"El Manifiesto comunista como retórica política tiene una fuerza casi bíblica", sentencia Eric Hobsbawm en su libro Cómo cambiar el mundo: Marx y el marxismo 1840-2011 (2011, Crítica). No es casual, pues el historiador dedicó gran parte de su trabajo al estudio de la ideología de izquierda. Por ello, la etiqueta de "estalinista" lo persiguió como una maldición durante décadas. Sin embargo, nunca renegó de su simpatía por el pensamiento de Marx.
Lo cierto es que hacia mediados del siglo XX, el autor de La era del capital (1998, Crítica) pagó un alto precio por su afiliación política. En 1945 el MI5 vetó su admisión en la BBC debido a que se le consideraba peligroso. En 1955 la publicación de su libro The Rise of the Wage-Worker (aún inédito) fue rechazada por recomendación de dos revisores académicos anónimos quienes consideraron que carecía de objetividad por su referencia al marxismo. En ese entonces, aún en los fríos salones de la academia se sentían las consecuencias de la Guerra Fría.
¿Pero cuánto asidero tenía esta visión? en una columna para The Guardian, el historiador Richard J. Evans, propone que una revisión crítica de la trayectoria y la obra del intelectual disipa cualquier prejuicio. Esa tesis también conduce su reciente libro Eric Hobsbawm: a life in history (2019, Little, Brown), una biografía que ya está disponible en diversas tiendas online.
"Algunos de los prejuicios contra Hobsbawm se basaban en la sensación de que, de alguna manera, no era del todo británico", sostiene Evans. Nacido en Alejandría, Egipto, en el seno de una familia judía, pasó su infancia en Viena, y tras la llegada del nazismo en 1933, su familia huyó a Inglaterra. En su adolescencia sufrió la pérdida de sus padres. A mediados de la década de los 30, su unió al Partido Comunista inglés. Por entonces dedicaba largas jornadas diarias a estudiar a los principales teóricos del marxismo.
Pese a los antecedentes, Evans prefiere poner paños fríos. "En verdad, Hobsbawm nunca se comportó como se suponía que era un comunista. No era un activista, no vendía literatura del partido comunista en la esquina y escribía regularmente para publicaciones no comunistas ("burguesas"), ganando la desaprobación del partido. Se confesó un 'forastero en el movimiento'".
La distancia del historiador con el PC se acrecentó con los años, especialmente en la década de los 50'. "El partido comunista británico era estalinista y sin apoyo de masas. Con el paso del tiempo, la desilusión de Hobsbawm con ella creció constantemente. ¿Cómo podría él, por ejemplo, apoyar las políticas de Stalin cuando estos involucraron juicios de 'cosmopolitas', o en otras palabras, miembros judíos en Checoslovaquia y otros países dominados por los comunistas en Europa del Este?", se pregunta Evans.
El proceso de 'des-stalinización' impulsado tras la muerte del líder que gobernó la URSS entre 1924-1953, ocasionó un enfrentamiento entre el intelectual y la cúpula del partido. "En abril de 1956, el grupo de historiadores, liderado por Hobsbawm, Thompson y Hill, amonestó al partido por su incapacidad para expresar su pesar por su 'pasado apoyo sin crítica a todas las políticas y opiniones soviéticas'. Un debate apasionado estalló en el periódico World News del partido, con Hobsbawm en particular pidiendo una confrontación abierta con el pasado del partido", detalla Evans.
Según el ensayista, el paso de los años permitió al autor de Historia del siglo XX (1998, Crítica) acercarse al laborismo. "Por los años 80, siguiendo las ideas de Antonio Gramsci, llegó a creer que el Partido Laborista británico tenía que llegar a una alianza con elementos de las clases medias, ya que la vieja clase trabajadora en la que había apoyado durante tanto tiempo ahora estaba en decadencia".
Agrega Evans que, a diferencia de lo que se cree, el historiador no fue displicente con las atrocidades asociadas a regímenes comunistas. "No hay indicios de que ocultara o pasara por alto los numerosos crímenes y atrocidades que lo habían desfigurado. Las agudas exigencias de arrepentirse y retractarse con las que fue confrontado con tanta frecuencia merecen ser tratados con desprecio". Es decir, pese a que vivió y trabajó desde una matriz ideológica, en ningún caso se le puede considerar un dogmático, detalla el artículo originalmente publicado en The Guardian.