Tal vez el mejor comentario que se hizo sobre la muerte de Gonzalo Rojas fue el de Felipe Avello. Subido a la red apenas unas horas después del fallecimiento del escritor el año 2011, en la grabación el comediante aparecía casi encogido en un ático estrecho, vestido con un chaleco de lana al lado de una máquina de escribir antigua que reposaba sobre un mantel blanco en una mesa. "Es un día muy triste, ha dejado de existir el maravilloso poeta nacido en Lebu, Gonzalo Robles", decía.
Avello es experto en confusiones de este tipo porque es uno de los comentaristas más lúcidos de la vida nacional. Su trabajo puede ser perturbador o catártico, por más que ahora haya destilado una rutina apta para todo público. Quizás el Energúmeno, esa figura con la que Nicanor Parra se definió a sí mismo el 70, lo describa con precisión: "El Energúmeno (…) es un sujeto contradictorio, rebosante de vida, en conflicto permanente con los demás y consigo mismo. De un Energúmeno chileno puede esperarse prácticamente todo".
Lo del Festival parece una consagración pero en realidad es una concesión del evento a un trabajo que siempre tuvo a la vista y tardó demasiado en reconocer. Avello usó lo digital como plataforma y huyó de los canales y programas como SQP para hacer podcasts, videos, shows en vivo. En vez de desaparecer, se multiplicó y con eso, se destruyó a sí mismo (y lo que pensábamos de él) mil veces. Hoy parece estar libre de exabruptos y comportarse como una suerte de rockero viejo, un maestro para sus pares. Pero es solo una ilusión. Quiero ver lo que hace en la Quinta Vergara. Pocos artistas chilenos necesitan el Festival menos que el Pez y por lo tanto el evento puede ser para él apenas un patio de juegos más grande.
La rutina que hizo en Olmué quizás entregue pistas. Relato perfecto sobre su separación y los traumas de la soledad adulta, ese show tenía como centro la frase "¡Están matando un huevón!", que repetía una y otra vez, y la había sacado de un viejo programa de Mega donde veíamos a Zalo Reyes discutir con su doble.
Era otra imagen inverosímil de nuestro espectáculo, de la que nadie debería acordarse. Pero Avello sí lo hizo. Con eso, comprobaba que el Energúmeno seguía dentro suyo y a él sumaba un coro de monstruos inverosímiles, compuesto por Zalo y su doble, él mismo, el público del Patagual y quienes veíamos por la pantalla. Ahí, la comedia solo podía ser construida a punta de interrupciones, abriéndole la puerta a lo inesperado y dejando entrar el delirio; ese grito destemplado que demostraba que ya carecía de sentido buscar cualquier diferencia entre la vida y su parodia.