por la calidad, estábamos sorprendidos de que estuviese tan inseguro. A último momento él decidió regrabar la mitad del álbum, recibimos las cintas con las mezclas y tuvimos que reemplazar esas canciones con las sesiones de Minneapolis. Dylan no fue a las sesiones de mezcla. Estaba muy poco interesado en la producción de este disco".
Berger había trabajado con Paul Simon y Frank Sinatra, pero tenía una certeza: el hombre de "Like a rolling stone" era único. "Era como un canalizador, como si estuviese conectado a una fuente. Los otros artistas con los que he trabajado son extraordinarios, pero parecían tener que trabajar duro para conseguir aquello que perseguían. Además, en los años setenta todos hacían los discos con una producción similar, y Dylan seguía su propio ritmo. No le prestaba atención a ninguno de los aspectos técnicos".
-¿Qué piensa del hecho de acceder hoy a todo este material?
-Esta es la primera vez en más de 40 años que la gente puede oír todo lo que grabamos en Nueva York y tengo un lugar muy especial en mi corazón para esas sesiones. No hay nada como escuchar esas grabaciones frescas, es como un carbón caliente que sale del artista. Sean cuales sean las emociones por las que él estaba pasando, considerablemente se sintió en el estudio que no eran días felices. Blood on the tracks es un nombre apropiado, y es el disco de Dylan que muchos consideran su mejor trabajo. Me siento afortunado de poder haber sido testigo de un momento que definió una era.